Una ola de calor es más que una simple subida en las temperaturas. La Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica las define como “un período de clima inusualmente cálido que generalmente dura dos o más días. Para ser considerada una ola de calor, las temperaturas deben estar fuera de los promedios históricos de un área determinada”.
Históricamente, no han generado gran preocupación en el grueso de la gente. Más allá del negacionismo que rodea al cambio climático, es común pensar que no son más que fenómenos aislados de poca importancia y cuya incomodidad puede resolverse con aire acondicionado, una bebida y un manguerazo o un chapuzón. Grave error.
Es un hecho que las olas de calor son fenómenos naturales que se dan cuando se desarrolla una alta presión en un área específica y que resulta en un clima seco. También lo es que éstas han aumentado significativamente con la actividad humana. El número empezó a subir con el comienzo de la Revolución Industrial y ha crecido de manera paulatina hasta llegar al punto en el que estamos ahora. Una amenaza lenta y silenciosa que se torna cada vez más peligrosa. Basta recordar que la última década del siglo XX dejó seis de alto impacto, mientras que el 2022 acumula siete hasta ahora. Algunas, además, en zonas inusualmente extensas, como la que aqueja a buena parte de la región europea.
La anomalía no ha pasado desapercibida para el grueso de la gente que ya empieza a preguntarse sobre el futuro. ¿Cuántas olas de calor quedan en el año? ¿Será el 2023 aún peor? ¿Y lo que queda de la década?
¿Es posible hacer algo para cambiar la situación? Esta es la pregunta que más importa.