Kvedaravicius había estado en Mariúpol, una ciudad portuaria a orillas del mar de Azov, cuando estalló el levantamiento de la minoría rusófila en la región del Donbás. El cineasta regresó en febrero de 2022 "para reunirse con las personas que había conocido y filmado entre 2014 y 2015", explica el comunicado.
Sin voz off ni música, el documental ofrece una mirada desnuda, de largos planos filmados principalmente dentro y fuera de una iglesia de la ciudad, con un grupo de refugiados, habitantes de Mariúpol que se resisten a abandonar la ciudad.
Con sus vidas en riesgo, los hombres y mujeres de la iglesia salen en busca de víveres, ropa, bajo el ruido incesante de las bombas, los disparos, a veces lejos, a veces cerca.
Dos refugiados hallan un generador de electricidad en una casa. Dos cadáveres yacen en el portal del edificio. No hay tiempo para enterrarlos, reconoce uno de ellos. Los refugiados rezan brevemente para agradecer a Dios haber sobrevivido un día más.
Un hombre interviene: "Si alguien duda del Señor, de su bendición, que vaya al teatro y eche un vistazo a la fosa común, o que vayan a la fábrica", explica.
Según denuncias de organizaciones no gubernamentales, centenares de personas que se habían refugiado en un teatro de Mariúpol murieron en un ataque ruso en marzo.
Los refugiados en la iglesia creen que la protección divina les salvará de las bombas. En un momento del documental, un responsable local les pide que se vayan para poder cerrar el templo. Los que están dentro se niegan, y al espectador solo le queda adivinar qué sucederá con esa gente.
Cannes arrancó esta semana con un mensaje del presidente ucraniano Volodimir Zelenski, que pidió al mundo de la cultura que se involucre en la denuncia de la invasión rusa.