En los últimos meses, me he encontrado reflexionando constantemente sobre el enorme impacto de la frase: “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” y el momento coyuntural tecnológico que como humanidad estamos viviendo.
El truco de magia de la Inteligencia Artificial
La cita, por supuesto, no me pertenece, sino que fue acuñada por el escritor y divulgador científico Arthur C. Clarke, conocido mundialmente por su novela de ciencia ficción 2001: Una odisea espacial, que él mismo adaptó para el cine en una película dirigida por Stanley Kubrick en la que Hal 9000, una computadora altamente avanzada, juega un papel central que marca los posibles beneficios, pero también riesgos, de desarrollar sistemas cuyo funcionamiento interno no se comprende del todo; esto es, podría ser impredecible o incontrolable.
Es justamente en esa intersección entre la velocidad a la que progresa la tecnología y nuestra capacidad general como seres humanos para comprenderla, o nuestro interés para detenernos a observar su avance, cuando pienso de nuevo en la cita de Clarke, porque la maravilla de la tecnología ha estado en su capacidad de generar tal nivel de asombro que es mucho más fácil considerarla como un objeto mágico que damos por sentado, que hacer el esfuerzo de comprender o analizar parte del porqué de su funcionamiento.
Sin embargo, ese mismo asombro conlleva un riesgo que la frase de Clark no define del todo: cuando el truco de magia se vuelve tan recurrente, el asombro poco a poco comienza a desaparecer para convertirse en algo rutinario. Al menos, hasta que vuelva a aparecer otra tecnología (magia) y el ciclo se repita de nuevo.
David Roberts, un futurólogo de Singularity University, utiliza el fenómeno de los autos autónomos y la reacción humana para ejemplificarlo. “La primera vez que te subes a un auto autónomo sin un conductor humano, tienes una sensación de miedo y emoción, porque estás poniendo tu vida en las manos de una máquina que no sabes muy bien cómo funciona. La segunda vez existe aún ese esbozo de sorpresa, de incredulidad, ante lo que tus ojos ven.
Para la tercera vez, dejas de pensar en ello, miras tu celular, tomas una llamada o trabajas en tu computadora el resto del trayecto y no vuelves a pensar en que una máquina fue la responsable de llevarte a tu destino”. Así de simple damos por sentada (y dejamos de asombrarnos por) una actividad. Tanto, que si pudiéramos viajar 30 años en el tiempo para contarles a nuestros padres que en el futuro será posible viajar en autos que se manejan solos, sin conductores humanos, nos mirarían incrédulos e incluso hasta preocupados.
Hoy, es fácil dejar de asombrarnos por el hecho de que un smartphone sencillo de gama media, que podemos adquirir por menos de 10,000 pesos, sea hasta 120 millones de veces más poderoso que las computadoras que la NASA utilizó en 1969 en la misión Apollo 11 para llevar al hombre a la Luna. Un operativo cuyo costo rondó los 3.5 millones de dólares y que contaba con computadoras de más o menos el tamaño de un auto compacto.
Es por eso que, en las vísperas de la tercera revolución tecnológica impulsada por los sistemas y plataformas de inteligencia artificial (IA) —probablemente una de la más importantes en la historia de la humanidad— no nos podemos dar el lujo de pensar en la tecnología como un simple acto de magia y solamente maravillarnos cuando vemos a una máquina escribir un poema, hacer una disertación entera sobre la bibliografía de Miguel de Cervantes o crear una canción con el estilo de Taylor Swift y la voz de Bad Bunny en cuestión de unos pocos segundos.
No porque no sea sorprendente observar las capacidades que la IA ha adquirido en los últimos meses, sino porque por primera vez en la historia tenemos la responsabilidad como sociedad de no dar por sentada esta tecnología, normalizarla o pensar que simplemente está ahí y que es responsabilidad de los “tecnólogos” resolver y entender cómo funciona y sus posibles implicaciones. No se trata de que cada uno de nosotros nos convirtamos en expertos en redes neuronales o en modelos de lenguaje.
El impacto que la IA tendrá en cada aspecto de nuestras vidas es tal que nuestro mayor riesgo y oportunidad perdida como humanidad es pensar que su desarrollo y evolución es como un truco de magia, que podemos ver con fascinación durante un rato, pero que no vale la pena involucrarnos porque no entendemos cómo funciona.