Terminamos el capítulo anterior rebozándonos por el suelo en una terracería arenosa en la Reserva de la Biosfera del Pinacate, en el desierto de Altar, en el estado de Sonora. Por fortuna y, como suele pasar en caminos de tierra, sin daños que lamentar.
La caída me sirve para detenerme, apagar el motor y escuchar la nada. También para levantar la moto por primera vez en el día, pero me temo que no la última. Me esperan cerca de cien kilómetros por arena blanda, uno de los mayores enemigos en un viaje con una moto tan grande y con tanto equipaje.