Cada año, los miembros de la tribu Tengger se reúnen en la cima de este volcán, con la esperanza de complacer a sus dioses.
Slamet, un granjero de 40 años que, como muchos indonesios, solo tiene un nombre, trajo un ternero como ofrenda.
"Es un acto de gratitud a Dios por darnos prosperidad. Se lo devolvemos a Dios para que podamos volver aquí el próximo año", dijo a AFP.
El cordero de momento tuvo suerte y fue ofrecido a un aldeano después de las oraciones, en lugar de ser arrojado al volcán.
Algunos aldeanos que no pertenecen a la tribu Tengger tomaron las empinadas laderas del cráter equipados con redes en un intento de interceptar las ofrendas arrojadas al abismo y evitar que se desperdiciaran.
El granjero Joko Priyanto trajo algunos de sus productos, sobre todo coles y zanahorias, para arrojarlos al cráter humeante.
"Espero recibir una recompensa de Dios todopoderoso", dijo el hombre de 36 años.
Este ritual tiene sus raíces en el folclore del siglo XV del reino Majapahit, un imperio hindú-budista javanés que se extendía por el sudeste asiático.
Cuenta la leyenda que la princesa Roro Anteng y su esposo, incapaces de tener hijos después de años de matrimonio, suplicaron ayuda a los dioses.
Sus oraciones fueron respondidas y se les prometió 25 hijos, siempre que aceptaran sacrificar a su hijo menor arrojándolo al Monte Bromo.
Se dice que su hijo saltó voluntariamente al volcán para garantizar la prosperidad del pueblo Tengger.