En febrero de 1945, en Las Marcas, Italia, Earl Eaton y Peter Seibert, ambos miembros de la Décima División de Montaña del Ejército de Estados Unidos, tomaron junto a un pequeño grupo de partisanos las cimas de los montes Mancinello y Serrasiccia, entonces controlados por la Wermacht tras su fracaso en la campaña italiana. La gesta, una de las más heroicas de la Segunda Guerra Mundial, significó la ruptura definitiva de la impenetrable Línea Gótica germana, imprescindible para el avance aliado hacia el norte. Ya con la guerra terminada, los veteranos y condecorados Eaton y Seibert regresaron a Estados Unidos. A Colorado, más concretamente, el lugar donde unos años atrás habían sido entrenados militarmente antes de viajar a Europa. Allí, en 1960, tras una epifanía en la cumbre de la hoy llamada Vail Mountain, decidieron levantar “la estación de esquí más hermosa”. Y lo consiguieron.
Un verano en las Rocosas: la transformación de Vail cuando la nieve no está
“Las bicicletas son para el verano”, escribe Fernando Fernán Gómez para dar título (y contexto) a su obra teatral. Vail, uno de los más destacados resorts invernales del mundo, también. “Nuestro principal volumen de trabajo sigue siendo durante la temporada de nieve”, nos cuenta Gheorge, empleado del Blü Cow, el bar que quizá sirva uno de los mejores hot dogs del hemisferio occidental: dos salchichas de cerdo y ternera servidas en una baguette francesa con cebolla, curry casero, mostaza picante y lechugas locales. “Pero desde hace unos años el verano está funcionando muy bien”, continúa.
Fundado en 1967, apenas unos años después del advenimiento de Vail como destino invernal, este bar de inspiración suiza y su cañero de cerveza de la vieja escuela se mantienen como testigos impertérritos de la incontenible evolución de una estación de esquí que es mucho más que una estación de esquí. Porque Vail, en verano, sigue siendo Vail. Aunque con matices.
En 1960, tras una epifanía en la cumbre de Vail Mountain, los veteranos de la Segunda Guerra Mundial Earl Eaton y Peter Seibert decidieron levantar “la estación de esquí más hermosa”. Y lo consiguieron.
Antes, revisitemos mitos y leyendas. Hogar de veraneo del expresidente de Estados Unidos Gerald R. Ford (uno de los muchos parques que rodean la localidad lleva el nombre de Betty Ford, su esposa), sobre un banco de una de sus avenidas peatonales se sienta desde hace unos años una estatua de bronce con la figura de Albert Einstein, dato contrastado por el que esto escribe tras una copiosa cena –y un par de martinis– en el Chasing Rabbits, uno de los restaurantes que lideran la vanguardia gastronómica de la localidad (imprescindibles su pasta con ragú de conejo, su milanesa de chuleta de cerdo y su ensalada de cangrejo, además de, por supuesto, su Arcade Place y su biblioteca, transformadas tras el atardecer en el club más animado en 50 kilómetros a la redonda, reggaetón, cómo no, incluido).
Cuenta el mito, susurrado al visitante por lugareños y turistas, que el científico disfrutó de un retiro en Vail para concentrarse en el desarrollo de su Teoría de la Relatividad, su gran legado. Cronológicamente, pienso que parece imposible, sospecha que me termina por confirmar Paul Anders, oriundo de Vail y chef de Sweet Basil, restaurante recomendado por Michelin en su última guía. “La estatua forma parte de la serie Great Contributors del artista Gary Lee Price”, relata mientras continúo degustando en mi imaginación su crema de queso feta, su ragú de pulpo braseado, el surf and turf y sus canelones de azafrán. El Ardito de Baracchi, vino toscano, también ayuda. Y es que, además de chef ejecutivo de Sweet Basil, Anders, egresado de la universidad Johnson and Wales y formado en restaurantes de lujo de California y Colorado, es también un pilar de la comunidad.
Regresemos, pues, a esos matices. Porque en Vail, en verano, la vida puede ser dicotómica. En un solo día uno puede despertarse en una de las habitaciones de The Sebastian y desayunar en sus salones antes de dar un paseo por el río en dirección a Lionshead y subir a la montaña en góndola para después disfrutar del aperitivo con unos ostiones y una copa de albariño en el bar del restaurante Montauk. Un masaje y una sesión de sauna en el mismo The Sebastian y un truffled grilled cheese sándwich acompañado de un gimlet local en el bar The Gambit son también un buen plan para alargar la tarde. La otra opción es madrugar y aceptar el riesgo como un pasatiempo más. El lobby del Grand Hyatt se llena todas las mañanas de decenas de personas dispuestas a exprimir alguna de las decenas de opciones que ofrece al aventurero el valle del río Gore Creek. Escalada, downhill, alpinismo, kayak, canoa, parapente, salto en paracaídas, senderismo y descenso de cañones, entre otros deportes, son los favoritos del turista medio.
Nosotros, gente arriesgada, apostamos por el rafting en aguas bravas y nos dirigimos a Eagle para formar parte de una expedición en balsa que durante las siguientes horas nos llevará por el río homónimo a través de cascadas, aguas calmas y mansiones espectaculares sobrevoladas por águilas calvas, lo mejor del viaje. Hasta cuatro pudimos observar en apenas unos minutos gracias a la buena vista de Dan Koerber, nuestro guía de Timberline Tours, compañía que aglutina entre su equipo a Mike Reid, leyenda mundial del rafting y miembro fundador del primer equipo nacional de Estados Unidos de la especialidad.
El hiking (caminar durante horas por un sendero, normalmente hacia arriba) es otra de las actividades preferidas en Vail y sus alrededores. Las opciones son casi infinitas, la cerveza en el Chophouse de Lionshead al regreso, imprescindible. Allí uno puede recordar los mejores momentos de la mañana mientras prepara la tarde. Las opciones, esta vez, ni se contemplan.
La alberca del spa del hotel Grand Hyatt, colgada sobre el río Gore Creek, es fija en la lista, y el restaurante Makoto, en el mismo hotel, un templo de la cocina nipona aterrizado en Colorado tras las exitosas experiencias de su chef Makoto Okuwa en localizaciones como Washington D.C, Ciudad de Panamá, Miami, São Paulo o Ciudad de México. Los fideos con estofado de res, sus sashimis con cítricos y chiles y especialmente su nigiri de erizo forman parte ya de la memoria gastronómica de la localidad.
Otro plan difícilmente rechazable lo encontramos a la orilla del río, donde un picnic con quesos y charcutería como protagonistas, regado por vino espumoso y refrescos, puede transformarse en el preludio ideal antes de un concierto en el anfiteatro Gerald R. Ford. Allí, una excelente y cuidada programación llena todos los días del verano las butacas del Bravo! Vail, festival en el que conviven en paz propuestas como las de la orquesta Sinfónica de Minería (tuvimos la ocasión de presenciar su primera actuación en Colorado) o las de las de la Filarmónica de Nueva York o la Sinfónica de Dallas, el broche perfecto para unas vacaciones de verano en las que Vail se disfraza de uno de los mejores resorts veraniegos de Norteamérica.