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Todo eso que está ahí, lo que ha absorbido en el monte y en el barrio, se traduce en su sello como creador: tramas no lineales en las que sus personajes, en situaciones límite, actúan desde el instinto, lo salvaje. Fiel a sus obsesiones, Salvar el fuego inicia con la que puede ser la escena de una cacería: hombres con pistola en mano persiguiendo a una joven que corre por su vida.
Sin embargo, esta historia —en la que un disparo sirve otra vez de catalizador— es también una continuación del elemento que ha explorado en su literatura y cinematografía: el amor. “Cuando se fracturan las relaciones amorosas en una sociedad, el caos comienza a ganar terreno”, dice el escritor de 62 años. Ese caos, esa violencia, es el telón de fondo de la relación entre la bailarina Marina y el preso José Cuauhtémoc, quienes conectan sin importar sus vidas disímiles de estratos sociales opuestos.
En esta entrevista de casi dos horas y media, Guillermo reflexionó sobre su nueva novela —que es de las más vendidas en Latinoamérica—, el reconocimiento literario, sus pulsiones, el desencuentro con Alejandro González Iñárritu, su ex mancuerna creativa en el cine, y sobre su trayectoria y futuro como creador, que está atado a sus hijos Mariana y Santiago, cineastas que se encargarán de dirigir A cielo abierto, guión que escribió antes de Amores perros y que considera la génesis de la saga que realizó con “El Negro”, conformada también por 21 gramos (2003) y Babel (2006). Esta película, dice, será su forma de poner el punto final a la tetralogía, pero también de seguir avanzando como escritor por el simple placer de darle salida a las historias que lo desbordan: “Si no las escribo, se quedan en mi garganta, se oxidan y me matan. Yo igual las contaría si me publicaran o no. Es que me divierte mucho hacerlo”, dice sonriendo.
Creo que se vive tan bien en la Unidad Modelo, la colonia de la Ciudad de México en donde crecí, como se vive bien en Venecia. Las experiencias de mi barrio pueden ser tan enriquecedoras como las de Europa, o quizá hasta más.
El barrio y el monte
Salvar el fuego empieza con un manifiesto sobre la libertad y el miedo. ¿Qué te mueve como escritor?
La libertad, si fuera el miedo no escribiría una palabra. Yo no solo he apostado por la libertad, voy más allá: a mí me gusta el riesgo. Siempre he querido que a mi obra la caracterice el riesgo. Si fracaso, tiene que ser a lo grande, no me da miedo. Siempre fui así, desde chavo. Prefiero ser conocido por mis grandes fracasos que por mis mediocres éxitos.
La novela contrasta clases sociales. Tú creciste en un barrio de clase media, pero te mueves por Cannes y Hollywood. ¿Cómo es recorrer diferentes estratos?
Soy hijo de la clase media, pero creo que se vive tan bien en la Unidad Modelo, la colonia de la Ciudad de México en donde crecí, como se vive bien en Venecia. Las experiencias de mi barrio pueden ser tan enriquecedoras como las de Europa, o quizá hasta más. Además, mis padres me educaron al máximo nivel. Con ellos, como dicen los gringos, no small talk. A su lado se discutía sobre filosofía, música, cine, historia. Todos los sábados hacíamos una actividad cultural, y los domingos, una de naturaleza. Al lugar que fuéramos, así fuera Acapulco, mi papá nos llevaba siempre al museo.
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Ya que empleaste un término anglo, ¿te sientes un self-made man?
No, porque tuve una familia que me apoyó mucho. Cuando le dije a mis padres que quería ser escritor, me dijeron que fuera lo que quisiera: “Muy bien, hijo, estamos muy orgullosos de ti”. Mi padre me dijo que no me preocupara, porque iba a vivir de lo que a mí me gustaba.
