El primero y más sencillo es desde el enfoque narrativo más generalista. Star Wars es una brillante reinvención del monomito descrito por Joseph Campbell. Se trata de un mito único que puede verse en las historias más añejas, primordialmente de Occidente y que tienden a ser replicadas en mayor o menor medida por las distintas ficciones de la era moderna. En resumidas cuentas, un héroe enfrentándose a su destino para alcanzar la gloria.
En el caso de Star Wars se cumple a partir de Luke Skywalker, un simple campesino que debe definir el rumbo de toda la galaxia en un viaje fascinante que incluye caballeros, princesas, hechiceros y mercenarios, así como el más temible de los villanos. Es, en otras palabras, una caballeresca, pero con la novedad de que se desarrolla en la galaxia. No una cualquiera, sino una muy lejana y cuyas acciones sucedieron hace mucho tiempo. Un detalle tan simple que puede parecer intrascendente y que no parece más que un pequeño detalle en la cortinilla inicial de cada entrega, pero que ha sido decisivo para que una ópera espacial adquiera un carácter cuasi mítico. Una obra de ciencia ficción que no mira al futuro, sino al pasado con los héroes y villanos que forjaron el rumbo del universo y que a su vez nos permiten aprender invaluables lecciones de nosotros mismos.
Porque si hay algo que caracteriza a Star Wars es la exaltación de valores. La valentía y la amistad por sobre todas las cosas, pero también la disciplina y la perseverancia para alcanzar las metas. Estas últimas exaltadas por estrictos, pero nobles maestros que recuerdan una y otra vez que no hay un camino fácil para alcanzar las cosas. Su contracara proviene de las sensaciones más oscuras como el miedo y el odio, y que conducen a una ruta sin retorno: el lado oscuro.