El problema radica en que, estamos tan acostumbrados a reprimir nuestro enojo, que a veces ni estamos conscientes de que lo estamos, y las señales pasan desapercibidas: gritamos, decimos groserías, amenazamos, hacemos comentarios hirientes, golpeamos objetos, o peor: animales y personas (incluso a nosotros mismos). Y si no detectamos el enojo a tiempo y lo desahogamos de maneras saludables, la situación se convierte en una bola de nieve que crece y crece y que en algún momento tiene que explotar.
Esto se hace aún más difícil cuando la situación que nos tiene mal no es reciente. Muchas veces, la gente tiene sensaciones crónicas que arrastra desde la niñez, ocasionados por crecer rodeados de adultos que no sabían canalizar su propio enojo.
Reconocer que no aprendiste a canalizar tu enojo es el primer paso para saber por qué explotas por cualquier cosita todo el tiempo.
¿Qué hago para dejar de enojarme por todo?
Primero hay que entender que no es malo enojarse y que, por lo tanto, si algo no nos parece, no tendríamos que sentirnos culpables de expresarlo. De hecho, según la ciencia, el enojo puede ser un catalizador poderoso para provocar cambios necesarios. El problema está cuando el enojo se convierte en agresión, ya sea hacia los demás o hacia ti mismo, y fallamos en verlo como una señal de que es momento de hacer cambios en nuestras vidas.
Así que, en realidad puedes enojarte todo lo que quieras, sólo aprende a desahogarlo de manera saludable para que no se convierta en una carga. Esto implica detenerse a respirar, asimilar y estudiar el porqué de nuestras emociones y desarrollar soluciones. Para esto, es útil escribir lo que sientes, poner límites para evitar situaciones que te afectan, reconocer los conflictos que tienes sin resolver, hablar con tu gente de confianza al respecto, y por supuesto, ir a terapia si lo consideras necesario.
El siguiente paso es replantear lo que piensas sobre los eventos, personas o situaciones que te ponen de malas. Muchas veces damos una importancia irracional o demasiado negativa a eventos que en realidad ni son tan importantes o cuya solución es más fácil de lo que pensamos. Es decir, nos tiramos al drama por muy poco. El chiste está en analizar la situación, repensarla y ver que en realidad no está tan mal.