Ser una persona sobresaliente tiene un lado oscuro más allá del triunfo y el reconocimiento. Con el virtuosismo viene una presión enorme por ser siempre el mejor. Recientemente, la psicología creó el término “resaca del cuadro de honor” para referirse a la carga psicológica creada por el sistema rígido de creencias que nos inculcan en la escuela sobre el éxito, y que con el tiempo arrastramos a otras facetas de la vida: sacar diez todo el tiempo, ir a una buena universidad, tener fama, ser el mejor del equipo… o bien, ser la estrella olímpica de tu país.
La resaca del cuadro de honor te obliga a tomar medidas estrictas para ganarte un lugar privilegiado en el mundo, sólo para descubrir que, después de conseguirlo, sigues siendo infeliz. Con eso viene una confusión existencial: ¿por qué si lograste lo que tanto querías te sigues sintiendo vacío? Es como si corrieras kilómetros y kilómetros para alcanzar un arcoíris, sólo para descubrir que no existe. Tú única recompensa es estar cansado, vacío, confundido y deprimido.
El probema no es tanto la meta, sino la relación que se tiene con ella. Una persona sobresaliente suele sobreidentificarse con sus metas, al grado de que basa en ellas su valor como persona. Simone Biles, por ejemplo, estuvo fallando en acrobacias que normalmente no tendrían que salirle mal, meses antes de los Juegos Olímpicos. Sí a eso sumamos la presión de ser la cara de uno de los deportes más queridos del público estadounidense –la gimnasia–, ¿cómo no colapsar? Un atleta olímpico, al dedicarse a su deporte de elección en un nivel tan demandante, adquiere una actitud muy agresiva hacia sus metas y éxito, lo que, según algunas investigaciones, lleva al famoso y temido burnout, así como a una motivación reducida. Otros estudios señalan que, además, este tipo de éxito causa una adicción a las metas: el cerebro reacciona ante un sistema de recompensas que se satisface tan sólo con proponerse metas, ya ni siquiera con cumplirlas. Por eso, es común que la gente persiga metas incluso cuando y ni les causan felicidad.
Romper el ciclo comienza con reconocer las metas que ya no sirven. Esto se hace tomando en cuenta tres señales: ya no te sientes motivado, piensas más en el resultado que en el proceso y la meta te trae más estrés que beneficios. Sí una meta tiene alguna de estas tres características, es muy posible que ya no vaya contigo.
Otra cosa qué hay que reconocer es la razón por la que persigues algo. Esto va muy ligado al punto anterior: si sólo lo haces por reconocimiento, por demostrar algo o por quedar bien con alguien, en lugar de hacerlo por la felicidad que te da la actividad en cuestión, es momento de moverte hacia otras metas.