El siglo XXI amaneció con una promesa de colores para nuestro colectivo. Cuando el mundo celebró el año 2000 entre fuegos artificiales y temores del “efecto 2000”, las personas LGBTQ+ albergábamos una esperanza distinta: que el nuevo milenio fuera, por fin, nuestro tiempo. Y durante un breve periodo brillante, pareció que así sería.
Opinión | El arcoíris roto, por José Ignacio Valenzuela

Los primeros 15 años fueron una revolución silenciosa que se volvió estruendosa. España aprobó el matrimonio igualitario en 2005 –yo aún conservo la fotografía de la primera boda entre mujeres en Barcelona–. Argentina se convertía en 2010 en el primer país latinoamericano en reconocer ese derecho. Cuando el Supremo de Estados Unidos legalizó el matrimonio igualitario y la adopción homoparental en todo el país (2015), mi marido y yo salimos corriendo como Usain Bolt para casarnos lo antes posible antes de que cambiaran de opinión. Fuimos tan rápidos que el juez aún llevaba puesta la expresión de sorpresa cuando dijimos a coro “¡Sí, quiero!”. La cultura popular abrazó nuestras historias: desde Brokeback Mountain hasta Modern Family, la representación dejó de ser una caricatura.
Pero la física social tiene una ley no escrita: a toda acción le sigue una reacción violenta. Cuando creímos que la igualdad era irreversible, aparecieron los retrocesos con rostro de democracia. Hungría prohibió la “promoción” de la homosexualidad ante menores. Florida criminalizó conversaciones sobre identidad de género en las escuelas. En el Reino Unido, las terapias de conversión siguen siendo legales, mientras que en Texas, padres pueden perder la custodia por apoyar la transición de sus hijos. En Uganda, ahora la homosexualidad se castiga con la pena de muerte. Y en pleno 2025, la ultraderecha europea usa nuestros derechos como moneda de cambio político.
Este vaivén histórico nos deja una lección incómoda: la evolución no es una línea recta, sino un péndulo que se balancea entre la luz y la oscuridad. Cada derecho conquistado ha generado una resistencia proporcional. Las cifras lo confirman: hoy 64 países criminalizan las relaciones homosexuales (11 más que en 2010), mientras el discurso de odio se disfraza de “libertad de opinión” en redes sociales.
Frente a este panorama, nuestro colectivo enfrenta un desafío dual: celebrar los triunfos sin bajar la guardia. Porque si algo nos enseñaron estos 25 años es que los derechos no se heredan: se defienden cada día. El arcoíris que pintamos en el asfalto tras cada marcha del Orgullo es, también, una trinchera.
El siglo XXI nos prometió el futuro, pero nos recordó algo más valioso: el futuro no se espera. Se construye. Y aunque hoy algunos quieran devolvernos al armario, hay una verdad que ni las leyes ni los discursos podrán borrar: nadie vuelve a la oscuridad después de haber visto el arcoíris, por más roto que este pueda estar.
________________________________________
*Acerca del José Ignacio Valenzuela
Nombrado entre los diez mejores escritores de Latinoamérica por The New York Times, el chileno José Ignacio Valenzuela (“Chascas”) ha publicado más de 25 libros, incluyendo best sellers como Cuando nadie te ve y El filo de tu piel. Como guionista ha sido reconocido con premios en Sundance y Cannes, nominaciones al Emmy y, más recientemente, con el éxito mundial de las series originales de Netflix ¿Quién mató a Sara? y Las hermanas Guerra.