Con esas palabras, Tito me describe lo que el domingo 30 de mayo dejó más que claro, por enésima vez, en sus redes sociales: su corazón es azul y la Noria es su casa. El video que subió esa noche lo muestra celebrando el noveno campeonato cementero, concretado tras 23 largos años de espera, con el puño agitado y el semblante de quien consiguió algo casi impensable. Villa, que ahora es analista en la cadena TUDN, estaba en la transmisión del juego, en el palco del Estadio Azteca.
“Claro que no jugué ni mucho menos, pero he estado cerca todo este tiempo. En este momento mi trabajo me permite estar cerca de la institución, de la gente, y es realmente lindo vivirlo”, celebra el también ex delantero del Derby County inglés. Antes de llegar al Azul, Villa jugó en la Premier League, del 2007 al 2009. Su paso por Europa fue corto, solo militó en el Derby County y regresó a tierra americana para jugar en el Estadio Azul. Aceptó el reto de venir en México, arribó a La Noria y el resto es historia. Un campeonato de goleo con La Máquina, docenas de anotaciones que le valen el respeto de los aficionados al club y una lengua azul, sí, porque cuando se trata de hablar del actual campeón de la Liga MX, “Tito” Villa no escatima, agradece y atesora.
“Uno no sabe lo que le depara la vida, pero sí supe al llegar a Cruz Azul que, en ese momento, llegaba al club más importante de mi carrera, en todos los aspectos. Lo demás se fue dando, la identidad, el sentido de pertenencia que se generó en los años que pasé allí. A pesar de no haber conseguido ningún título, las sensaciones y los dividendos fueron buenos en lo personal. Un cariño y respeto mutuo con la gente, que se fue quedando en el corazón con el paso del tiempo, y se acentuó. Cruz Azul marcó un antes y un después en mi corazón y en mi carrera”, me dice Tito entre sorbos al mate. De haber jugado la final ante Santos, pienso, Villa habría celebrado más que Jonathan Rodríguez el gol del título, el 1-1 en el Azteca. Villa habría defendido a Jesús Corona en el último altercado que se suscitó, ya con la corona en la vitrina asegurada. Tito habría volteado a la grada celeste para agradecerles todo el esfuerzo y habría terminado empapado en sudor, quizá con sangre, propia o del rival, en algún rincón del uniforme. Ese es Tito Villa.
La estadística oficial marca que el nacido en Argentina y naturalizado mexicano no ganó títulos con el Cruz Azul, no tiene campeonatos con el club, pero la novena estrella, de alguna y otra manera, le pertenece también. Cuántos niños se convirtieron en aficionados celestes por la letalidad de Villa en el área rival, cuánta gente no se enamoró de los goles del Tito y por eso apoya los colores de La Máquina. O, del otro lado de la cancha, cuántos aficionados a otros equipos mexicanos no recordamos lo duro que era saber que el rival tenía de 9 al Tito… No somos pocos.
...entre los que se bajaron del barco y los que no, los que tiraron sus posters y sus banderas, creo que hoy es una época de disfrutar.
A la afición, incluso esa que solía crecer en el ecosistema cruzazulino, esa desesperada y harta de que su equipo no rompiera la malaria y que decidió ya no apoyar más, a todos ellos, Tito les dice: “… sin diferenciar entre los que se bajaron del barco y los que no, los que tiraron sus posters y sus banderas, creo que hoy es una época de disfrutar. Un momento único para muchas generaciones que jamás lo habían vivido y hoy lo están disfrutando. No es momento de recriminar nada a nadie, por más que eso de hoy si le voy y mañana no le voy, al menos en mi país natal, no existe. Y no soy nadie para juzgar, solo hablo desde las creencias que me han inculcado desde pequeño”. Villa apela a esa pequeña diferencia que, tal vez, ha hecho que el futbol se expanda por el mundo entero sin encontrar dificultad, ese gramo de emoción extra que en el largo y corto plazo brillan siempre en esta disciplina deportiva: así como un gol cambia todo en el minuto 88, como un mal despeje hace de una gran actuación un rotundo fracaso, como un cambio puede transformar la dinámica de un equipo, también en 90 minutos se pueden esfumar dos décadas de impotencia.