Hubo un tiempo en el que hablar de Yucatán era referirse a un destino remoto de difícil acceso. Hacia mediados de los años 80, Mérida, su capital,tenía una población que rondaba los 450,000 habitantes, un centro comercial, un tráfico vehicular moderado y pocos residentes provenientes de otros estados o países. La vida se centraba, principalmente, en las costumbres y los personajes locales.
Tres décadas más tarde, Mérida sigue moviéndose a su propio ritmo –ese que impone una temperatura anual promedio de 26º C– y sus habitantes, cerca de un millón de personas, según estimaciones recientes, siguen apegándose a sus tradiciones. En esencia, Yucatán sigue siendo el estado donde se observan vestigios del impacto del meteorito que extinguió a los dinosaurios; que fue cuna de la cultura maya, epicentro de la fiebre del henequén y destino de una importante inmigración libanesa a finales del siglo XIX y principios del XX.
Sin embargo, estas latitudes de la geografía mexicana han comenzado a figurar en el radar de personajes de alto perfil de distintos campos, del multipremiado chef danés René Redzepi, un fanático declarado de sus ingredientes y gastronomía, a celebridades como las modelos Cindy Crawford y Cara Delevingne, quienes han disfrutado estancias en sus lujosos resorts.
Carlos Martínez es uno de los personajes que ha sido testigo y artífice de la transformación de Mérida a lo largo de los últimos años. Originario de la ciudad, con su agencia de branding Bienal – “prefiero referirme a nuestro trabajo como ‘arte, diseño y narrativa’”, recalca– ha creado el concepto y la imagen de exitosos negocios nuevos. Su sello se ve en proyectos como los restaurantes Micaela Mar y Leña y Apoala e, incluso, en la actual imagen del gobierno del estado para promover el turismo. Martínez considera que en Mérida hay un semillero de personas increíbles que están generando proyectos interesantes tanto en el centro como en el norte. “Mérida es el lugar que le ofrece a la gente la oportunidad de reinventarse, ingenieros que se vuelven artistas o personas que comienzan a crear proyectos de todo tipo”, sostiene y añade, “creo que quienes vienen de fuera ven una paleta de color diferente. La visibilidad y la luz son espectaculares. Incluso hay personas que, contrariamente a lo que se cree, se sienten revitalizadas con el clima tan caluroso de la ciudad”.
El escultor Javier Marín comenzó a pasar temporadas en Yucatán hace 10 años, cuando su hermano Jorge compró una hacienda. En esa época decidió hacerse de una propiedad en los alrededores de la pequeña población San Antonio Sac Chich, localizada a media hora de Mérida. Plantel Matilde es el nombre de una imponente construcción que alberga espacios habitacionales y de creación proyectados por él mismo. “Buscaba reconciliarme con la naturaleza. Este lugar me permite ver la bóveda celeste completa. Aquí tengo el taller que siempre quise tener en medio de la selva; Yucatán me dio eso. Aquí encuentro la paz que necesitaba para realizar mi trabajo. Era aquí o era aquí”, explica sentado en una esquina del edificio. Desde su perspectiva, Yucatán se ha convertido en un polo que está atrayendo a gente sensible, artistas, diseñadores, y personas que ponen atención a las cosas finas de la vida. “Eso está generando una comunidad increíble y está convirtiendo a Mérida en un centro de diseño en el que convergen lo contemporáneo y lo tradicional”, asegura.
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Parte de este grupo de personas al que se refiere Marín es el galerista José García. Después de inaugurar, hace cinco años, un espacio de exposiciones en el barrio de Santiago, se mudó definitivamente a la ciudad hace tres. Con un grupo de amigos, entre ellos, Mariano Rocha, concibió y ejecutó el concepto de Salón Gallos, un lugar habilitado en una antigua fábrica de avena del centro, que reúne galerías, una sala de cine y un restaurante. En sus propias palabras, Mérida tiene una atmósfera cosmopolita y multicultural a pesar de que su mercado laboral no es el más dinámico. “Eso hace que muchas de las personas que se han establecido en ella tengan profesiones y ocupaciones que les permiten llevar a cabo sus labores en otros esquemas. Por eso, un diseñador gráfico, un escritor, un cineasta o un músico se pueden dar el lujo de mudarse a Mérida. La gente que llega no viene a buscar nueva fortuna; viene a establecerse, a aportar y a crear una comunidad más interesante”, sostiene. “Creo que estamos presenciando el inicio de un movimiento de generación de proyectos que van a ser muy relevantes”, añade.
Una amiga de García, la artista visual Claudia Fernández, es una de estas personas que han llegado a aportar. Si bien no está establecida permanentemente en Mérida, hace poco más de un año inauguró Casa Puuc, un pequeño y encantador bed and breakfast de cinco habitaciones que deja muy clara su pasión por el diseño, la artesanía y la arquitectura. “Mérida es una ciudad muy bella y muy fácil de transitar. La escena cultural no es tan grande, pero está cambiando”, explica y sostiene que espacios como Salón Gallos se han vuelto un punto de encuentro de esta nueva comunidad que se está integrando, un sitio en el que las conversaciones dan vida a proyectos. Desde su trinchera, Fernández promueve entre sus huéspedes la visita a poblaciones del estado donde pueden adquirir productos hechos por artesanos locales, como hamacas o textiles. “Es importante cuidar el crecimiento de la ciudad para que no se destruya la naturaleza. Es muy importante conservar la pureza y fomentar el respeto, y que todo eso se vea reflejado en la mejoría de la calidad de vida de las personas”, afirma.
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Espacio para la creatividad
Cuando la diseñadora Angela Damman decidió dejar Estados Unidos, llevó a cabo una investigación exhaustiva para decidir dónde se instalaría. Tomando en cuenta todos los criterios que había establecido, Mérida resultó ser el lugar ideal para iniciar una nueva vida. “Al llegar sentimos una ligereza y notamos la bondad de la gente, no era un lugar inundado de turistas y había algo muy auténtico en él. Lo que más nos llamó la atención –y curiosamente era un criterio que no habíamos considerado– es que todos eran muy amables”, recuerda.
Fue así como descubrió la relación histórica de Yucatán con el henequén y encontró la propiedad en la que hoy vive y trabaja, una exhacienda localizada en el pueblo de Telchac, a poco más de 50 kilómetros de Mérida. Dejando atrás su vida en Colorado y su trabajo como consultora en temas de energías renovables, Damman tuvo que reinventarse y encontrar una nueva fuente de trabajo e ingresos. Retomando su interés por el diseño textil, inició su trabajo con fibras naturales –como el henequén y la sansevieria– y, tras un tiempo de investigación y experimentación, creó una marca de bolsas y productos hechos con estas materias primas. Hoy, una década más tarde, también se dedica a la creación de piezas de mobiliario y decoración, y está a cargo de toda la cadena productiva, desde el cultivo de las plantas hasta el diseño y la elaboración de sus objetos, en los que están involucradas distintas comunidades de artesanos locales.
“Una de las razones por las que algunas personas han decidido salirse de sus ciudades y establecerse aquí es para dar un giro a sus carreras o escapar de ritmos de vida frenéticos. Si bien puede no ser un lugar para todos, creo que ofrece un estilo de vida genuino y original. Los creativos que se han establecido aquí están atrayendo a más creativos y eso está generando un movimiento”, reflexiona.
También de Estados Unidos llegó Laura Kirar, quien durante mucho tiempo se dedicó al diseño de colecciones de muebles y decoración para marcas internacionales. Cuando visitó Yucatán por primera vez, hace más de 12 años, se sintió atraída por el diseño y la cultura maya. Eso dio pie a una investigación sobre los materiales y las técnicas artesanales de la región, y a la eventual decisión de comprar una hacienda donde establecer su hogar. “Creo que mi recorrido personal y profesional me llevó al punto de tomar la decisión de vivir aquí y creo que eso se debe a la historia, los materiales y oficios de esta región”, asegura.
Hoy, Kirar continúa trabajando como diseñadora y arquitecta de interiores y produce sus piezas en colaboración con artesanos de distintas regiones. “Lo que Yucatán me ha ofrecido es una cantidad enorme de inspiración. Estar aquí ha cambiado, radicalmente, mi sentido del color, del tamaño y la proporción. A partir de cierto momento, mi trabajo comenzó a mostrar una influencia precolombina y creo que eso se debe a lo que me rodea cuando estoy aquí y a una pasión por la arquitectura maya”, analiza.
Por las mismas fechas en que Kirar visitó Mérida por primera vez, Daniela Bustos Maya, una diseñadora argentina que produce prendas y joyería a base de monedas antiguas, se mudó a la ciudad con su familia. En 2010 lanzó su marca, inspirándose en el clima, los colores, la manera de vestir de los yucatecos y el orgullo que sienten por sus tradiciones. “Mérida se ha transformado muy rápido; se nota en las construcciones y en la gente que ha llegado a vivir en ella. El centro ha cambiado muchísimo, se ha llenado de cafés, bares, restaurantes y tiendas”, asegura haciendo un repaso del tiempo que lleva en la ciudad.
Sean el color o el clima, las bellezas naturales que la rodean, la cultura y las tradiciones, la calidad de vida o la seguridad que ofrece –bien puede ser una mezcla de todo eso–, Yucatán y su capital están viviendo, innegablemente, uno de sus mejores momentos. La transformación de la escena cultural, artística y de diseño está definiendo el rostro que tendrán los próximos años. Las pinceladas de contemporaneidad que se observan hoy no están peleadas, de ninguna manera, con su pasado y sus tradiciones, con lo auténticamente local, y eso habla de una evolución que, si bien puede dar pie a cambios, no es probable que lleve a una pérdida de su esencia. A final de cuentas y como resume Carlos Martínez, “Yucatán es muchas cosas a la vez. Si uno hace un recorrido consciente por Mérida y por sus poblaciones, y como decía [Eduardo] Galeano, “tienes un ojo en el microscopio y otro en el telescopio”, puedes encontrar cosas maravillosas”.