A 33 años de la tragedia de Chernóbil
Chernóbil ha sido una palabra de advertencia para el mundo. Entre el 26 y el 30 de abril de 1986 se registró el accidente nuclear más grande en la historia: la explosión del reactor número cuatro de la Planta Nuclear de Chernóbil, una tragedia cuyas consecuencias ambientales aún resuenan en el registro colectivo. La explosión liberó 200 veces la radiación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, implicó el desplazamiento de más de 135,000 personas y afectó a países tan lejanos como Suecia, en donde, a tres días del accidente, se reportó la presencia de yodo y cesio radioactivo en la atmósfera.
Desde entonces, Chernóbil, uno de los sucesos que marcaron el declive de la Unión Soviética, se ha contado bajo diferentes perspectivas —periodística, médica, científica e histórica, entre otras— y la veta no se ha agotado, quizás por la fascinación de los seres humanos hacia nuestra propia ruina y desastre.
Desde el punto de vista estético, la obra fotográfica de David McMillan , de 73 años, plantea una narrativa de Chernóbil desde el arte y se estructura a partir de opuestos: el crecimiento y la decadencia, la indiscutible resiliencia de la naturaleza y la perspectiva distópica de un mundo despojado de vida humana.
David contesta mi llamada desde su residencia en Winnipeg para hablar sobre su libro Growth and Decay (2019), publicado por la editorial alemana Steidl. McMillan nació en 1945 en Dundee, Escocia, y se naturalizó ciudadano canadiense. La fotografía lo atrapó a mediados de la década de 1970 y para 1979 se había convertido en su medio formal de expresión artística. Me cuenta que a los 39 años escuchó por primera vez de Chernóbil; tenía dos hijos pequeños y era profesor de fotografía en la Facultad de Arte de la Universidad de Manitoba. Sin embargo, su curiosidad por la Zona de Exclusión —un perímetro de seguridad que comprende 30 kilómetros alrededor de la planta y el lugar más radioactivo del planeta— no se despertó en ese momento.
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Pasaron años para que encontrara la semilla indicada y un propósito para su exploración fotográfica. La ocasión llegó en el verano de 1994 con un artículo de Alan Weisman publicado en la revista Harper’s, titulado “Journey Through a Doomed Land: Exploring Chernobyl’s Still-Deadly Ruins”. Hasta entonces, McMillan había trabajado el formato de 35 milímetros (el más común en la fotografía), empezaba a comprometerse con las posibilidades espaciales de profundidad y amplitud en imagen de la cámara de 6 x 7 centímetros, y ensayaba con yuxtaposiciones de elementos humanos contra la magnitud del mundo natural.
Mi interés [en la Zona de Exclusión] surgió a partir de aquel artículo; me llamó la atención imaginar la condición del lugar. Esto fue ocho años después del accidente y Weisman mencionaba los cambios que estaban sucediendo en aquel sitio. Me pareció que tenía potencial para un fotógrafo
Dos meses después de haber leído aquel texto, David pisó Prípiat por primera vez. Ubicada a 16 kilómetros del reactor dañado de Chernóbil, esta ciudad fue el bastión del sueño socialista en los años 70, diseñada para dar cabida a los trabajadores de la planta y hogar de cerca de 40,000 habitantes.
Esta “Disneylandia negra”, como la describe McMillan por la curiosidad perversa que despierta entre turistas, tuvo una resonancia particular en él desde el principio. Había un elemento de emoción y también de extrañeza en aquel lugar anormalmente diferente. Armado con cámaras de varios formatos, David comenzó a disparar con completa libertad.
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“Mi guía de ese entonces, Andriy Gensytskyy, y las otras personas que me acompañaban entendieron que estaba ahí no como periodista, sino con una perspectiva sensible, sabían que la luz era importante para mí. No se trataba de ver la planta dañada”.
La curiosidad de McMillan lo llevó a explorar la naturaleza y luego los espacios cerrados. Escuelas, hospitales, oficinas gubernamentales. Ante David se desenvolvieron los remanentes de muchas vidas, de existencias en otra hora prósperas y que, de frente al lente, se expresaban inquietantes, con una belleza silenciosa y perturbadora.
En el primer viaje me acerqué a las escuelas. Quizás porque mis hijos estaban en ese nivel y tenía la asociación. Había libros, ropa, juguetes. En ese momento sentí que sería un tema emotivo y que tendría la suficiente proyección como para regresar
Veinticinco años y 22 visitas después, el trabajo fotográfico de McMillan disecta la Zona de Exclusión desde la periferia hasta el epicentro de Pípriat, desde el paisajismo anormal de una ciudad en ruinas hasta el retrato íntimo de algunos habitantes de aldeas cercanas que han aprendido a convivir con las consecuencias monstruosas de Chernóbil.
Así, las imágenes incluidas en Growth and Decay se plantean “como polos opuestos de la misma moneda”, explica. En el lado de la decadencia están emblemas socialistas de la Unión Soviética expresados en series como Flags in Kindergarten Stairwell, una secuencia de siete fotografías tomadas en el transcurso de 14 años, y en Portrait of Lenin, Kindergarten. En este apartado, el tema se desborda hacia el paisajismo del desastre y las imágenes de maquinaria abandonada, en ruinas, como Sinking Boat on the Prypiat River, Chernobyl o Lobby, Children’s Hospital.
En contrapunto, está el crecimiento de la materia orgánica que, silenciosa y potente, ha regresado a dominar el paisaje de concreto. Aquí está, tal vez, la belleza más sutil del trabajo de McMillan y, quizás también, el potencial simbólico de Chernóbil en el siglo XXI.
En el fondo del libro encuentro muchas coincidencias. Está, por ejemplo, la transitoriedad de la cultura y también una señal de advertencia. A veces los símbolos de nuestra cultura parecen importantes, pero no lo serán por siempre. Desde esta perspectiva, por supuesto aterradora, creo que un elemento esperanzador es que la naturaleza seguirá su curso, aun cuando los humanos no
Para David, Chernóbil también ha significado una labor de largo aliento que ha marcado sus inquietudes estéticas con respecto al color y la técnica fotográfica alrededor de un tema significativo. “Quería hacer un trabajo que tuviera sentido para mí en términos de este momento en la historia, una obra que satisficiera mi evolución como fotógrafo y que fuera coherente en cuanto a la fotografía contemporánea.”
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Hacia el final de Growth and Decay, fotografías como Negatives and Shoe, Photographer’s Studio y Kindergarten Floor with Slippers se presentan como exploraciones cromáticas puras y marcan, en un contexto amplio de su obra, un regreso velado a su base artística como pintor.
En la primera, la composición nos lleva a apreciar el contraste de texturas y colores de lo que fuera el estudio de un fotógrafo. Se ven láminas de negativos y, en la esquina superior derecha, la suela de un zapato. “Pensamos en la fotografía como algo permanente, algo fijo, pero no lo es. Nada lo es y al final todo se convierte en moho y liquen”, reflexiona McMillan.
Y en la pureza de la expresión visual de la materia degradada está, sin duda, el plano de lo hermoso. Le pregunto al fotógrafo cuál es la imagen de Growth and Decay que podría resumir lo que pasó en Chernóbil. McMillan suspira y se toma unos segundos para responder. “Creo que es Kindergarten Floor with Slippers. Si tuviera que escoger una fotografía que representa la complejidad del lugar, sería esta”.
David tomó esta imagen en 2006 y, un año más tarde, volvió al mismo sitio para registrar el paso del tiempo. Pero la escena había desaparecido. En otro tiempo había sido un salón de clases y había una estructura de madera que se colapsó. Todo había quedado enterrado entre escombros. También el eco de las vidas pasadas se había esfumado y la ausencia era más patente. Ahí había un color singular. Había rojos, azules, dorados y, hacia la parte derecha, un suéter y una pantufla cubiertos de moho. Lo que observas es un trapo y moho, pero en otro momento fue un suéter y la pantufla de un niño. Me pareció tan triste y emblemático de lo que ahí había sucedido”.
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McMillan no considera que su labor en la Zona de Exclusión haya terminado con la publicación de Growth and Decay. Planea regresar en dos o tres años, con la esperanza de que el sitio mantenga su pureza y distanciamiento de la mano del hombre.
Chernóbil puede leerse como una observación espacial y temporal del término lacaniano de lo uncanny, como un lugar familiar y al mismo tiempo extraño. La ventana fotográfica de David McMillan se asoma a espacios humanos interrumpidos como por un tajo que detuvo el tiempo. “Espero que permanezca así. Inusual, intacto, único”.