Gracias a su nombramiento como sede de la Copa del Mundo de 2022, Qatar ha estado bajo los reflectores internacionales durante los últimos cuatro años. La expectativa ha crecido durante los meses recientes y con ella la curiosidad. Pero, además de los modernos estadios y de los rascacielos a orillas del golfo Pérsico que se ven en las postales, ¿qué sorpresas guarda Doha para sus visitantes?
Qatar más allá del futbol
En comparación con otras capitales americanas o europeas, Doha, la capital del país, es una ciudad joven, de apenas 200 años. En algún punto de su historia, su riqueza estuvo ligada a la extracción y al comercio de perlas y, más recientemente, a la actividad petrolera en un entorno desértico y de clima extremo. Hoy, tiene cerca de 2.5 millones de habitantes, que hacen su vida diaria entre edificaciones que bien podrían ser el escenario de alguno de los relatos de Las mil y una noches –como el Souq Waqif–, construcciones que titilan con sus instalaciones de luz –algo que parece obsesionar a los cataríes– y nuevos barrios en los que el canon occidental es la regla de estilo.
No pueden ignorarse las ambiciones de una nación que obtuvo su independencia en 1971 de convertirse en un epicentro de la cultura y las artes en Medio Oriente, objetivo en cuya consecución no se han escatimado recursos. A arquitectos de renombre internacional como I.M. Pei, Jean Nouvel y Rem Koolhaas se les ha encargado la misión de proyectar edificios que resguarden sus colecciones de arte y cuenten la historia del país, sea a través de instalaciones interactivas o de manuscritos antiguos y cientos de miles de libros que están a disposición de los ciudadanos.
Visitar el Museo de Arte Islámico –que a principios de octubre reabrió sus puertas después de una renovación y reorganización de sus salas–, el Museo Nacional y la Biblioteca Nacional es internarse en algunos de los edificios más impresionantes, inteligentes y peculiares del mundo. Y si bien muchos de estos proyectos están hoy listos para recibir a los fanáticos del futbol y a los turistas que llegarán al país entre noviembre y diciembre, este plan se extiende hacia 2030, año para el cual se espera que ya se encuentren operando el Art Mill, un museo conceptualizado por el arquitecto chileno y ganador del Premio Pritzker de 2016 Alejandro Aravena, el Museo del Automóvil, a cargo de Koolhaas, y el Museo de Lu- sail, que proyectará la firma de Herzog & de Meuron.
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Pero no solo hay lugar para el arte y la cultura, también el deporte ocupa un sitio especial en el presente del país. A pocos pasos del Estadio Internacional Khalifa se encuentra el Museo Olímpico y Deportivo 3-2-1. Gracias a un acuerdo con el Comité Olímpico Internacional, en sus distintas salas se hace un recorrido por la historia de los deportes, se rinde homenaje a algunos de los grandes atletas del mundo y se pueden admirar piezas de memorabilia asociadas con distintas ediciones de los Juegos Olímpicos. La sala en la que se exhiben las antorchas olímpicas de distintos años es una oda a la historia del diseño internacional y al más honesto espíritu deportivo.
Por último, están espacios como M7 y los Estudios de Diseño Liwan, creados para fomentar los oficios creativos y para apoyar a las nuevas generaciones de artistas, diseñadores y profesionistas, ya sea con espacios de trabajo o con áreas para mostrar y comercializar sus creaciones y exposiciones que enriquezcan su labor y los frutos de su trabajo.
Mi mejor recomendación para quienes tengan previsto viajar a Qatar es ir con una mirada curiosa y atenta. En los lugares menos esperados pueden sorprenderse con una obra de arte que se apodera del espacio público. Esculturas de artistas internacionales (Mark Handforth, Bruce Nauman, Subodh Gupta, Isa Genzken y César, entre otros) se levantan orgullosas en calles, fuentes, mercados y edificios públicos. Sin temor a equivocarme, la experiencia más sublime es visitar la colosal escultura East-West / West-East de Richard Serra, instalada en el desierto catarí, a unos 40 minutos de la ciudad. De pie ante estas placas de acero de 14 metros de alto, recorriendo esta breve franja del desierto mientras el sol se preparaba para esconderse debajo del horizonte, el silencio, la calurosa brisa y las partículas de arena suspendidas fueron revelando una innegable verdad: incluso en los lugares más inhóspitos es posible conectar con la belleza.