A lo largo de 18 años, hemos visto al Tambour de Louis Vuiton –primer reloj de la maison francesa– en una cantidad de declinaciones que no hacen más que poner en evidencia su espíritu camaleónico. Con brazalete, con correa, en cerámica, en acero, con cronógrafo, con tourbillon, con repetidor de minuto, o simplemente con hora y minuto, ataviado en diamantes y en un negro casi absoluto… ¿hay alguna identidad que Tambour no pueda adoptar? Aparentemente no. Eso queda claro al ver el nuevo Tambour Curve Flying Tourbillon Poinçon de Genève
El nuevo integrante de la familia Tambour de Louis Vuitton
La inconfundible caja de 46 mm de Tambour es la base que alberga el calibre manual LV-108 –desarrollado por La Fabrique du Temps–, que presume de un tourbillon volante, puentes tratados con NAC (carbono nano-amorfo), y el logotipo de la maison, incorporado de tal manera que no sólo es un elemento gráfico, sino parte estructural del mecanismo. El calibre cuenta con Sello de Ginebra.
Pero aunque el movimiento es un deleite, lo que hace especial a este reloj es su caja, un despliegue técnico y tecnológico fascinante. El exterior está hecho con Carbo Stratum, un compuesto de fibra de carbono que se hace con cien capas de fibra, calentadas y comprimidas en un molde. En este proceso se forman vetas que dan una apariencia sedosa. Esta capa exterior se pone sobre una de titanio, y la pieza entera se termina con asas de titanio con acabado sandblasted.
Para quienes necesitan más brillo en sus vidas, la firma también sacó una versión de alta joyería (que cambia el calibre al LV-109), en la que el oro reemplaza al titanio, y 354 diamantes visten el bisel, el logo de la firma, las asas y la corona.