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El joven creció para convertirse en Elon Musk, un empresario con la misión autodesignada de crear cosas útiles para el mundo –unas más extrañas que otras–, desde fuentes de energía sostenible, hasta experimentos aeroespaciales que en algún momento servirán para convertir a la raza humana en la primera especie multiplanetaria. Musk ahora tiene 49 años, cinco empresas y un valor neto de 95 mil millones de dólares. Sin embargo, su mente no deja de funcionar como la de un niño –sabelotodo– necio, creativo e indiferente ante el riesgo, que sueña cosas disparatadas a simple vista, y cree que es posible llevarlas a cabo.
El director de hitos tecnológicos como Tesla y SpaceX creció con un cerebro privilegiado, pero también con un razonamiento ultralógico que en la infancia le hizo tener pocos amigos y, décadas más tarde, le hizo merecer el calificativo de excéntrico. Estamos hablando de un niño que se quitó el miedo a la oscuridad al entender que esta era simplemente la ausencia de fotones en el espectro visible y de un adulto que explica, intentando disimular la emoción, que la opción más rápida para que Marte tenga una temperatura apta para la vida humana es lanzar armas nucleares sobre sus polos. Ambas lógicas completamente razonables, pero difícilmente aceptables para el ser humano promedio. Un pequeño con el razonamiento de un científico y un hombre con la irreverencia involuntaria de un niño. Y precisamente esta disonancia es lo que ha convertido a Musk en una de las mentes más controvertidas de nuestra era.
Después de estudiar las carreras de Economía y Física y hacer dos pasantías en Silicon Valley, Musk se dejó seducir por la burbuja puntocom y en 1995 fundó la empresa Zip2, un software que creaba guías de ciudades. Aquí, Musk se hizo de una fama insana por sus largas horas de trabajo, la rudeza hacia sus empleados y su disposición a hacer absolutamente todo –como vivir en su oficina, por ejemplo– con tal de materializar su visión. El esfuerzo valió la pena, pues cuatro años más tarde se convirtió en un millonario de Silicon Valley –uno de los arquetipos más aspiracionales de la época–, al vender su compañía a la firma Compaq por 37 millones de dólares, de los que 22 le pertenecían. Ese mismo año arriesgó 12 millones de su fortuna y fundó X.com, un proyecto de banca en línea que acabaría fusionándose con Paypal, y del que retiraron a Musk como director tras diferencias con el resto de los directivos. La decisión no fue del agrado del emprendedor, famoso por querer el máximo control posible sobre todos sus negocios. Sin embargo, gracias a eso salió a relucir el genio retorcido que conocemos ahora y que quiere salvar a la humanidad llevándola a Marte.