La temporada debut ha superado su hemisferio y aunque todavía es muy pronto para dar un veredicto, sí que es posible decir si ha estado a la altura. Recordemos que a estas alturas, la serie que lo inició todo ya había ejecutado algunos movimientos clave en su tablero: el intento de asesinato de Bran Stark, la mudanza de Jon Snow al muro, la captura de Tyrion Lannister por parte de Catelyn Stark, las noticias de Daenerys Targaryen a Westeros, y los esfuerzos de Ned Stark por descubrir los secretos alrededor del Rey Robert Baratheon.
Por naturaleza, es difícil que una trama centrada en una sola familia pueda tener tantos movimientos como su antecesora. Sin embargo, el show sí que ha perpetrado varios que parecen decisivos a futuro: la elección de Viserys sobre Rhaenys, el deceso de Aemma Arryn sin dar un heredero varón al rey, el ascenso de Rhaenyra como sucesora al Trono de Hierro, la elección de Criston Cole para la Guardia Real, el matrimonio del rey con Alicent y de la princesa con Laenor Velaryon, y la muerte del soberano con un reino dividido por la sucesión.
El poder de los dragones
Las comparaciones entre Game of Thrones y House of the Dragon son comprensibles. Ambas historias nacen del ingenio de George R.R. Martin, forman parte de un mismo timeline y como tal de una misma franquicia. Lo que para nada significa que sean el mismo proyecto ni que compartan las mismas intenciones.
Sus tramas están separadas por 200 años, con Dragon iniciando cerca del 100 antes de la conquista (AC) y Thrones haciendo lo propio poco antes del 300 AC. Sus contextos son diametralmente opuestos, pues la primera cuenta con los Targaryen firmes en la corona, mientras que la segunda tiene a unos Baratheon cuyo reinado se tambalea en medio del conflicto y las habladurías. La precuela gira en torno a las intrigas familiares en pos de la sucesión y la original alrededor del poder.
En este sentido, la recién estrenada serie ha ejecutado una labor sobresaliente, olvidándose de las viejas nociones de heroísmo y villanía para introducirnos con mujeres y hombres que claman lo que consideran justo. Evidentemente, los métodos varían, lo que resulta clave para las simpatías de las audiencias, pero al final todos son iguales a su modo. Una construcción que deja personajes tan complejos como humanos, todos alejados del viejo concepto del noble caballero andante dispuesto a dar la vida en defensa de la justicia y los oprimidos.
Esto con Rhaenyra al centro del conflicto, cuyo género le permite ahondar de lleno en la posición histórica de las mujeres, relegadas a un segundo término en puestos de poder y obligadas a actuar de manera distinta a los hombres ante los juicios de una sociedad acusadora. Mensajes sumamente relevantes para los tiempos en que vivimos y que Daenerys sólo tocó superficialmente. No por falta de calidad narrativa, sino por la naturaleza del show del que formó parte y el amplio número de personajes en el mismo. También por el contexto, ya que el movimiento #MeToo comienza oficialmente en 2017, es decir, en el ocaso de la serie que lo inició todo.