El legado del videojuego
“Creo que la razón por la que las personas tienen sentimientos [de cariño por Mario] es que deben sentir cierta cercanía con el personaje, pero no creo necesariamente que sea porque el diseño del personaje sea lindo”, explicó en su momento Shigeru Miyamoto , creador de Mario Bros. “Creo que se debe más a que el personaje dentro del juego actúa como parte del jugador, casi su sustituto del juego y hace lo que quiere que haga. Sienten que tienen control sobre eso y por eso se sienten cercanos al personaje”.
Su respuesta no está nada alejada de la verdad. Los videojuegos, tal y como su nombre lo indican, son herederos directos del juego (así, en cualquier forma), cuya práctica requiere un seguimiento de normas preestablecidas. No suena muy divertido… hasta que agregamos el factor libertad. O lo que es lo mismo: un juego permite evadir la realidad de manera controlada.
Quizá el mejor y más sencillo ejemplo sea Piedra, papel o tijera, descrito por el diseñador de juegos Sam Von Ehren como “un conflicto voluntario entre nosotros; para realizar una danza ritualista específica (agitar los puños, decir ‘Piedra, papel o tijera’ y lanzar una señal con la mano); seguir un sistema de reglas para gobernar nuestro conflicto (si tiras un puño (piedra) y yo hiciera tijeras habrías ganado, y así sucesivamente); y aceptar el resultado de esas interacciones, declarando que uno de nosotros es el ganador y otro el perdedor”. Locura y desenfreno en comparación con la vida cotidiana, pero con la suficiente dosis de control para darle lógica.
Esta misma construcción ha sido heredada por los distintos juegos de mesa a través de la historia: del ajedrez inspirado en el conflicto bélico medieval al Monopoly sustentado netamente en los valores capitalistas. Pero la máxima expansión no llegó sino hasta con los videojuegos, que crearon toda clase de mundos alternos donde las personas pueden experimentar toda clase de aventuras. No de una forma pasiva, como son las narrativas preestablecidas por libros, películas y series, sino activa a través de la toma de decisiones y ejecución de las acciones que permitan completar la misión. Un cruce entre realidad y ficción que va de lo más básico, como sería Pacman deambulando por toda clase de laberintos, a lo más complejo como Final Fantasy, Uncharted o Red Dead Redemption, por nombrar algunos.
Esto los convierte además en dadores de experiencias, que van de lo real pero improbable como la práctica deportiva a nivel profesional o la simulación de vuelo a lo casi completamente imposible como el apocalipsis zombie. Y claro, también a distintos entornos hostiles que van del crimen urbano al bélico, que suelen ser los responsables por la mala fama de los videojuegos.
El impacto del videojuego es tal que recientemente le ha permitido romper los límites de las consolas para abordar otros formatos: el cine y las series. El salto fue tortuoso, pues la gran mayoría de los primeros títulos fracasaron en capturar la esencia de sus respectivos títulos, lo que invariablemente provocó el rechazo de los aficionados. La situación ha cambiado con el tiempo y aunque el camino todavía tiene altibajos importantes, la comprensión de la fórmula es cada vez mayor. Al igual que el deleite del público objetivo, claro está. Esto ha resultado en un aumento, no exponencial pero sí considerable de adaptaciones: The Last of Us, Uncharted, Mario Bros. son sólo algunas de las más anticipadas.
El videojuego es diversión, pero también es un potenciador de habilidades y más recientemente ha sido abrazado también como una expresión cultural. No lo satanicemos sin razón. Mejor minimicemos sus aspectos negativos y abracemos sus numerosos beneficios para sacarle el máximo provecho.