Expedición antártica: viaje increíble por el último paraíso intacto de la Tierra

Alcanzar estas latitudes ya es toda una hazaña para viajeros que, como yo, venimos de otro hemisferio. Sin embargo (y a pesar de haber recorrido más de 9,000 kilómetros desde México, durante los últimos dos días), aún faltan más de 1,200 para cumplir con la última ambición de todo explorador: adentrarse en el continente más frío, seco, ventoso y mejor conservado del planeta.

Bienvenidos a la Antártida.

Tres horas más de vuelo sobre el paso de Drake, donde se unen el Pacífico y el Atlántico, nos llevan a un aterrizaje turbulento sobre una pista de grava en la isla Rey Jorge, una de las puntas de la península Antártica.

Ahora el frío es absoluto, así que es necesario vestir equipo especializado para descender del avión e iniciar una de las cruzadas marítimas que cada año y durante el verano austral organiza Quark Expeditions en el continente blanco.

A bordo del vehículo que nos transporta pasamos al lado de las bases científicas de países como Argentina, Brasil, Chile, China, Estados Unidos y Rusia (esta última tiene incluso su propia iglesia ortodoxa). Pero no es hasta que tocamos las arenas negras de la playa cuando apenas atisbamos el que será nuestro hogar flotante durante los próximos días: el World Explorer, un barco de lujo diseñado para una experiencia de confort y aventura en los inhóspitos entornos polares.

Con 126 metros de eslora y 19 de manga, abordar el colosal navío no es tarea fácil. Pero gracias al apoyo del personal, que nos lleva en zódiacs hasta la puerta de entrada, en poco tiempo desempacamos nuestras maletas en uno de los 87 camarotes de alta gama para luego disfrutar de la comida en el vistoso comedor.

Con dos motores híbridos de Rolls Royce que ronronean bajo nuestros pies, degustamos un carmenere chileno mientras a nuestro lado vemos pasar enormes icebergs sobre el mar embravecido. El World Explorer representa la cúspide de las expediciones polares de lujo.

Sus comodidades, camarotes espaciosos, equipamiento para expediciones y un equipo de expertos, lo convierten en la plataforma perfecta para explorar el sexto continente. No es exageración. Su diseño ofrece vistas panorámicas desde casi cualquier rincón de la embarcación, ya sea en los balcones privados, en las cubiertas de popa y proa, en los jacuzzis exteriores o en el observatorio con cúpula de vidrio y su elegante bar lounge.

Los itinerarios en la Antártida siempre están sujetos a las condiciones meteorológicas. Por ello, nuestro primer intento de desembarcar en la cercana bahía Hope, en la isla Dundee, fue cancelado por órdenes directas del capitán debido a los vientos de 54 nudos (unos 100 kilómetros por hora) que se levantaron sin aviso. Safety first.

La ruta continúa por el estrecho de Bransfield hasta la isla Trinidad, donde finalmente el ancla toca fondo para descender en zodiacs y observar leones marinos, pingüinos y focas que descansan en la playa.

Ya que no han sido históricamente cazados, los animales en la Antártida no perciben a los humanos como una amenaza, lo que permite observarlos de cerca en su hábitat sin perturbar su comportamiento.

Mientras algunos pasajeros se aventuran en kayak y paddle board en un mar casi congelado, nos abrimos paso entre témpanos y formaciones gélidas que fulguran un azul eléctrico bajo el agua.

Con copos de nieve del tamaño de pelotas de golf cayendo sobre nosotros, solo puedo pensar que me encuentro en el reino de los hielos.

De regreso en el World Explorer, rodeados por glaciares, navegamos por el estrecho de Gerlache hasta el paralelo 65, donde desembarcamos para visitar una antigua estación científica ahora dominada por el hedor de los pingüinos.

De repente, un ajetreo en el agua interrumpe la calma para mostrarnos una violenta cacería: una foca leopardo tiene a un pingüino en sus fauces. La escena es cruda, sangrienta, real. Un recordatorio de la implacable ley de la supervivencia en el mundo antártico.

La navegación continúa hacia el norte con destino a Decepción, una isla volcánica en forma de herradura y una bahía interior que ha sido objeto de disputas territoriales entre Argentina, Chile y Reino Unido.

Con pocas oportunidades para tocar el suelo de Antártida, tomamos nuestro tiempo para caminar cuesta arriba y ver la antigua caldera de un volcán, ahora llena de agua de mar.

Ya desde el balcón del camarote, contemplamos los imponentes acantilados y las torres naturales que se elevan desde las profundidades para crear un paisaje surrealista mientras el World Explorer abandona la bahía.

Horas después, el capitán anuncia que ha detenido el barco para que sintamos lo que realmente significa estar en la Antártida. No podría ser más literal. Así inicia el polar plunge, un desafío para conmemorar la visita a estas áreas remotas y extremas en el que los pasajeros saltan a las aguas congeladas (-2 °C). El shock térmico es inhumano incluso minutos después de salir del agua, por lo que la experiencia culmina con un whisky con hielo glaciar para recuperar el calor (y las ganas de vivir).

Nuestra última parada nos lleva a la isla Livingston, no sin antes presenciar la inusual visita de una familia de orcas que se acerca a la cubierta. Con los ojos perplejos, un fuerte ventisquero nos impide desembarcar una vez más, por lo que iniciamos el regreso a las arenas negras de la isla Rey Jorge.

Tras seis días en el último paraíso intacto de la Tierra, la belleza y fragilidad de Antártida dejan una marca indeleble en la memoria. Una aventura de lujo que nos sumerge en la supremacía de la naturaleza, donde la vida sigue su curso en medio de los desafíos climáticos de nuestros tiempos.