El golf fue por Jon Rahm hasta Barrika, el pueblito de la costa vizcaína donde nació en 1994, y lo envolvió en su telaraña mágica de pasto y arena que atrapa a tantos para no soltarlos jamás. Pero su caso es bastante singular porque, desde julio pasado, Rahm es número uno del mundo con solo 25 años de edad y tras haberse criado en un lugar donde no había campos de golf, con unos padres que empezaron a jugar de adultos, seducidos por la pasión que encendió en muchos españoles la Ryder Cup de 1997 que se disputó en ese país y ganaron los europeos. Para alimentar más el fuego, el capitán de aquel equipo era el también español Severiano Ballesteros, el héroe de Jon. El golf fue por él hasta Barrika y no se equivocó.
Jon Rahm: el competidor
“Cada persona te dirá lo mismo: es que hay algo que nos enamora de este deporte, no sabemos qué, pero algo hay”, nos dice Rahm a los periodistas invitados por Rolex que hablamos con él un día antes del inicio del torneo World Golf Championships-Mexico Championship. “En mi caso es el competir contra uno mismo, el hecho de que todo depende de ti, tú eres el que tiene que entrenar, el que tiene que ser sincero contigo mismo y ponerse los límites o los criterios para criticarse. Al final, en deportes individuales como el tenis dependes de la persona que está frente a ti: puede que juegues muy mal, pero si el otro juega peor, vas a ganar. En el golf, si tú juegas muy mal, es difícil que los otros 120 jugadores lo hagan peor. Este reto de competitividad contigo mismo es lo que me gusta”.
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Algunos perfiles que se han escrito sobre él mencionan este rasgo de su carácter. Era un niño que practicaba futbol, pelota vasca, taekwondo y piragüismo, y quería ganar en todo, siempre. Cuando el golf entró en la vida de su familia y sus padres se inscribieron en Larrabea, un club localizado a unos 90 kilómetros de Barrika, Jon “ni comía ni bebía […] se pasaba las horas dando bolas”, le contó su madre al diario El País.
“Yo no sé si al principio a todo el mundo le encanta el golf, porque es tan complicado darle a la bola”, comenta Rahm. “Creo que ese momento en el que pegas el primer golpe y la bola vuela y la ves volar, ese sentimiento es el que te atrapa, aunque pegues 100,000 bolas malas. Ese único golpe que pegues bien es el que te hará volver a intentar otra vez”.
No recuerda exactamente la primera vez que jugó al golf, pero se esfuerza por asomarse en su memoria. “Mis primeras vueltas fueron en un club multideporte que tenía una cancha pequeña, había un campo de pares tres que tenía seis hoyos con greens y tees artificiales”, afirma. “Yo tenía ocho o nueve años, no me acuerdo de lo que sentía. Hay tantas vueltas en medio que ya se me ha olvidado, pero ojalá me acordase”.
Después se dio a la tarea entonces titánica de obtener el hándicap en Larrabea. “Me acuerdo del primer hoyo cuando llegué al tee de señores, había un río que de pequeño no podía volar, tenía que jugar corto al ras y luego pasarlo. Me acuerdo de jugar muy bien los cinco primeros hoyos y el último, que era complicado, siempre hacerlo mal. Las primeras dos o tres veces hice un siete o un ocho en ese hoyo y no logré el hándicap, eso sí que me acuerdo”.
Lo consiguió, obviamente, y más adelante se unió a la Escuela Celles en Derio, otro municipio de Vizcaya, donde a su competitividad innata se sumó la descomunal confianza en sí mismo propia de los deportistas de élite. A su profesor, Eduardo Celles, le soltó un día, cuando apenas tenía 15 años, que iba a ser el número uno del mundo. Así, sin sombra de duda.
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Siguió con su formación lejos del País Vasco, primero en la Escuela Nacional Blume de la Real Federación Española de Golf, en Madrid, y luego en la Universidad Estatal de Arizona, donde entre 2012 y 2016 ganó 11 torneos y fue el número uno del World Amateur Golf Ranking durante un récord de 60 semanas. También ha sido el único en ganar dos años seguidos (2015 y 2016) el premio Ben Hogan al mejor golfista universitario de Estados Unidos.
Llegó al circuito profesional en 2016 con la cartelera de sus logros y el apodo de “Rahmbo”, por su estilo agresivo y su potencia para golpear la bola. En enero de 2017 conquistó su primer torneo del PGA Tour –hasta hoy suma cuatro– y en julio de ese año obtuvo su primera victoria en el European Tour; ha conseguido seis, entre ellas cuatro en torneos Rolex Series. Fue parte del equipo europeo que venció a la selección estadounidense en la Ryder Cup de París en 2018. Como muchos, aún tiene pendiente ganar un Major.
Alcanzó la cima del ranking mundial apenas cuatro años y 27 días después de su debut. Solo Tiger Woods y Jordan Spieth lo han hecho en menos tiempo. Además de su talento, el fuerte de Rahm es una regularidad extraordinaria. El País señala que de 100 torneos puntuables para ese ranking que Jon había jugado hasta el 19 de julio, cuando se convirtió en número uno, había ganado 10 y había quedado entre los tres primeros lugares en 24, entre los cinco primeros en 35 y en el top ten en 50.
“Soy tan consistente porque mi swing no ha cambiado en 10 años, me conozco físicamente y sé lo que puedo y no puedo hacer, y lo que soy capaz de lograr en los malos momentos”, explica Rahm. “Además, siempre he sido muy creyente de que no siempre hay que darle perfecto a la bola para ganar, simplemente hay que salir a jugar y hacer lo mejor que puedas con lo que tengas ese día. Es una lección muy de Seve”.
“Mucha gente solo está concentrada en ganar, y si no ganan les da igual quedar en el lugar 20, 40 o 50”, añade. “Yo vivo cada día tratando de ser mi mejor versión posible, siempre intento hacer lo mejor que puedo, cada golpe importa y del primero al último voy a luchar como si fuese el más importante de mi vida. Si puedo quedar quinto en vez de sexto voy a intentarlo porque me importa, no por las estadísticas o el dinero, sino por el reto de crecer como persona y jugador”.
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Con su mirada de león en reposo y su voz pausada, le gusta hablar sobre lo orgulloso que está de caminar en las huellas del mítico Ballesteros, el único otro español que ha sido número uno del mundo. Jon ya había grabado su nombre junto al de su ídolo en noviembre de 2019, cuando se llevó la Race to Dubai 2019 –antes conocida como Orden del Mérito–, el premio al mejor jugador del European Tour. Ballesteros lo ganó seis veces en su carrera.
“Ahí sí que estaba nervioso, cuando sabía que si ganaba ese día iba a quedarme con la Race to Dubai”, recuerda Rahm. “Hay algo que me produce más presión que llegar a ciertos objetivos y es de verdad crear historia en el golf. Y ser el segundo español en llegar a ese punto era especial para mí”.
“Mi admiración por Seve es por todo lo que hizo por este deporte. Cuando él empezó a jugar, creo que en España había 17,000 licencias y pocos campos de golf; cuando murió [en 2011], había más de 300,000 licencias y miles de campos de golf. El golf trascendió en mi país desde que Seve ganó ese British Open, desde que la Ryder Cup es lo que es gracias a él y se convirtió en el primer europeo en ganar en Augusta. Su carisma, el amor que le tenía el público era especial. Si no fuese por esa Ryder Cup de 1997 en la que fue capitán de Europa y tuvo mucho que ver para que se jugase en España, mi familia nunca hubiese empezado a jugar al golf y yo no estaría aquí”.
Su nombre también aparece en la lista egregia de los testimoniales de Rolex, junto a leyendas como Greg Norman, Jack Nicklaus, Gary Player, Tiger Woods, Lorena Ochoa y Annika Sörenstam. La marca suiza ha estado involucrada con este deporte desde hace más de medio siglo y patrocina algunos de los torneos masculinos y femeninos más importantes del mundo, además de apoyar el golf amateur.
“Estoy muy agradecido con Rolex”, dice Jon. “El European Tour ahora tiene importancia debido a la Rolex Series, esos ocho torneos que han ayudado a golfistas como yo, que mayormente jugamos en el PGA Tour, a tener ciertas citas de gran importancia a las que podemos asistir y crear un calendario que nos gusta. El estatus del European Tour ha subido un escalón más y seguirá en ascenso gracias a Rolex”.
Rahm se cae de maduro pese a su corta edad. Está consciente de que el deporte es tan inestable como la vida misma y que su permanencia en la cumbre no será eterna. Y desde ahora suena preparado.
“El golf te hace vivir una vida humilde muy a menudo”, dice. “Al final, por mucho que entrenes y que hagas, cualquier día puedes jugar mal y hay que volver a empezar. En el deporte hay tantas altas y bajas que aunque estés jugando muy bien y en lo más alto, cualquier día hay un bajón que te lleva a vivir en el presente. Es lo que más me ayuda, también en mis relaciones y en mi vida, saber que habrá momentos buenos y malos, pero que es un trabajo constante”.