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Más allá del algoritmo: cómo construir una identidad sonora para el cierre de año

Reportes de la industria musical revelan una creciente necesidad de curaduría humana frente a las recomendaciones automatizadas.
vie 26 diciembre 2025 08:00 AM
Foto de un hombre de perfil escuchando música con audífonos de diadema.
Mientras el algoritmo nos dice qué escuchar, cada vez más personas se preguntan si esa música realmente les pertenece. (Foto: Delmaine Donson/Getty Images)

El cierre del año suele estar dictado por el recuento de nuestra data y, tan es así que herramientas como Spotify Wrapped o Apple Music Replay son dos de las funciones más esperadas cada diciembre, confirmando año con año al que ya sabemos: que los éxitos globales dominan nuestra cotidianidad sonora.

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Esta hegemonía no es coincidencia y, de hecho, hay estadísticas muy claras sobre estos hábitos de consumo de la música: sólo 1% de los artistas más escuchados genera 90% de las reproducciones globales, según un reporte de 2024 publicado por la consultora Luminate. Sí, aún tenemos un amplio abanico de bandas y artistas que espera ser descubierto.

Y es que esta concentración reduce drásticamente la visibilidad de propuestas emergentes, provocando que el paisaje sonoro del año sea, en esencia, una repetición de lo que escuchamos de enero a noviembre, pero el problema no radica en la calidad de esos hits, sino en la homogeneización del entorno sonoro.

En su libro How Music Works (2012), David Byrne sostiene que la música no es un “ente aislado”, sino que su valor nace de la relación entre el sonido, el espacio y, por supuesto, el momento de vida del oyente. Es decir, según explica el cantautor, la música nunca es “sólo sonido” sino que se define por el lugar en el que la escuchas y la compañía. De ahí que la relevancia de una selección musical no reside únicamente en su popularidad, sino en su contexto.

Bajo esta premisa, una playlist que sólo replica los listados de éxitos ignora la oportunidad de construir una atmósfera propia para ese ritual que tanto nos gusta de cerrar el año.

Y no, no es que todo esto se trate de “rechazar lo masivo”, realmente hits como “Houdini” de Dua Lipa, “Manchild” de Sabrina Carpenter, “The fate of Ophelia” de Taylor Swift o “BAILE INoLVIDABLE” de Bad Bunny, funcionan perfectamente por su capacidad de conexión inmediata y el que sean grandes éxitos no les resta un ápice de calidad, sin embargo se trata de equilibrar nuestra “dieta auditiva” para evitar la dichosa Fatiga de Algoritmo.

De hecho, el informe Music Consumer Insight Report de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI) indica que 45% de los usuarios busca activamente música fuera de las recomendaciones automatizadas, lo que demuestra que existe el deseo por una curaduría más humana.

Por ejemplo, grandes figuras de la producción musical como Rick Rubin y Mark Ronson coinciden en que la intención creativa debe preceder al alcance comercial.

Rubin, en su obra The Creative Act: A Way of Being (2023), insiste en que el valor de la música no está en su alcance, sino en su intención, sugiriendo que el público llega al final de un proceso que nace de una necesidad de existir. Mientras que Ronson asegura que la mejor música suele nacer de la curiosidad y no de la persecución del éxito preexistente.

¿Qué se gana al integrar canciones que no dominan las listas? Se descubren matices, atmósferas y emociones que el software suele omitir por diseño. Diversificar la escucha permite que la música deje de ser un ruido de fondo genérico para convertirse en un acompañamiento.

Al final, la construcción de una identidad sonora personal no depende de seguir la tendencia, sino de entender que cada canción elegida con intención contribuye a fijar un recuerdo específico, otorgándole al cierre de ciclo un carácter único y reflexivo que trasciende la métrica digital.

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