Toy Story es una de las franquicias más exitosas de todos los tiempos, cuyas cuatro entregas iniciales han acumulado poco más de 3 mmdd. Es también historia pura del cine al ser el primer largometraje hecho completamente por computadora. Es finalmente, la joya de la corona de Pixar, que ha convertido a sus dos protagonistas en sus mayores iconos. Por esto y por mucho más, a nadie sorprende que el estudio siga regresando a esta historia cada que parecía hora de guardar los juguetes.
Esto no significa que la expansión sea sencilla. De hecho, cada nueva entrega viene acompañada de anécdotas que plasman perfectamente el enorme desafío: la segunda entrega estuvo cerca de provocar problemas legales entre Disney y Pixar que no definieron si las secuelas formaban parte de su acuerdo inicial por un número finito de colaboraciones; la tercera dio un cierre tan perfecto que le llevó a ser considerada por muchos como la mejor trilogía de la historia; la cuarta siempre se ha visto marcada por las sensaciones encontradas de quienes no sólo la consideran innecesaria, sino de quienes aseguran que manchó el legado.
Quizá por esto, la casa de Luxo Jr. decidió dar un descanso indefinido a sus figuras plásticas en este periodo de transición que vive el estudio ante un cambio generacional de directores. Algo que para nada impide retomar la historia, sólo que esta vez desde un enfoque muy distinto que permita marcar distancias sin dejar de emular las viejas emociones. Para ello se optó por un vistazo al pasado que permita conocer cómo nació la enorme afición por los juguetes espaciales y más concretamente por el comando estelar que tantos dolores de cabeza provocó a Woody. Es tiempo de viajar al infinito y más allá para conocer a Lightyear.