La pandemia nos ha hecho entender lo banal que puede ser el ser humano. En una época en la que tendrían que preocuparnos mil cosas más relevantes, la cantidad de pacientes que recurren a dermatólogos y a cirujanos plásticos por cuestiones de apariencia personal ha aumentado. ¿El culpable? Zoom, Teams y todas las apps de videoconferencias. De repente todo el mundo se dio cuenta de su papada, la forma de su nariz, sus líneas de expresión, y comenzó a indagar procedimientos como botox, fillers y cirugías cosméticas. A esto coloquialmente se le llama dismorfia por Zoom, y es un aspecto que está contribuyendo a la detonación del desorden de dismorfia corporal, un trastorno que te hace exagerar tus “defectos” físicos y sentirte físicamente feo. Y pensaríamos que a un año y medio de la pandemia ya habríamos aprendido a lidiar con esto, pero no. Un estudio de la Universidad de Harvard sugiere que estas secuelas nos acompañarán mucho tiempo.
De cierta forma, esto no es novedoso. Ya hace seis años nos enfrentamos a una dismorfia similar ocasionada por los filtros de Snapchat. Sin embargo, esa vez la gente estaba consciente de que se estaba viendo a través de un filtro. Con la situación actual, sin filtro de por medio, no pensamos en que la cámara de la computadora también distorsiona nuestra imagen. La cámara –sobre todo la frontal del celular– hace que nuestras narices se vean más grandes y los ojos más chicos. A eso sumemos la proximidad con la lente, que nos hace vernos más cercanos de lo que estaríamos en una conversación. Mirar hacia la cámara de la computadora o celular casi siempre requiere que miremos hacia abajo, mostrando así uno de los ángulos menos favorecedores que existen. Además, estamos acostumbrados a vernos en el espejo, usualmente con una expresión relajada, mientras que en videollamada nos vemos estresados, aburridos o ansiosos. Es decir, en Zoom todo se alinea para mostrar la versión más fea de nosotros mismos.