Órbita contaminada
Las distintas agencias espaciales de todo el mundo llevan un registro de toda la basura espacial acumulada alrededor de la Tierra. Pocos tan minuciosas como el de la Agencia Espacial Europea (ESA) que calcula un aproximado de 34,000 objetos mayores de 10 cm., 900,000 de entre 10 cm. y 1 cm., y 128 millones que están entre 1 cm. y 1 mm. Esto da un total de 9,300 toneladas acumuladas de chatarra, una cifra que puede aumentar todavía más si los 11,370 satélites que orbitan alrededor del planteta y de los que sólo 4,000 siguen en funcionamiento, se ven fragmentado por colisiones u otros percances.
A esto sumemos el cada vez mayor número de viajes espaciales. En el caso de la NASA , sus cinco primeros programas que fueron 1958 a 1975 consistieron en apenas 31 misiones tripuladas, mientras que sus cuatro siguientes de 1972 a la actualidad llevan 212. En mayor o menor medida, todas dejan restos en el camino que orbitan alrededor de nuestro mundo hasta que la gravedad les atrae y les hace caer…
O no.
Amenazas fuera de este mundo
Es fácil pensar que la amenaza del debris se reduce a una posible caída de residuos en la superficie, pero lo cierto es que los peligros incrementan en una era que apunta cada vez al espacio. No sólo en la exploración, sino también en el turismo, siendo el hotel Voyager Station un buen ejemplo de ello. A esto sumemos muchas de las cosas que damos por sentadas en la actualidad, pues las telecomunicaciones, el GPS o los pronósticos del tiempo podrían verse interrumpidos por accidentes satelitales o de la Estación Espacial Internacional.
Para evitar percances, las naves espaciales son protegidas por escudos Whipple, una especie de parachoques capaz de contener o incluso fragmentar aquellos objetos con los que impacta. No es el caso de los páneles solares que deben estar expuestos para capturar la luz que es convertida en electricidad, lo que les deja en riesgo de un posible impacto. De hecho, son muchos los satélites cuyos páneles se han averiado tras ser golpeados por micrometeoritos y pequeñísimos residuos de basura espacial. Aun así, es común que las distintas misiones, ya sean tripuladas o no, contemplen las trayectorias de estos restos para reducir al mínimo el riesgo de accidentes. Esto no evita que las piezas cambien abruptamente sus rutas, ya sea por colisiones o por otros imprevistos, lo que en más de una ocasión ha obligado a maniobrar para evitar impactos.
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El aumento de debris es tal que especialistas de la NASA no descartan que la órbita terrestre baja se vuelva prácticamente impasable. Esto convertiría la exploración espacial en una actividad prácticamente imposible por los altísimos riesgos que implicaría maniobrar entre la chatarra. Y lo incosteable que sería aumentar la protección de las naves o los niveles de combustible para garantizar viajes largos, pero también más seguros. La solución: limpiar el espacio.
Misión limpieza espacial
Los primeros esfuerzos por evitar el incremento del debris consistieron en buscar la manera de que los desechos abandonaran la órbita terrestre, ya fuera con la inercia de sus movimientos o con dispositivos de control a la distancia. La idea fracasó al ser comparada con una noción tan básica como echar nuestra basura en la casa del vecino. Fue en 2006 cuando algunas agencias comenzaron a discutir la posibilidad de misiones de limpieza, un proyecto que tuvo varios detractores porque sería casi tan costoso como un lanzamiento de exploración, pero que ganó adeptos con el tiempo al ser visto como la mejor solución.
Apenas en abril, la misión ELSA-d , a cargo de Astroscale, fue lanzada para realizar las primeras pruebas de una tecnología capaz de arrastrar residuos –en este caso, un viejo satélite– desde la órbita terrestre baja hasta la atmósfera en donde se incinerará. Se espera que sus maniobras terminarán en septiembre u octubre de este mismo año.
En caso de concretarse con éxito, el proyecto podría marcar el inicio de un nuevo programa que garantice un espacio más limpio, lo que nos permitiría seguir volteando al cielo para mirar las estrellas –y no a los desechos— como fuente de inspiración en busca de sueños espaciales que beneficien a toda la humanidad