El que los principales estudios cinematográficos estadounidenses, Disney, Warner, Sony suspendan temporalmente sus estrenos en Rusia por la invasión a Ucrania, o que Netflix pause la producción de sus proyectos relacionados con el gigante euroasiático, fue un anuncio controvertido. ¿Cómo puede ayudar una película, incluso una tan anticipada como The Batman, Red o Morbius, a terminar un conflicto armado?
El mundo del cine tiene su papel en la guerra
En realidad no mucho, pues castiga sectores muy específicos que poco o nada tienen que ver con los ataques. En lo moral es un golpe un poco más fuerte, aunque no por ello decisivo, que va en continuidad con lo hecho por otras industrias como el deporte y la tecnología e invariablemente contribuye a los esfuerzos globales por aislar al país.
La verdadera importancia de la medida radica en la continuidad que da a una tradición ideológica. El cine, eternamente asociado con la cultura y el entretenimiento, ha sido también un eterno combatiente en varias de las guerras más importantes de la era moderna, participando además desde diferentes frentes. Ya sea en casa o desde la trinchera, siempre termina jugando un rol decisivo.
Rumbo al combate
La industria del entretenimiento no incursionó en el belicismo de manera voluntaria, sino por reclutamiento. Esto luego de que el presidente Woodrow Wilson manifestara en 1917 su deseo porque el joven pero potente celuloide ayudara a los intereses norteamericanos durante la I Guerra Mundial. “El cine se ha convertido un medio muy efectivo para la difusión de inteligencia pública”, declaró el mandatario Wilson , “y dado que habla un lenguaje universal, se presta de manera importante a la presentación de los planes y propósitos de Estados Unidos”.
El apoyo fue económico y moral, con ayuda directa a las campañas gubernamentales, pero sobre todo ideológico. Sí bien no hubo una oleada de películas bélicas fue principalmente por el poco tiempo que Estados Unidos participó en el conflicto, lo que no impidió que numerosos estudios y algunas de las principales estrellas de la época se interesaran en el tema. Más importante aún fue que se sentó un precedente para los conflictos de años venideros.
El más importante fue, sin duda, la II Guerra Mundial. Es justo decir que la primera industria en ingresar al conflicto no fue la estadounidense, sino la alemana. Esto cuando Joseph Goebbels, ministro de propaganda del Tercer Reich, pidió a sus principales cineastas “que creasen El acorazado Potemkin (1925) del nuevo régimen”, según se registró entonces . Muchos se negaron y los esfuerzos de otros tantos fueron infames, lo que para nada impidió el desarrollo de una sólida máquina propagandística que alcanzó uno de sus puntos más altos con El triunfo de la voluntad (1935). La estrategia no pasó desapercibida para muchos otros países que, en mayor o menor medida, intentaron replicarla con cinematografías que exaltaran los sentimientos de patriotismo, pero todas fueron sucumbiendo ante la escalada de la violencia.
La gran excepción fue la estadounidense que, favorecida por la geografía, el ingreso tardío en el conflicto y la solidez previa de su industria convirtió a Hollywood en un auténtico aparato propagandístico. Una palabra fuerte, pero quizá la única para definir los esfuerzos masivos realizados por tantos estudios que no dudaron en explorar las distintas caras de la guerra ni en exaltar la importancia de un pueblo unido para salir avante. El gran dictador (1940), Un yankeee en la RAF (1941) y Casablanca (1942) son algunos de los ejemplos más reconocidos, pero tampoco nos olvidemos de Donald teniendo pesadillas hitlerianas en Der Fuehrer’s Face (1942) ni de Bugs Bunny enfrentando tropas japonesas en Nips the Nips (1944). Más impresionante aún fue el cortometraje Education for Death (1942) con el que Disney reflejó la manipulación padecida por tantos jóvenes germanos que no hacían sino avanzar hacia una muerte segura. Trabajos tan duros y tan cargados de estereotipos, que hoy día se encuentran censurados por promover valores propios de una época distinta.
Por supuesto que no podemos pasar por alto el paso de tantos actores y actrices consolidados que contribuyeron abiertamente a la causa. Marlene Dietrich viajó a Europa para dar divertir y motivar a las tropas aliadas, James Stewart y Clark Gable participaron activamente en la guerra, destacando que este último tenía orden de búsqueda y captura por parte de Adolph Hitler, quien admiraba su trabajo y deseaba conocerlo en persona. Más enigmático es el caso de Greta Garbo, quien según rumores operó como espía bajo las órdenes del gobierno británico.
Los esfuerzos, no de Hollywood, sino de la industria global no terminaron con el Día de la Victoria. Todo lo contrario: apenas empezaron. Esto recordando que la II Guerra Mundial es el tema más plasmado en toda la historia del celuloide, un número incalculable de películas que cada año aumenta de manera importante con el principal objetivo de que los horrores no se olviden ni se repitan. Un noble esfuerzo que de poco ha servido para una especie humana sedienta de violencia… pero el cine sigue ahí.
De vuelta al campo de batalla
La paz velada de años posteriores no impidió que el cine tomara acción. Primero en la Guerra Fría, donde respaldado por la naciente televisión, partió del apoyo incondicional a la causa norteamericana al mostrar hasta el cansancio los peligros de una potencial infiltración soviética, pero no tardó en cambiar su actitud con cuestionamientos cada vez más directos. A las autoridades, pero también a una sociedad que se dejaba manipular con enorme facilidad.
Ni qué decir de Vietnam, donde permaneció indiferente por años, hasta que la creciente cobertura noticiosa y el descontento generalizado de la población le obligaron a actuar. Su mensaje, aunque para muchos tardío, fue contundente al plasmar con dureza las consecuencias de una guerra sin sentido en toda una generación de veteranos sacudidos para siempre por el trauma. El francotirador (1978), Apocalipsis ahora (1979) y Nacido el 4 de julio (1989) son buenos ejemplos de ello. Incluso Rambo (1982), que mostró las secuelas de tantas personas incapaces de retomar el rumbo incluso en su propia casa.
Esta lentitud no se repetiría con la Guerra contra el terror. Numerosos analistas culturales han concluido que el cine actuó con extrema prontitud y eficacia, al grado que sus críticas contra las invasiones norteamericanas en Medio Oriente fueron más certeras que el grueso de los informativos que no tomaban una postura concreta en torno al conflicto. Zona de miedo (2009), La noche más oscura (2012), Francotirador (2014) y Billy Lynn’s Long Halftime Walk (2016) son sólo algunas de las películas que representaron la necesidad de actuar ante la crisis, pero sin dejar de cuestionar los métodos y las consecuencias que tendrían en una nueva generación de jóvenes estadounidenses.
Aún es pronto para saber cómo terminará la invasión rusa en territorio ucraniano, pero la industria cinematográfica no ha vacilado en dejar muy clara su postura. Numerosos actores, muchos de origen ucraniano como Milla Jovovich y Mila Kunis, han aprovechado su popularidad entre las audiencias para transmitir un mensaje de ayuda urgente. Más directa ha sido el accionar de Sean Penn, quien viajó a la zona de conflicto para grabar un documental que le permita capturar la realidad de los acontecimientos.
Y aunque la suspensión de estrenos parece poco ante el sufrimiento de un país enteros, es una muestra de unión. Poco más puede hacer en estos momentos y ojalá no haya una subida en la violencia que obligue a tomar medidas más extremas. Sin importar lo que suceda, las acciones del cine no terminarán aquí, pues no pasará mucho tiempo para que los pormenores del conflicto lleguen a la pantalla grande, desde la industria hollywoodense o cualquier otra. Porque son historias que deben contarse para conocer las verdades que ocultan, pero sobre todo con la esperanza que estos horrores terminen de una vez por todas.