Por el cambio climático, las temperaturas en el Ártico aumentan mucho más rápido que en el resto del mundo: de 2 a 3ºC comparado con los niveles pre-industriales. La región también registra una serie de anomalías meteorológicas.
La temperatura del propio permafrost ha aumentado una media de 0.4°C entre 2007 y 2016, "lo que aumenta la preocupación por el rápido ritmo de deshielo y el potencial de liberación de carbono", señala un estudio dirigido por Kimberley Miner, investigadora del Centro de Investigación Espacial JPL de la NASA.
El estudio predice la pérdida de unos cuatro millones de km2 de permafrost para 2100, incluso si se contiene el calentamiento global.
Los incendios también influyen, subraya el estudio. Los incendios podrían aumentar de 130% a 350% de aquí a mitad de siglo, liberando cada vez más carbono del permafrost.
Según otro estudio dirigido por Jan Hjort, investigador de la Universidad finlandesa de Oulu, una amenaza más inmediata se cierne sobre casi el 70% de las carreteras, tuberías, ciudades y fábricas construidas sobre el permafrost.
Y Rusia corre un riesgo especial: casi la mitad de los yacimientos de petróleo y gas del Ártico ruso están situados en zonas de riesgo por el permafrost.
En 2020, un depósito de combustible se rompió cuando sus cimientos se hundieron repentinamente en el suelo cerca de Norilsk, en Siberia, derramando 21 mil toneladas de diésel en los ríos cercanos.
En América del Norte, también existe una amenaza para las calles y los oleoductos.
Aunque se sabe cada vez más sobre el permafrost, algunas cuestiones permanecen sin respuesta, sobre todo en lo que respecta a los volúmenes de carbono que pueden liberarse.
También se desconoce si el deshielo conducirá a una región ártica más verde, donde las plantas podrán absorber el CO2 liberado, o a una región más seca, donde aumentarán los incendios.