No pasó mucho tiempo para que el internet se saturara de ofertas educativas y de entretenimiento que aprovechaban esta tecnología para aligerar el tiempo de la gente; de las ahora inconfundibles pantallas fragmentadas que plasmaban desde anhelados encuentros entre celebridades hasta las más variadas muestras artísticas que intentaban capturar un año histórico; mención aparte para las conversaciones entre familias, amigos y compañeros de trabajo, destacando además que algunos de estos encuentros se vieron marcados por toda clase de absurdos.
Basta con echar un vistazo a los números de Zoom para entender su dominancia durante la pandemia. Pasó de los 19 millones de usuarios registrados en diciembre 2019 a los más de 200 millones en marzo 2020. La cifra rebasó los 300 millones en abril y hoy día parece casi imposible encontrar alguien que no haya empleado este recurso en los últimos meses.
Pero hasta la que pasará a la historia como una de las herramientas más importantes para garantizar la interacción humana en tiempos de aislacionismo tiene un límite. Así lo concluye un estudio realizado en la Universidad de Stanford en el que se advierte sobre el desgaste provocado por este tipo de comunicación y que ha sido bautizado como “fatiga de Zoom”.
Tal y como su nombre lo indica, este mal alude al cansancio físico, mental y emocional que experimentan los usuarios al pasar varias horas del día en reuniones virtuales, ya sean personales o laborales. Muchos lo hemos sentido, pero ¿cómo explicarlo? El autor del estudio Jeremy N. Bailenson lo atribuye a diversos aspectos. El primero es que la naturaleza visual de su interfaz ha obligado a cambiar actitudes que generalmente son reservadas para las personas más cercanas, como es el mirar a los ojos. Estos contactos directos ahora se usan con todo tipo de personas y por largos periodos de tiempo, con rostros que aparecen en primer plano y que son ligeramente distorsionados por la disposición de la pantalla. Un inverso a la llamada incomodidad del ascensor que obliga a mirar a otro lado cuando se está en un espacio pequeño con desconocidos.
No menos molesto es el hecho de que una de esas miradas sea la propia. Esto porque la autoexposición prolongada es tan desgastante como estresante al equipararse con un espejo perpetuo que refleja todos los aciertos y errores. El estudio concluyó que este factor es menos grave en personas acostumbradas a verse a sí mismas, como es el caso de los bailarines.
A esto se suman las variantes físicas, como el hecho de que la comunicación no verbal debe enfatizarse para que las personas en pantalla puedan entenderla. Finalmente, el estar sentado por periodos prolongados no sólo puede generar dolores de espalda, sino que atenta contra la creatividad que se tiene cuando se está en movimiento, lo que explica las razones por las que muchas personas se ponen de pie y caminan cuando están pensando una solución a un problema.