“Cada persona te dirá lo mismo: es que hay algo que nos enamora de este deporte, no sabemos qué, pero algo hay”, nos dice Rahm a los periodistas invitados por Rolex que hablamos con él un día antes del inicio del torneo World Golf Championships-Mexico Championship. “En mi caso es el competir contra uno mismo, el hecho de que todo depende de ti, tú eres el que tiene que entrenar, el que tiene que ser sincero contigo mismo y ponerse los límites o los criterios para criticarse. Al final, en deportes individuales como el tenis dependes de la persona que está frente a ti: puede que juegues muy mal, pero si el otro juega peor, vas a ganar. En el golf, si tú juegas muy mal, es difícil que los otros 120 jugadores lo hagan peor. Este reto de competitividad contigo mismo es lo que me gusta”.
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Algunos perfiles que se han escrito sobre él mencionan este rasgo de su carácter. Era un niño que practicaba futbol, pelota vasca, taekwondo y piragüismo, y quería ganar en todo, siempre. Cuando el golf entró en la vida de su familia y sus padres se inscribieron en Larrabea, un club localizado a unos 90 kilómetros de Barrika, Jon “ni comía ni bebía […] se pasaba las horas dando bolas”, le contó su madre al diario El País.
“Yo no sé si al principio a todo el mundo le encanta el golf, porque es tan complicado darle a la bola”, comenta Rahm. “Creo que ese momento en el que pegas el primer golpe y la bola vuela y la ves volar, ese sentimiento es el que te atrapa, aunque pegues 100,000 bolas malas. Ese único golpe que pegues bien es el que te hará volver a intentar otra vez”.