Me quedé un par de días en Los Algodones, un pueblo cuya mayor peculiaridad es que la mayoría de las personas viven del negocio dental. También hay oculistas y centros de estética. Estadounidenses y canadienses cruzan la frontera para pagar con sus dólares servicios que en su país son mucho más caros. El resultado es un pueblo en el que se respira prosperidad, al menos esa es la impresión que soy capaz de ver como viajero.
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Lo que sí tengo claro, porque lo compruebo una y otra vez, es la generosidad del mexicano con el de fuera. El grupo de motociclistas de Los Algodones me invita a conocer el desierto en quad, lo que me permite, además de pasármelo como un niño pequeño, ver la valla fronteriza en pleno desierto, una obra faraónica y un espectáculo visual que nos regala unas buenas tomas de dron.