Él es el mexicano más exitoso en la historia de la F1
Hijo de uno de los propietarios de la cadena de tiendas departamentales 'El Nuevo Mundo', el papá de Jo Ramírez creció con todos los lujos imaginables. Pero cuando el abuelo empezó a sufrir alzhéimer y sus socios le quitaron todo, el lujo desapareció. “Aquello fue bueno para mí porque, aunque nunca me faltó de nada, mi padre se esforzó mucho en que aprendiera el valor del dinero”, me aseguró Jo.
Tras una sencilla infancia en la colonia Nápoles, nuestro protagonista decidió estudiar Ingeniería Eléctrica “porque era lo único que me iba a permitir ver algunos coches”, al tiempo que empezaba a seguir los pasos de Ricardo Rodríguez, con quien entabló amistad, corriendo con él en circuitos de karts, como el de Cuernavaca o el de Ciudad Satélite. Cuando Ricardo fue reclutado por Ferrari, Jo tomó la decisión que cambiaría su vida: irlo a buscar a Italia. ¿Sus armas? Estudios incompletos, ni una palabra de italiano y 500 dólares en ahorros. Gracias al papá de un amigo, el vuelo a Nueva York le salió gratis. El viaje hasta Europa en el trasatlántico Queen Elizabeth le costó 200 dólares. Le quedaban 300 dólares. Era 1962. Jo tenía 20 años.
Tras varias peripecias, finalmente encontró a Ricardo, quien le presentó a Eugenio Dragoni y a Mauro Forghieri, del equipo Ferrari, que quedaron encantados con la pasión por los autos de aquel mexicano y le permitieron acompañar al equipo, lavar coches y servir cafés a cambio de hospedaje y comida. “Yo estaba feliz, iba a aprender el idioma y, poco a poco, a hacer trabajos más importantes. Incluso conocí a Enzo Ferrari, que silenciaba el taller con su presencia. Qué respeto le tenían, era una autoridad completa. Cuando me preguntan cómo lo hice, pienso que hoy sería imposible. Mi fortuna es que, en aquellos años, la pasión te abría las puertas”, repitió varias veces durante la visita. Quizá sí, pero tú debías de tener un encanto especial, pensé, justo mientras me contaba cómo se hizo íntimo del ingeniero Forghieri, visitando su casa cada fin de semana para aprender de él. “Si algo aprendí es que la convivencia y la amistad son muy importantes, más que el trabajo, incluso”.
Al final del año, también gracias a Ricardo, Jo conoció a su ídolo, el piloto Juan Manuel Fangio, que lo ayudó a conseguir su primer trabajo real en Maserati. Allí pasó por todas las divisiones hasta llegar a la sección deportiva y trabajar con Gian Paolo Dallara, quien poco después lo convenció para formar parte del equipo que construyó el primer Lamborghini. “Fui el quinto empleado de Lamborghini”, me sonrió. “Pero después de un año me fui porque lo que yo quería eran carreras y el núcleo se había movido a Inglaterra”.
Así que, sin miedo, en su Fiat 500, se fue a Gran Bretaña. Su entrega —pidió que le dejaran trabajar dos semanas sin paga antes de decidir si lo contrataban— le abrió las puertas de Ford. “Me compré una radio y me pasaba el día oyendo comedias y noticias para aprender inglés”, respondió a mi pregunta sobre los idiomas que habla. “Entiendo alemán y hablo italiano, español, portugués, inglés y francés”. Regresando a los coches, tras un tiempo en Ford, en 1966 se sumó como mecánico al proyecto de Dan Gurney para correr en la Fórmula 1; fue en esa época cuando se casó con Bea. Luego de tres años de carreras, Dan lo convenció de irse con él a California para ayudarle a correr en la CanAm, la Trans-Am e Indianápolis.
Dos años estuvo la pareja en Estados Unidos, ahorrando para poder regresar a Inglaterra a comprarse una casa. “La vida era muy fácil en América, no teníamos nada que nos retara, ambos ganábamos muy bien, pero queríamos volver a Europa. Y los astros se alinearon: Dan Gurney se retiró y me ofrecieron un trabajo en Ford Prototipos, que hacían autos para Le Mans”. Con ellos pasó otro par de años, antes de unirse al legendario equipo de Ken Tyrrell. Allí estuvo nada más y nada menos que con Jackie Stewart y François Cevert. Este último se mató en su coche, una de las muchas muertes que le tocó afrontar durante su vida en los circuitos, incluyendo la de su gran amigo Ricardo Rodríguez, Elio de Angelis y el propio Ayrton Senna, tiempo después. “Ricardo fue el primer amigo que perdí y quizá la muerte más dura”, reconoció.
El camino del podio
Jo transmite satisfacción. Ésa fue una de las conclusiones a las que se llega tras un día con él. De lavar coches y servir cafés pasó a ser jefe de mecánicos de Tyrrell, y lo cuenta como algo natural, ahora que los años pueden narrarse en minutos. “Sentía mucha satisfacción, pero lo bonito de este deporte es que nunca te da tiempo de parar”, reflexionó. “Si haces una cosa y te sale bien, la próxima tiene que ser más grande. Ese reto te mantiene joven. Además, no dejas de moverte y trabajas con gente joven. Tú te estás volviendo viejo, pero no deja de entrar gente que te distrae de ello”. El siguiente de esos movimientos llegó cuando los hermanos Fittipaldi le ofrecieron ser su team manager y moverse a Brasil para organizar un nuevo Grand Prix, con esposa e hija a su lado.
Su relación con los Fittipaldi le hizo perder el cabello, pero fortaleció su carácter. “Estuve con ellos casi tres años, hasta que uno de los muchos pleitos que tuvimos me hizo ver que no funcionaríamos juntos y me fui. Vivían en una opulencia increíble, mientras al equipo no nos llegaba todo el dinero del patrocinio. Fue difícil”.
Como siempre, a Jo no le costó encontrar trabajo, ya como team manager y en este caso con el equipo Shadow, que él mismo reconstruyó después de que casi todos sus integrantes se fueran para fundar Arrows. De la mano de los pilotos Hans Stuck y Clay Regazzoni, y, posteriormente, Jan Lammers y Elio de Angelis, empezó una época que le sirvió para demostrar que toda la pasión que lo había llevado hasta este punto venía acompañada de talento. Primero con Shadow, después con ATS (que abandonó por problemas con el conflictivo Hans Gunther Schmid) y, finalmente, con Theodore, Jo se ganó el respeto y el aplauso —literalmente— de los otros team managers gracias a actuaciones memorables para equipos tan pequeños.
Fue entonces, en 1982, cuando llegó su gran momento: la oferta de Ron Dennis, para entonces amigo suyo, de entrar a McLaren. Tras negarse una primera vez, el cambio a motores turbo en la Fórmula 1 lo orilló a aceptar la oferta, aunque nunca se lo reconoció a Dennis. “Ron vende refrigeradores a los esquimales, no tenía que convencerme, pero dejé que lo hiciera. De él aprendí a no aceptar un no por respuesta. Tuvo tanta visión y tanto empuje. Sabía cómo iba a evolucionar la F1. Ron quería que los mecánicos trabajaran en el pit como si estuvieran en la fábrica, sin perder tiempo y con la limpieza de un hospital. Todo el mundo lo empezó a copiar. Lo que McLaren hacía un año, al año siguiente lo hacían todos”.
SENNA Y PROST: LOS AÑOS DORADOS
Si por algo es recordado Jo es por su trabajo como team manager durante la etapa más importante de McLaren y, en palabras del propio Ramírez, “una de las épocas más bonitas de la historia del automovilismo”. Hablo de los años en los que Alain Prost y Ayrton Senna le dieron al equipo cuatro campeonatos consecutivos, entre 1988 y 1991. “Teníamos los mejores autos, aunque nuestra supremacía no era como la de Mercedes ahora”, me contó Jo. “Pero teníamos dos pilotos increíbles que ni ellos sabían qué tanto el uno empujaba al otro”.
El mexicano sólo tiene buenas palabras para ambos, con los que asegura tuvo una muy buena relación. Pero conforme la plática avanza uno se da cuenta de su admiración por Senna. “Cuando llegó a McLaren, él sabía que no iba a ser fácil compartir equipo con el número 1, que era Prost. Pero, aun así, triunfó”, recordó orgulloso. “La gran diferencia entre ambos era que, si Prost tenía el coche como a él le gustaba, era imparable. Pero, ¿cuántas veces pasa eso? Las veces que Prost lo tuvo fue invencible. En cambio, Senna se adaptaba al coche. Prost lo probaba y pedía cambios. Senna nos decía que lo preparáramos igual que el de Prost, que él se las arreglaría”.
Para Jo, las comparaciones que se hacen con Fernando Alonso y Lewis Hamilton o Nico Rosberg y Hamilton no tienen sentido. “Lo de ahora es cosa de niños, ellos eran hombres, era otra época. Antes, cuando un Senna o un Nigel Mansell pasaban por el pit había un aura en ellos, como de gladiadores, que se ha perdido. Para mí, esto no se trata sólo de coches, sino de personalidades. Ahora, los pilotos no dicen nada espontáneo, ni interesante ni personal. Están programados por sus sponsors y la FIA para decir lo que tienen que decir”.
Ya en la mesa, la conversación siguió por un par de horas más, siempre en torno al automovilismo. En torno a la gente que le permitió conocer. David Niven, el actor. Elizabeth Taylor y la princesa Diana. Y tantos pilotos míticos. El introvertido Niki Lauda, que fue el primero en presentarse a la fiesta de despedida de Jo en Indianápolis. El insoportable Nigel Mansell, capaz de quejarse por tener que firmar un papel para recoger su coche al bajar de su avión privado. “El año pasado en México, tras el GP, en la premier de Spectre, mandó a llamarme para que le hiciera compañía... Se debe sentir tan solo. Siempre manejó con el corazón, pero nunca tuvo cabeza”. El gran Michael Schumacher, al que Jo siempre le agradecerá haber reconocido que si Senna no hubiera muerto, sus récords no serían los que son. Carlos Slim, quien le animó a escribir su autobiografía. Checo Pérez, del que dijo cosas muy duras cuando éste desperdició su oportunidad en McLaren; “errores de juventud, le preocupaba demasiado el dinero. Yo creo que le sirvieron mis palabras, aunque no lo reconocerá”.
Jo es una enciclopedia. Una leyenda que tiene las puertas abiertas en todos los circuitos y talleres del mundo. Un hombre amable de sonrisa cálida con dichos tan entrañables como “en la Fórmula 1, tantas mujeres y tan poco tiempo”. Un mexicano al que lo único que le faltó fue ser piloto: “Quizá sea lo único de lo que me arrepiento, de no haberlo intentado más”. Un apasionado que quiere ser recordado como un amante del motor “que vivió su vida entera sin trabajar”.
No fue fácil despedirse. Sentía que podía seguir hablando con él hasta bien entrada la noche. Recogí mis cosas y me fui, mil veces agradecido con Jo por haberme contagiado su infinita pasión por la Fórmula 1. Su amabilidad es de las que inspiran.