En el penthouse donde vive Alfonso Herrera hay una terraza grande que queda casi debajo de la invisible ruta de descenso de los aviones que se dirigen al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Desde ahí, si el actor mira hacia el cielo, puede reconocer de inmediato qué tipo de aeronave lo sobrevuela cuando escucha el característico sonido de las turbinas y del fuselaje que raspa el aire. “Yo puedo ver pasar un avión y decirte si es un Embraer, Boeing, Airbus A380 o A340, o si es un…”, dice Alfonso y continúa enlistando varios modelos más. “Es algo que me encanta, que va más allá de mí”.
Entrevista: la travesía de Alfonso Herrera
Un avión en el cielo es un guiño a la vida que pudo haber tenido. “Hay una parte de mí que se pregunta qué hubiera pasado si hubiera sido piloto”, dice el actor mexicano que ha vestido sotana en The Exorcist (2016-2017), camiseta de futbolista en El Diez (2011) y, recientemente, ropa de época de principios del siglo XX en El baile de los 41 (2020), película del cineasta David Pablos en la que interpreta al empresario Ignacio de la Torre, yerno del expresidente Porfirio Díaz y uno de los personajes políticos más prometedores hasta que se le descubrió en una fiesta gay en 1901.
A los 17 años, Alfonso inició el proceso de inscripción en una escuela de aviación en San Antonio, Texas. Su elección profesional, sin embargo, también tenía una íntima conexión emocional con el niño que fue tras el divorcio de sus padres, situación que lo obligó a viajar constantemente de Guadalajara, Jalisco —en donde vivía con su madre, Ruth, bibliotecaria—, a la Ciudad de México, en donde radicaba su padre, Alfonso, odontólogo.
“Desde que tengo uso de conciencia, mis padres están separados. A pesar de eso fue muy funcional, yo tuve la atención y el cariño de cada uno por separado”, explica Alfonso, quien nació en Guadalajara el 28 de agosto de 1983. “Desde los cinco años viajaba solo y para mí los aeropuertos se convirtieron en lugares de transiciones que me daban mucha ilusión, pero también esta sensación de despedida. Había sentimientos encontrados, y a esa edad manejar eso era interesante”.
Décadas después, su vida profesional es, en buena medida, eso mismo que le tocó vivir de niño en los aeropuertos: una interesante forma de manejar sentimientos encontrados. Y si infancia es destino, no es extraño que Alfonso se defina como “alguien que tiene que estar en constante movimiento”. Pero su objetivo cambió y todo sucedió de forma tan imprevista como rápida. “La actuación fue algo que ni siquiera yo vi venir”, confiesa.
Mudarse a los 15 años a la Ciudad de México para vivir con su padre fue su punto de inflexión. En la Academia Edron conoció a personas que lo hicieron descubrir la actuación, ya que ahí coincidió con Ximena Sariñana y José María de Tavira, ambos con inclinaciones actorales e importantes conexiones en la industria, pero sobre todo entró en contacto con un profesor que lo marcó.
“Teníamos un maestro que admirábamos muchísimo, un escocés, loco, porque renunció a un trabajo muy sólido en Europa para venirse a dar clases a una escuelita en México. Él nos daba ciencias, pero en las tardes tenía un taller de teatro, y nos encantaba quedarnos en sus talleres, lo disfrutábamos muchísimo. Este gusano de la actuación empezó ahí”.
“La idea era jugármela, porque de eso se trata la vida. Preferí eso a estar cómodo haciendo otra telenovela”
En 2002, asistió por curiosidad al casting de una película que dirigiría Fernando Sariñana, el padre de su amiga Ximena. Este drama romántico juvenil sobre la diferencia de clases sociales —que tenía como título tentativo Romance en la plaza y finalmente se llamó Amarte duele (2002)— hizo que lo que para Alfonso parecía ser una escala lúdica, se convirtiera en la ruta que lo definiría.
“Cuando llegamos a hacer esta película, ya existía de mi parte un rigor, unas ganas de búsqueda de un personaje. Pero si Amarte duele no hubiera sido tan exitosa, quizás ahorita estaría en San Antonio… o más bien estaría igual, guardado en mi casa, porque por la pandemia casi nadie esta volando”, comenta Alfonso y sonríe.
CAMBIO DE RUTA
Cuando Alfonso desechó la idea de estudiar aviación, irónicamente su ritmo de vida fue similar al de un piloto. Tras interpretar al antagonista en Amarte duele, el productor Pedro Damián le ofreció un papel en la telenovela juvenil Clase 406 (2002-2003) y después en Rebelde (2004-2006). “Eso se convirtió en una cosa brutal y aquella prioridad de irme a San Antonio se fue traspapelando. Y mira, aquí sigo”, dice Alfonso.
Por el éxito de la novela, se desprendió el grupo vocal pop RBD, que los llevó de gira por México y Latinoamérica. Es decir, la vida de Alfonso se convirtió en una rutina de aeropuertos y hoteles que él recuerda, por la velocidad con la que experimentaba todo, a veces como visitas a no-lugares, por su incapacidad de poder realmente experimentarlos. Fue un periodo muy intenso, de muchas transiciones y pocas estadías reales.
“RBD me dio la posibilidad de viajar mucho, de generar una seguridad económica, de ser mediáticamente conocido. Sin embargo, yo sabía que el estar ahí me limitaba a desarrollarme personalmente y, por las características del proyecto, también sabía que iba a tener un principio y un fin, simplemente porque era una licencia de un proyecto argentino que no le pertenecía a Televisa y que, en el momento en el que se dejara de pagar la franquicia, iba a terminar”.
"Tiene que ver con ser honesto con lo que quieres y hacia dónde quieres ir, más allá del dinero y la proyección, creo que eso ha sido una constante en mi vida”
Después de la serie RBD: la familia (2007), un spin-off de la telenovela, se replanteó el camino a seguir. La certeza le llegó un día de 2008, cuando alguien muy cercano a él preguntó si lo que él quería era “¿seguir chambeando o crear una carrera?”. “Sabía que la gente me conocía, pero pensé: ‘Ok, ¿yo qué hago con eso?, ¿hacia dónde lo puedo direccionar? Eso significó poner un freno de mano y tomar decisiones muy pensadas”.
Alfonso, quien desde los 19 años vivía solo y era autosuficiente, renunció a Televisa. “La idea era jugármela, porque de eso se trata la vida. Preferí eso a estar cómodo haciendo otra telenovela, brincando de foro en foro, haciendo un personaje casi similar, con directores diferentes, pero bajo la misma fórmula. Yo quería otra cosa”.
Esta decisión la tomó en un contexto aún de duopolio televisivo, en donde no existía la oferta de trabajo de hoy en día por el auge de las plataformas de streaming. Lo sentía un poco como un salto al vacío. “Tenía un ahorro, pero realmente era una incertidumbre brutal”. Probó otros mercados. Filmó en Colombia un episodio de la serie Tiempo final (2009) y protagonizó la película venezolana Venezzia (2009). “Tenía la certeza de querer hacerlo, pero también muchas dudas porque no sabía si me iban a contratar”, recuerda. “Muchos directores de cine me decían: ‘Pues sí, sabemos quién eres, el que salía en esta telenovela y este grupo, ¿pero tú qué más haces? Fue picar piedra”.
VIAJE AL PASADO
Alfonso recuerda que se fue de pinta al cine para ver Matrix (1999). Con solo 16 años jamás imaginó que, más de una década después, él estaría en una de las historias más ambiciosa de Netflix, Sense8 (2015), serie filmada en 16 ciudades de cuatro continentes y dirigida por las cineastas de ese mismo filme de culto, las hermanas Lana y Lilly Wachowski. “Las vueltas que da la vida”, dice Alfonso. “Trabajar con ellas fue para mí algo que me voló la cabeza. Recuerdo que todos en Los Ángeles estaban tras esa serie y cuando tuve el casting solo pensé: ‘No la vayas a cagar’, así de contundente te lo puedo resumir”.
Esta serie, además de la exposición global que le dio, tuvo también un significado más profundo porque la trama y su personaje estaban en sintonía con su discurso como defensor de los derechos LGBTQ+, pues en esta, él y el español Miguel Ángel Silvestre daban vida a una pareja. “Soy un aliado de la comunidad y ellos me perciben así”. Alfonso explica que lo que más le interesaba era hacer una actuación sólida, alejada de la caricatura que se tiende a hacer en varias producciones. La relación de pareja que encarnaban era aún más compleja porque exploraba el poliamor y escenas de sexo. “Sabíamos que se iba a hablar mucho de eso”, recuerda. “Yo quería hacerlo de la mejor forma, pero Lana llegó y se percató en los ensayos de una desconexión mía y me contó una anécdota muy personal. Automáticamente, eso cambió esa desconexión o ese trastabilleo en los ensayos”.
"La película El Baile de los 41 va a dar de qué hablar. Está hecha con muchos huevos, con metáfora y sin metáfora”
El día de la sesión de fotos para Life and Style, entre toma y toma, Alfonso empieza a hablar sobre El baile de los 41 y, antes de volver a posar, dice: “Esa película va a dar de qué hablar. Está hecha con muchos huevos, con metáfora y sin metáfora”. La historia se centra en Ignacio de la Torre, el yerno homosexual de Porfirio Díaz, interpretado por Herrera, quien fue sorprendido en una fiesta gay en 1901. "Se sabe muy poco de él. Me sorprendió que era la cuarta persona más importante en la industria azucarera en el mundo, pero por el simple hecho de ser homosexual lo metieron a un baúl y le pusieron llave. La película no está intentando sanear su imagen, sino dar una imagen tridimensional de quién era”.
El filme representa un escalón nuevo para Alfonso: su primer protagónico en una película de autor, pues lo dirigió David Pablos, director de Las elegidas (2015), ganadora del Ariel a mejor película y que compitió en la categoría Una Cierta Mirada, en el Festival de Cannes. Pablos explica que cuando escribía el guion se imaginaba a Alfonso, pues lo había visto en Sense8. “Ahí dije, ‘es buen actor’. Sé que por haber formado parte de un grupo pop muchos le pusieron un estigma. Para mí nunca fue así y creo que cada decisión que ha tomado lo ha hecho alejarse de ese lugar”.
OH, CAPITÁN
Para alguien que siempre soñó con vivir en el aire, Alfonso tiene bien plantados los pies en la tierra. “Mi familia es mi prioridad”, dice. Confiesa que justo después de comprometerse con su ahora esposa, la periodista Diana Vázquez, rechazó uno de los proyectos más importantes que le habían ofrecido porque significaba que tenía que viajar a Canadá e interrumpir un viaje de pareja. “Mi agente me subrayaba que era una gran oportunidad y mi esposa me decía: ‘Vamos, yo te apoyo’. Pero me negué, ahí en pleno barco, porque si yo tomaba esa decisión, significaba que iba a normalizarla y priorizar el trabajo sobre mi familia”.
Alfonso conoció a Diana, periodista, cuando colaboró para una plataforma digital en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Recuerda que ella entró a la sala de juntas y en cinco minutos resumió lo que él debía de hacer y no le habían podido explicar en más de media hora. “Trabajamos muy bien y solo coincidimos años después, en diferentes etapas de nuestra vida”, revela, “pero hubo una parte que nunca se fue a pesar de que pasó mucho tiempo, que fue la admiración”.
Cuando Alfonso responde cómo es ser pareja de una periodista, sonríe. “Es maravilloso, pero complejo al mismo tiempo”. Comparte algunas viñetas, como la vez que entró al departamento de ella para ir a correr muy temprano por la mañana y al despertarla le dijo casualmente que se había escapado “El Chapo”, y ella corrió a la computadora, ignorándolo por completo, para empezar a trabajar, o la vez que fue a una boda de los amigos de ella y vio que todos sus colegas se pusieron a trabajar porque había muerto Fidel Castro.
Alfonso también ha dejado ir proyectos más grandes, mediáticos, por el teatro, específicamente por la obra La sociedad de los poetas muertos. “Era uno muy importante de Netflix, que de hecho acaba de estrenar, pero otra vez no podía bajarme del barco y dejar esta vez a los poetas solos”. Esta obra, adaptación del filme homónimo protagonizado por Robin Williams, representa para Alfonso mucho más que una puesta en escena. “La historia tiene que ver con ser honesto con lo que quieres y hacia dónde quieres ir, más allá del dinero y la proyección, creo que eso ha sido una constante en mi vida y yo he elegido lo otro, porque me hace feliz”.
Y pese a que Alfonso se dedica a algo que nunca imaginó y lo hace feliz, admite que cada que se sube a un avión, su vista siempre tiende a ver hacia la izquierda. “Me sigue fascinando ver el interior de una cabina”, dice y, feliz, recuerda una anécdota. “Cuando viajaba con el grupo, RBD, siempre le decía a las sobrecargos si había la posibilidad de ver el aterrizaje desde dentro de la cabina, y de todas las veces que lo hice, una pegó y fue fascinante. Me encanta”.
Créditos:
Fotos: Gunther Sahagún
Styling: Celeste Anzures
Grooming: Davo Sthebané para Givenchy Beauty