"Estábamos sorprendidos, [las uvas] empezaron a madurar muy rápidamente en los últimos días", explicó Francois Capdellayre, presidente de la cooperativa vinícola Dom Brial en Baixas, cerca de Perpiñán (sureste).
"Nunca en treinta años había empezado mi vendimia el 9 de agosto", declaró Jérôme Despey, propietario en la región de L'Hérault.
La uva se seca
Como otros muchos agricultores, los viticultores franceses se han ido adaptando paulatinamente a la nueva realidad climática.
Pero la sequía excepcional de este año, con un mes de julio que batió el récord precedente de 1961, y los picos de calor han acelerado las cosas.
Solamente 10% de los viñedos franceses utilizan sistemas de riego artificial, que pueden ser muy caros o muy complicados de instalar.
Las viñas son plantas especialmente resistentes, cuyas raíces penetran profundamente en la tierra a la búsqueda de agua.
Los viticultores históricamente prefieren el sol al exceso de lluvia porque el estrés hídrico favorece el nivel de azúcar en la uva. Y las lluvias fuera del ciclo natural de la primavera provoca la aparición de hongos.
Pero la situación actual sobrepasa lo previsto.
Cuando el agua escasea de forma excesiva, la cepa se protege perdiendo hojas y dejando de suministrar nutriente a las uvas, lo que interrumpe su desarrollo.
"No ha caído una gota de agua en dos meses", explicó en Alsacia Gilles Ehrhart, presidente de la asociación regional de viticultores.
"Vamos a tener una vendimia muy, muy pequeña", predice este veterano agricultor.
Cuando la temperatura sobrepasa los 38º C, "la uva se seca, pierde volumen y la calidad se resiente" explica.
El nivel de azúcar se vuelve excesivo y eso provoca una tasa de alcohol "demasiado elevada para los consumidores", añade Pierre Champetier, presidente de la Denominación de Origen Protegida de la región de Ardeche, al sur de Lyon.
Champetier empezó a recoger la uva el pasado lunes. "Hace 40 años empezábamos hacia el 20 de septiembre", explicó.