Empatía "rara, vacía"
Varias empresas se han embarcado en el desarrollo de aplicaciones que supuestamente ofrecen un tipo de asistencia relativa a la salud mental, sin tomar demasiadas precauciones en este ámbito tan delicado y provocando las primeras polémicas.
Usuarios de Replika, una aplicación conocida por aportar supuestamente beneficios psicológicos, se quejaron de que la IA podía obsesionarse con el sexo o volverse manipuladora.
La oenegé estadounidense Koko, que llevó a cabo un experimento en febrero con 4.000 pacientes ofreciéndoles consejos escritos con ayuda del modelo de IA GPT-3, también reconoció que las respuestas automáticas no servían como terapia.
"La empatía simulada se siente rara, vacía", escribió el cofundador de Koko, Rob Morris, en X.
Esta observación coincide con las conclusiones del anterior estudio sobre el efecto placebo, en el que algunos participantes tuvieron la impresión de "hablar con una pared".
Entrevistado por AFP, David Shaw, de la universidad suiza de Basilea, no se sorprendió de estos resultados. "Parece que ningún participante fue informado de la estupidez de los robots de conversación", señaló.
Sin embargo, la idea de un robot terapeuta no es nueva. En los años 60 se desarrolló el primer programa de este tipo, Eliza, para simular una psicoterapia gracias al método del psicólogo estadounidense Carl Rogers.
El software, que no comprendía realmente los problemas que le planteaban, se limitaba a prolongar la conversación con preguntas estándar, enriquecidas con palabras clave encontradas en las respuestas de sus interlocutores.
"De lo que no me di cuenta fue de que una exposición extremadamente breve a un programa informático relativamente simple podía inducir poderosos pensamientos delirantes en personas perfectamente normales", escribió después Joseph Weizenbaum, creador de este antepasado de ChatGPT.