Tarantino, DiCaprio y Pitt nos hablan sobre Once upon a time… in Hollywood
Hay años que dejan una marca histórica más profunda que otros. Uno de ellos fue 1969. Richard Nixon llegó a la Casa Blanca. Neil Armstrong pisó la Luna. El avión comercial Concorde rompió la barrera del sonido. Miles se manifestaron en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam. Medio millón de jóvenes acudieron al Festival de Woodstock, un hito de la contracultura. Se estrenaron las películas Easy Rider y Midnight Cowboy, que fueron la punta de lanza de la corriente de cine llamada Nuevo Hollywood. La secta de Charles Manson asesinó a puñaladas a la actriz Sharon Tate, quien estaba embarazada del director Roman Polanski. Y en este contexto, con solo seis años, Quentin Tarantino fue por primera vez a un cine en Hollywood. “Recuerdo que mis papás me llevaron a ver Butch Cassidy and the Sundance Kid en el Teatro Chino”, revela Quentin, desde la habitación de un hotel en Beverly Hills.
La memoria del director de Reservoir Dogs y Pulp Fiction funciona así. Casi todo, como en sus películas, son referencias pop que le sirven de brújula. Por eso es normal que, cuando se le pregunta sobre sus recuerdos de ese año, hable de ese clásico del western que vio junto a sus padres y que reunió por primera vez a las estrellas masculinas más grandes de aquella época, Paul Newman y Robert Redford.
Exactamente cinco décadas después, Quentin ha repetido esta hazaña. Logró que Leonardo DiCaprio y Brad Pitt compartan la pantalla por primera vez en Once Upon a Time... in Hollywood, en la que dan vida, respectivamente, a Rick Dalton, una estrella venida a menos de películas y series de vaqueros, y su doble de acción, Cliff Booth. “Quentin nos dio tanto con estos personajes tan ricos”, dice DiCaprio, “que cuando mi camino y el de Brad se cruzaron hubo esa conexión natural que Rick y Cliff comparten por estar durante tanto tiempo en esta industria, como nosotros”.
Once Upon a Time... in Hollywood, que estrena el 23 de agosto, originalmente sería una novela. Pero tras años escribiendo sobre Rick y Cliff, Tarantino supo que la historia pertenecía más al celuloide que a las hojas de un libro. “Así que se me ocurrió contar esta historia como si fuera un día en la vida de estos de tres personajes”, explica el director de la saga Kill Bill. En realidad, retrata tres días en las vidas de Rick y Cliff, previos al asesinato de Sharon Tate, un evento que Pitt describe como “la pérdida de la inocencia de una sociedad” y DiCaprio como “un acto de violencia que, cuando parecía que la paz era posible, se asoció con el fin del sueño americano”. Cuando se cuestiona a Tarantino sobre “el elefante en la habitación”, es escueto pero claro: “No hablé con Roman Polanski”, advierte. “Pero cuando se enteró de qué trataba la película, le di el guión a un amigo suyo para que se lo diera a leer”.
El noveno filme de Tarantino formó parte de la selección oficial del Festival de Cannes y es, en una primera lectura, un homenaje a la meca del cine en 1969. Sin embargo, en su subtexto, resulta también una radiografía emocional de los temas que lo conmueven. “Es su película más personal”, dice David Heyman, coproductor de esta cinta, junto a Shannon McIntosh, y ganador del Óscar por Gravity. “Es un collage lleno de sus recuerdos y pasiones de esa época en la que creció, una mezcla de ficción y hechos históricos. Seguimos a personajes ficticios que están en Hollywood interactuando con personajes icónicos del cine. Es en verdad una carta de amor al mundo en el que creció Quentin”.
A través de Rick y Cliff, personajes ficticios que conviven con actores reales de esa época, como Sharon Tate (Margot Robbie), Steve McQueen (Damian Lewis), Bruce Lee (Mike Moh), el director Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y el productor Marvin Schwarzs (Al Pacino), Tarantino retrata tres estratos de Hollywood y, al mezclarlos, aborda las distintas aristas de este mundo que solo se suele contemplar desde la óptica del glamour y la fama. “Que las cosas cambien es una constante en Hollywood. Algunas veces, unos estás arriba y otros abajo, y la película se trata de cómo te sientes respecto a eso”, dice el realizador.
Antes de estar en el fondo o en la cima de la industria del cine, Tarantino estaba simplemente fuera. Nació en Knoxville, Tennessee, pero se crió en Torrance, condado de Los Ángeles. Sus padres nada tenían que ver con el mundo del cine, se abrió camino por cuenta propia: dejó la secundaria, trabajó durante cinco años en una tienda de renta de videos, fue acomodador en un cine porno, se gastó hasta el úlltimo centavo en My Best Friend’s Birthday, primer filme que dirigió y que no se estrenó en cines, y antes de que Tony Scott comprara y dirigiera su guion de True Romance, y de que su ópera primera Reservoir Dogs sacudiera el Festival de Cannes, estaba tan quebrado que llegó a dormir en su coche. “Si pudiera darle un consejo a ese tipo que fui a finales de los años 80, sería: ‘¡Aguanta, créeme, se pone mejor! No eres un tonto, esto puede funcionar’”, confiesa el ganador del Óscar a guion original por Django Unchained y suelta una carcajada.
Lo dice al recordar que su ópera prima Reservoir Dogs lo llevó al Festival de Cannes en 1992 y que regresó, dos años más tarde, para ganar la Palma de Oro con Pulp Fiction, filme que le valió su primer Óscar en el rubro de guion original. Y sí, en efecto, no era ningún ingenuo, su plan funcionó, pues Tarantino cobró tanta relevancia que antes de que cumpliera 30 años ya se habían publicado tres biografías suyas.
La excepción a la regla
Pocas veces la vida posee la estructura simétrica de las películas, que conectan acontecimientos del principio de la historia con el final para que todo cobre sentido. Pero el momento artístico que vive Tarantino por Once Upon a Time... in Hollywood —que originalmente estrenaría en Estados Unidos el 9 de agosto, exactamente en el 50 aniversario del asesinato de Sharon Tate— es una de esas raras excepciones.
La mañana del 2 de mayo, cuando se realizaron estas entrevistas, Quentin entró con una sonrisa lúdica a la habitación, donde lo esperaba un pequeño grupo de prensa de diversas nacionalidades. “Son los primeros en el mundo con quien hablaré del filme”, dijo, divertido. Esa emoción que irradiaba, casi infantil, se debía a que horas antes el Festival de Cannes anunció que su película formaría parte de la competencia oficial y su estreno en el certamen sería el 21 de mayo, exactamente 25 años después de la premier de Pulp Fiction en ese festival. “El guión de esta película tiene mucha autenticidad”, explica DiCaprio, “porque está vinculado con la vida de Quentin y su relación con esta ciudad y su industria. Hay un amor por todos aquellos personajes que han quedado en el olvido. El filme es sobre su forma de arte y aquí la celebra”.
Justamente, la relación del Tarantino director con Hollywood está llegando a su final. Ya advirtió que cuando su filmografía complete la decena —o sea, una más— se retirará. ¿La razón? Se siente desencantado con el rumbo digital que tomó la industria, plagada de efectos especiales. “En esta película, cambiamos hasta los letreros del tráfico de Los Ángeles", recuerda Quentin. "Si me decían: ‘No es necesario, lo agregamos con efectos especiales’, les respondía: ‘A la mierda con esa tecnología, eso no es emocionante’”.
Sin embargo, sabe que es la excepción a la regla, una especie de cineasta en peligro de extinción al que aún le permiten filmar en 35 milímetros. “Sí, soy la excepción. Soy afortunado y lo aprecio. Pero mira... algo raro está pasando, me dijeron que mi película será el único estreno original de este verano, pues todas las demás o son adaptaciones de un libro o un cómic, o una secuela o una precuela... La mía será, este verano, la única película [que estrene un estudio de cine] que no existía antes de que me sentara frente a una hoja en blanco. Por un lado es muy malo... ¡pero por otro es asombroso para nosotros!”, dice Tarantino y se carcajea.
Quentin es famoso por los personajes que crea. Son tan magnéticos que pueden estar sentados en una mesa y sólo conversar en escenas de 30 minutos sin aburrir al público. Pero el mejor personaje que ha creado es él mismo. Repitió hasta el cansancio que solo estudió hasta la secundaria, que su escuela de cine fue ser encargado de una tienda de renta de películas y, como le reveló al periodista Charlie Rose, “la prensa comió esa historia como si fuera pudín”. Siendo un novato en la industria, se hizo fama de implacable al confrontar a gritos a Oliver Stone porque reescribió su guion de Natural Born Killers sin consultarlo o por ridiculizar a periodistas que han cuestionado el nivel de violencia de sus películas. Por si fuera poco, su apariencia (sus 1.85 metros rematados por una quijada prominente, casi caricaturesca) le dan un halo de personaje aun fuera de la pantalla.
Brilla a tal grado, que opaca. Durante la entrevista para este artículo, las preguntas de los periodistas iban dirigidas casi en su totalidad a él, pese a que Margot Robbie, sin duda la actriz más en boga, estaba sentada a su lado. Lo mismo pasó en la media hora que duró la conferencia de prensa del Festival de Cannes, en donde el resto del elenco —DiCaprio, Pitt, Robbie, estrellas de cine acostumbradas a acaparar la atención— solo alcanzó a hacer algunos comentarios puntuales, porque Tarantino era el indiscutible centro de la atención mediática.
Tan reconocible como su figura, también lo es la estética de su cine. Su universo está compuesto por matones bien vestidos que hablan de cultura pop y respetan un código de honor. Heroínas en busca de venganza. Espadas japonesas y pistolas que hacen brotar sangre a chorros. Close-ups de pies femeninos que parecen la descripción gráfica del fetichismo. Encuadres que rinden homenaje a los directores que idolatra y también a sus películas favoritas. Tomas desde dentro de cajuelas de coches. Persecuciones en autos y largas secuencias de artes marciales. Historias contadas de manera no lineal. Actores en el olvido que elige como protagonistas y cuyas carreras revive. Personajes que bailan al ritmo de la música más retro-cool, y otros obsesionados con el sabor de las hamburguesas Big Kahuna y los cigarros Red Apple (ambas marcas ficticias). Pero, sobre todo, mucha violencia, tanta que su nombre es un sinónimo de ésta. “Su apellido se ha convertido en un adjetivo y un verbo”, dice Brad Pitt. “He estado en varios sets de filmación en donde los directores dicen: ‘Hoy sí hicimos las cosas al nivel Tarantino’. Y todos sabemos qué significa”.
A sus 56 años, Quentin siente nostalgia por el pasado. No es solo que deteste las cámaras digitales y se empeñe en filmar en 35 milímetros para conseguir la estética que le gusta, o que odie los teléfonos celulares, al grado que están vetados en sus sets: sus últimas tres películas —Inglourious Basterds, Django Unchained y The Hateful Eight— se sitúan varias décadas atrás, y Once Upon a Time... in Hollywood pone el foco en ese año paradigmático para la industria del cine que tanto ama. “En 1969, el Nuevo Hollywood ya había ganado, aunque no lo sabían. Ahora venían nuevos actores con look hippie y andrógino, tipos como Peter Fonda o Michael Douglas, hijos hippies de personas famosas”, explica Tarantino.
Es justamente ese nuevo prototipo de actor y las historias en las que se enfocarían en los años 70 directores como Francis Ford Coppola, Brian de Palma, Peter Bogdanovich y Martin Scorsese, lo que le genera un desencanto y una crisis a su protagonista, Rick. No hace falta leer mucho entre líneas para encontrar un paralelismo entre Tarantino y ese actor de westerns de su película, quien sabe que ya no tiene cabida en la industria por la manera en la que ésta se transforma, o en Cliff, ese doble de acción que está en paz con el discreto lugar que aún posee en Hollywood. Ambos personajes, encarnados por DiCaprio y Pitt, parecen una amalgama de Quentin que refleja su desencanto artístico con su época e, irónicamente, también la paz que siente con la idea de ocupar un lugar más pequeño como contador de historias. “Cuando me retire, creo que escribiré libros en mi tiempo privado y luego obras de teatro”, dice Tarantino, con cierta nostalgia.