Audemars Piguet nos ha acostumbrado a este tipo de disrupciones, sobre todo desde 1972, cuando presentó el Royal Oak, un reloj deportivo de lujo hecho de acero, con bisel octagonal y brazalete integrado, que cambió para siempre el destino de la casa y de toda la industria. Con ese guardatiempo —un best seller eterno— comenzó la tendencia sport elegant a la que después se sumaron las marcas de mayor renombre, y que sigue siendo una de las más exitosas del negocio relojero. Dos décadas después, en 1993, presentó el Royal Oak Offshore, la versión musculosa de su ícono, que provocó polémica por su gran tamaño para la época —42 milímetros de diámetro— y marcó el inicio de la era de los relojes oversized.
Su nuevo museo, recién terminado, sigue la ruta de “romper las reglas”, como dice el eslogan de Audemars Piguet, con una propuesta vanguardista y técnicamente prodigiosa en la que 108 paneles de vidrio curvo estructural sostienen las 470 toneladas del techo, compuesto por dos planchas circulares de acero que, cuando el clima lo permite, están cubiertas por una alfombra de pasto que ayuda a ajustar térmicamente el interior y absorber la lluvia. Cada panel de vidrio tiene un grosor máximo de 12 centímetros y su fabricación toma tres semanas. Además, una malla de latón reviste el exterior para regular la luz y la temperatura.