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La vida de los otros: un perfil de la periodista Leila Guerriero

Lo normal es que Leila Guerriero haga las preguntas, que escriba en tercera persona sobre los demás. Pero esta vez responde sobre ese tema que siempre trata de evitar: ella misma.
mié 15 abril 2020 06:00 AM

Si a Leila Guerriero se le considera la mejor cronista latinoamericana de la actualidad, es quizás porque obviando el particular punto de vista con el que aborda personajes y temas, posee una amabilidad que hace que cualquiera baje la guardia; una actitud tan afable que logra que los extraños la sientan cercana y le cuenten la verdad sobre sí mismos; una ligereza en su trato que le permite que aquellos en los que posa su mirada se dejen ver como pocas veces.

Resulta natural llegar a esta explicación sobre su éxito como escritora de perfiles con solo tratarla unos minutos. Eso transmite la periodista argentina —una cierta calma zen— cuando aparece puntual en el lobby del hotel Meliá de Paseo de la Reforma y saluda con una gentileza delicada, con un apretón hecho de la fuerza justa. Con esa mano, la columnista de El País Semanal ha estrechado la de políticos, artistas, deportistas y demás personajes que simbolizan esos temas que la obsesionan: el poder, la injusticia, la rareza, la catástrofe, la tragedia... Con esos dedos espigados ha escrito los perfiles del cantante Fito Páez, el poeta Nicanor Parra, la bailarina de tango María Nieves, el artista plástico Guillermo Kuitca y otras figuras que conforman el mapa sociocultural de Latinoamérica.

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Los libros de Leila
Estos son los libros que la periodista Leila Guerriero ha publicado bajo el sello de editorial Anagrama

En la base de todo lo que hago está la curiosidad, lo que sigue moviendo mi motor es lo mismo: meter las narices

Con sus ojos, que parece que lo atraviesan todo con curiosidad nata, ha hurgado para dar luz a héroes anónimos. En el reportaje El rastro en los huesos, que le valió el Premio Nuevo Periodismo de Cemex y la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo (FNPI), visibilizó la labor del equipo forense argentino encargado de identificar los restos de los desaparecidos por la dictadura. Pero también ha clavado la retina para contar las vidas de los extraños y marginados, la de una mujer que envenenó a sus amigas con las que tomaba el té o el primer basquetbolista argentino que jugó en la NBA, quien terminó como atracción de un circo por su gigantismo.

Su peculiaridad es que ha puesto la mirada en asuntos y figuras muchas veces explorados, pero luego de observarlos con minucia y entender su complejidad y condición humana, para presentarlos desde un ángulo nuevo, muy propio. “El periodismo sigue siendo la excusa para meterme en los lugares y en las vidas que no me corresponden”, dice Leila Guerriero. “El hecho de levantar el teléfono y hablar con un vecino anónimo o un primer ministro sigue resultando fascinante: ¡esa capacidad de acceso! Pero en la base de todo lo que hago está la curiosidad, lo que sigue moviendo mi motor es lo mismo: meter las narices”.

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TUMBAR LAS PUERTAS

No puede evitarlo. Siempre fue así. Cuando era niña, espiaba las conversaciones de sus vecinos. “Si pasaba por una casa que tenía la ventana abierta, yo casi metía la cabeza y mi madre me regañaba”. Sus dudas incluso tenían que ser corroboradas a nivel físico. “Un día en el colegio, me pregunté con el sacapuntas en la mano: ¿Qué pasa si le saco punta a mi dedo?’ Me arranqué un pedazo de uña. Tenía que comprobarlo todo. Me decían: ‘Cuidado, que quema’. Y yo lo tocaba”, dice sonriendo.

Empecé a escribir desde muy chica, y mis padres le pedían a mis hermanos que no hicieran ruido mientras lo hacía

Leila Guerriero nació hace 53 años en Junín, una ciudad al noroeste de Buenos Aires. Dice que la palabra aburrimiento no existía en su casa. Su padre, ingeniero químico, y su madre, maestra de primaria, le inculcaron la literatura y el respeto por la escritura. “Empecé a escribir desde muy chica, y mis padres le pedían a mis hermanos que no hicieran ruido mientras lo hacía”. La llevaban al teatro a ver obras de Federico García Lorca y en casa se con- sumía buen cine y literatura. “Eran unos padres bárbaros, la verdad”.

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Tenía claro que quería escribir. “Cuando la maestra nos pedía un ensayo y mis compañeros se quejaban, yo me ponía feliz. Además, soberbia típica infantil, estaba muy segura de que lo iba a hacer muy bien”, dice seria. Parafraseándola, en su adolescencia sentía unas “ganas casi sexuales por escribir”. Sin embargo, nunca pensó trabajar en un periódico; de hecho, estudió turismo. “Era una carrera medio rara, pero yo tenía esta idea de que podía dedicarme, por algún motivo, a viajar. Pero un día surgió la oportunidad de ser periodista y nunca quise ser nada más”.

Su padre le decía que le gustaba jugar con fuego, y para ella esta frase representó mudarse a los 17 años a Buenos Aires. “Vivir la primavera democrática y explorar el underground me parecía fascinante”, recuerda. En retrospectiva, resulta simbólico que el texto que fue su camino de entrada al periodismo se titulara Kilómetro cero, un cuento que ella dejó en el diario Página/12.

“Esperaba que se publicara y a manera de carta de presentación, me abriera la puerta de una editorial. Algo bastante ingenuo de mi parte... pero terminó abriéndome una puerta muy impensada: una vida periodística”. Sí, ella tocó la puerta, pero quien la abrió fue Jorge Lanata, director editorial de ese diario. Él publicó el cuento y dos meses más tarde le dio empleo. “Tomó un riesgo grande al meter a la redacción a una joven que no estudió periodismo ni lo había ejercido, que en su vida había comprado una grabadora”.

Leila comenzó a trabajar en Página/30, la revista semanal del periódico, al frente del reconocido Martín Caparrós. En su primer día en la redacción, Lanata le dijo que de ese momento en adelante sería su responsabilidad tumbar a patadas las puertas cerradas. Por más de dos décadas, Leila, quien ha publicado en Gatopardo, Vanity Fair, Soho y El malpensante, lo ha hecho con un periodismo narrativo a su manera, ese que exige de mucho tiempo, en donde la forma (la belleza del lenguaje, la potencia de su voz como narradora) importa tanto como el fondo. Y todo esto lo ha logrado sin ver más allá del día a día, sin esa ambición por fijar un punto adelante en la ruta. “No tengo la idea de que lo que hago sea una carrera. Eso me suena a estrategia. Yo creo que todo es producto del trabajo, como si este fuera una hidra que se va abriendo. Confío mucho en mi capacidad de intuición y si creo en algo, insisto, insisto, y si no me apoyan, lo hago por la mía”.

Escribir y correr tienen relación, porque lo primero que tenés que hacer es vencer las ganas de no correr, que es lo mismo con escribir

EN TRÁNSITO

Leila Guerriero 3
La periodista Leila Guerriero inició sus carrera en el diario argentino Página / 12.

A Leila le gusta correr y prefiere la calle que un parque o el bosque para hacerlo. Desde que se mudó en 2004 a Villa Crespo, trotar por este barrio porteño se convirtió en una rutina que la ayuda a escribir, que la hace ordenar las ideas o pensar en esos temas que durante algunos años plasmó como columnista del diario El País.

“Escribir y correr tienen relación, porque lo primero que tenés que hacer es vencer las ganas de no correr, que es lo mismo con escribir. Siempre cuesta empezar, la naturaleza te lleva a no hacerlo porque sabés que vas a empezar a hacer una cosa trabajosa, fatigosa. Hasta que en algún punto empezás a disfrutarlo, como pasa en la carrera. Es un ejercicio mental el correr, como el escribir. Es una tarea de disciplina, como la escritura”, afirma.

Buenos Aires es un símbolo de arraigo en medio de esta vida un poco nómada que llevo, y me gusta porque a pesar de que es una ciudad grande tiene una escala humana

Leila también recorre el mundo. Le es vital despertar cada tanto en lugares diferentes, ver rostros nuevos, conocer otras formas de vida. “La rutina es lo peor que le puede pasar a la prosa”, advierte. Sin sospecharlo, de la mano del periodismo, tiene la vida que deseó de joven, cuando estudió turismo: escribe y viaja.

“Yo ya no me siento mucho de ninguna parte”, confiesa. “Pero Buenos Aires es un símbolo de arraigo en medio de esta vida un poco nómada que llevo, y me gusta porque a pesar de que es una ciudad grande tiene una escala humana. Pero hace poco me pasó algo curioso, viajaba a Madrid con la sensación de que volvía a casa. Una paradoja rara”.

Previo a su visita a la Ciudad de México, a finales de 2019, estuvo en Guadalajara para promover en la Feria del Libro Plano americano, un libro que compila perfiles de artistas latinoamericanos de distintas disciplinas. Y antes, en octubre, visitó Montevideo para escribir sobre el plebiscito “Vivir sin miedo”, reforma constitucional en materia de seguridad en la que Uruguay votó respecto a la presencia del ejército en las calles. Ganó el no por solo dos puntos porcentuales.

“Lo que está pasando en Latinoamérica en términos de violencia y protestas sociales es muy complejo y lo único que veo en común, y me aterra, es que los gobiernos están echando mano del ejército de una manera muy fuerte, es decir, todos los ejércitos están cobrando de vuelta un protagonismo de una manera rarísima. Es un fenómeno muy transversal. Si uno ve la región y la compara con hace seis años, da vértigo porque es un cambio absolutamente radical”.

No creo que necesites cierta soberbia para ser escritor, lo que sí creo que hay que tener es algo peor: omnipotencia

Respecto a México, más allá de la militarización del país, Leila ve con asombro el gran número de desaparecidos, que en enero de 2020 ascendía a 61,637, según la Secretaría de Gobernación. La escritora del reportaje El rastro en los huesos —centrado en el equipo forense argentino que también formó parte de las investigaciones de los 43 alumnos desaparecidos en Ayotzinapa, Guerrero— cree fundamental que se resuelva esta problemática y se identifiquen los restos para avanzar como sociedad.

“Para el familiar del desaparecido, éste en realidad no está muerto. Aunque sepa que esa persona no va a volver, no deja de tener la esperanza de que un día toque a su puerta y por eso el dolor no tiene punto final”, explica. “Entonces, por más doloroso que sea que te digan: ‘Estos huesos son de tu hija’, eso abre una herida pero también la cierra. Para el vivo es tremendamente reparador tener este punto final, llorar delante de unos restos”.

OMNIPOTENTE

Leila Guerriero
Leila posó para Life and Style en el restaurante del Hotel Meliá de Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México.

Para escribir, Leila precisa de algo que le da un poco de pudor confesar. “No creo que necesites cierta soberbia para ser escritor, lo que sí creo que hay que tener es algo peor: omnipotencia”. Cuando escribe, lo hace pensando que debe marcar una diferencia. “Es tener esta cosa de decir yo puedo hacerlo mejor aunque ya se ha hecho bien antes”. Con esa filosofía a y seguridad escribió los extensos perfiles del pianista argentino Bruno Gelber (Opus Gelber, retrato de un pianista) y del bailarín de malambo Rodolfo González Alcántara (Una historia sencilla), publicados por editorial Anagrama.

Habla sobre sí misma sin falsa modestia, pero sin parecer arrogante, se expresa con firmeza, con esa sabiduría de quien se ha visto reflejada en los otros durante mucho tiempo. “Escribir sobre otras personas, en ocasiones sí sirve para tener un mejor entendimiento de mí misma. Cuando uno habla con tanta gente siempre hay cosas que se te quedan pegadas”.

De todas las figuras a quienes ha entrevistado, recuerda en específico un encuentro con el escritor Ricardo Piglia. Lo entrevistó previo a la publicación de Blanco nocturno (2010), su esperadísimo libro después del éxito de Plata quemada (1997), la aclamada novela que lo posicionó como uno de los autores más importantes de Argentina. “La pregunta más o menos encriptada que le hice fue si sentía de alguna forma cierta zozobra al publicar una novela después del éxito. ¿Cómo se hacía para seguir siendo Piglia después de ya ser Piglia? Era sobre el peso del nombre”.

La respuesta fue una reflexión que hasta la fecha le da perspectiva sobre su propia trayectoria periodística. “Él, que es muy encantador e irónico y cariñoso, me dijo algo muy interesante: ‘Si vos sabés que cada vez que uno hace algo, es la primera vez que lo hace. No porque tengas un cúmulo de cosas hechas te da la seguridad para llegar a la otra sin miedo. Uno avanza relativamente. Hay momentos que son mesetarios y uno los atraviesa esperando llegar a ese momento de iluminación que una vez tuvo, pero son estados que no se pueden convocar y no se puede esperar escribir siempre en ese estado de elevación’. Me pareció de un grado de sabiduría muy alto, una enseñanza para seguir”.

No voy a publicar ese texto porque son cosas que no quiero publicar. Es un muy crudo

Leila escribe sobre los demás, pero sobre los temas de los otros que a ella le interesan. Es decir, al final es autorreferencial a través de otras personas. Pero de ella —si se compara con el nivel de profundidad con el que aborda a las figuras que perfila— se sabe poco en realidad. Se abre en sus columnas o sus ensayos sobre la rutina de escribir o su quehacer periodístico, pocas veces sobre ella misma o su familia, pero son solo pequeñas grietas en las que se alcanzan a ver la punta de un iceberg, como lo puede ser su historia con su madre. “No voy a publicar ese texto porque son cosas que no quiero publicar. Es un muy crudo”, dice Leila y hace una pausa que resulta dramática. “O no creo que deba ver la luz por ahora... pero a veces pienso que sí”.

La periodista que prefiere escribir en tercera persona —que solo recurre al yo narrativo cuando no existe alternativa—, la que ha estrechado incontables manos y se ha asomado a las ventanas para ver las vidas de los demás, se resiste a ver hacia dentro y escribir de forma pública sobre sí misma, por lo menos por ahora.

“No tengo nada tan interesante para contar, me sigue interesando mucho más la vida de los otros. Digo, mi vida me parece súper interesante, porque es la única que vivo, pero no tanto para contarla. A veces pienso en contar la historia de mi familia, porque es una historia que me excede, es la historia de unos inmigrantes. Pero no sería sobre mí. ¡No, la historia de una chica que se fue de Junín para ser periodista en Buenos Aires, no: me aburro antes de empezar! —Leila hace una breve pausa, ve hacia la calle y luego vuelve a la entrevista—. Pero quizás en tres años nos vemos y te digo: ‘Mira, estoy trabajando en eso que alguna vez me preguntaste’”.

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