Más de 60,000 personas se deslizaban en un rayo de Luna durante la cuarta presentación de Zoé en la CDMX: la banda mexicana logró unir a tres generaciones en el Estadio GNP Seguros con un espectáculo que agotó en cuestión de pocas horas todas y cada una de las fechas que ofrecieron.
Reseña | Zoé demuestra porque la CDMX es su Corazón Atómico

Embriagadas de su música, del calor de la flor de la música de Larregui, con mucho Peace & Love y su carga de metralla, Zoé pertenece a esa rara estirpe de bandas que atraviesan generaciones: nacieron en los 90, tuvieron su punto de ebullición en los 2000 y, aunque parecían destinados a ser un referente de esa época, sus conciertos ya demostraron que su permanencia no radica en la nostalgia, sino en una alquimia peculiar –casi única– en el rock latinoamericano: reinventarse sin traicionarse, sonar actuales sin perder la esencia que los hizo un fenómeno.
Y es que Zoé demuestra que no se quedaron en su planeta, ni con una nave averiada ni montañas transparentes lograron desvanecerse en la memoria colectiva: las partículas de su música y los recuerdos de presentaciones históricas (como el MTV Unplugged de 2011 que fue su punto de inflexión) abonan a que sea una banda histórica que hoy llena estadios completos y que los arreglos que actualizan su trabajo muestran una madurez que invita a una relectura de su legado.

Por eso, lo sucedido en el GNP Seguros adquiere un valor especial: sí, la gira nació de una respuesta explosiva y casi improvisada, pero la ejecución fue impecable.
La producción dejó claro que, sin importar el paso del tiempo (o quizá gracias a eso), Zoé está en un momento de plenitud, dominado por una pantalla monumental –que eclipsaba incluso la utilizada por Oasis en el mismo recinto– que sirvió para expandir su universo visual, garantizando un viaje para cada asistente a través de los muchos universos que han dibujado a lo largo de su discografía.
El setlist fue un recorrido generoso por su discografía en la que León Larregui caminaba con esa presencia magnética que te obliga a mirar, escuchar, sentir: hacer una fotosíntesis en la que tu cuerpo es una plantita y su música el sol enorme que te alimenta.

La banda sonó precisa y potente y a cada tema provoca gritos, aplausos y una euforia colectiva que no tuvo bajas, pues toda la noche se sostuvo y se acrecentaba conforme las canciones pasaban, desde los clásicos hasta los nuevos temas.
Su trabajo musical se entrelazó en un flujo constante de emociones en el que se podía ver a jóvenes y adultos saltando, llorando, cantando o simplemente dejándose llevar por la música. El aire olía a expectativa y libertad (con toques de cerveza, por supuesto), y por momentos parecía que el tiempo se detenía mientras la música conectaba a todos en algo más grande que un concierto: una experiencia compartida que se sentía en el pecho y en la piel.
Clásicos como “Vinyl”, “Paula” y “Corazón Atómico” despertaron los coros más potentes, mientras “Arrullo de Estrellas” y “Azul” se reafirmaron como himnos generacionales. Entre lo nuevo, “Campo de Fuerza” y “Rexsexex” retoman con elegancia la esencia de Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Galaxia, aquel disco de 2006, demostrando que su sonido evoluciona sin perder su identidad.
La conexión fue total, con generaciones enteras conviviendo: adolescentes junto a sus padres y fanáticos de largo recorrido que crecieron con la banda. En escena, la banda exhibe una sobriedad casi hipnótica, cediendo el dinamismo a León Larregui, un frontman cuya vida a menudo lo sitúa en la polémica, pero que en el escenario se desnuda para enfocarse en una honestidad brutal.

A lo largo de su historia, Zoé se ha pronunciado sobre temas sociales, salud mental y las facetas del corazón, mensajes que hoy son parte central de su identidad. Cuando 65,000 personas corean al unísono versos que exploran esas emociones universales, la catarsis colectiva es inevitable.
El cierre fue un clímax emocional. La aparición de Denise Gutiérrez, de la mítica banda de mediados de los 2000 Hello Seahorse!, para interpretar “Luna” y “Soñé” provocó una de las ovaciones más potentes, antes de que “Dead” sellara la noche, una pieza que encapsula la quintaesencia de Zoé: nostalgia, potencia y la certeza de estar ante una de las bandas más influyentes del rock en español.
Con más de 320 mil boletos vendidos en la capital, esta gira no se perfila, se consagra como uno de los acontecimientos musicales del año. Fue una celebración de su legado y una poderosa declaración de que su historia está lejos de terminar.
¿La cita final? Noviembre. Allá nos vemos.