La presencia de un niño en una película nunca es casualidad. Hablamos de un símbolo sumamente poderoso y que ha sido aprovechado por incontables producciones para la transmisión de todo tipo de mensajes, casi siempre relacionados con la preservación de la inocencia en un mundo sumamente hostil.
El cine de terror nunca ha sido ajeno a la tendencia. En muchos casos, con los pequeños convertidos en víctimas de males mayores. Pero en otros más extremos, con una distorsión de su esencia, lo que resulta en algo inquietante y pesadillesco. Una corrupción máxima en que los seres más puros del imaginario colectivo terminan arrastrados a la ruta de la oscuridad. Si ellos no pudieron escapar, ¿qué nos espera a los demás? Sólo la condenación.
El exorcista, La profecía y Poltergeist son sólo algunos de los ejemplos más icónicos de la tendencia. Pequeños cuya infancia es brutalmente arrebatada por entidades demoniacas que representan una cara opuesta a la luz. También están los impuros por naturaleza, como Los niños del maíz, El ángel malvado o La huérfana, todos ellos malvados desde la raíz. Centrémonos en esta última, quien está de vuelta con El origen.