La secuela de Borat es tan políticamente incorrecta como absurda e inteligente
El falso documental de Sasha Baron Cohen lleva de vuelta a Estados Unidos a su alter ego, el periodista Borat, para medir el pulso social y político de los votantes de Trump en plena pandemia.
Al ver la secuela de Borat, pasa algo desconcertante que después resulta revelador: por momentos sientes que la sátira y lo alocada de su historia es inverosímil, que es demasiado, que el comediante Sasha Baron Cohen estiró la liga demasiado y que lo que ves es una exageración que pretendía ser divertida pero se quedó en el intento.
Sin embargo, progresivamente, la realidad de Estados Unidos y los seguidores de Trump se ponen a la altura de lo absurda de la trama de este falso documental, y es ahí cuando una comedia potente y muy particular cobra vida, porque al final todo lo que vemos es chistoso, porque es verdad.
La trama de Borat Subsequent Moviefilm: Delivery of Prodigious Bribe to American Regime for Make Benefit Once Glorious Nation of Kazakhstan es aún más absurda y políticamente incorrecta que su predecesora. En esta ocasión, Borat —el periodista kazajo de mentalidad retrógrada y comentarios y preguntas políticamente incorrectas que mostraron el racismo, antisemitismo y xenofobia de Estados Unidos hace 14 años, al hacer un reportaje sobre el american way of life— ahora vuelve a esa nación con el objetivo de ofrecer en matrimonio a su hija Tutar, de quince años, al vice presidente Mike Pence y luego al ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani.
Una vez más, a lo largo de la travesía por Estados Unidos, Borat va desenmascarando la filosofía de los americanos, sólo que esta vez se centró en los votantes de Trump. Este mockumentary es una clase de improvisación de Sacha Baron Cohen, pues con sus preguntas y comentarios que harían clausurar programas de televisión en Estados Unidos, va pintando un gran retrato contemporáneo de Estados Unidos durante la pandemia, en la que americanos republicanos le confiesan que Hillary Clinton aterroriza a niños y luego extra su adrenalina para inyectarse y creen que China inventó el coronavirus.
Al filmar este nuevo falso documental improvisado, Sasha Baron Cohen se dio cuenta que su alter ego del periodista kazajo, que viste un traje celeste y luce un bigote anacrónico, seguía siendo reconocido en las calles. Su fama la estorbaba y amenazaba la continuidad de su proyecto, pero ara resolverlo, el comediante inglés disfrazó a Borat para que la película fuera viable, algo que resta potencia a la historia. Es como de pronto verse forzado a no ver al protagonista.
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Sin embargo, la actriz Maria Bakalova, quien interpreta a Tutar, la hija del periodista que será ofrecida en matrimonio a los republicanos con más fama de seductores, es una gran revelación. Ella sostiene la película porque también fluye cuando de improvisar se trata. Al ser una joven mujer, lograr llevar la comedia del absurdo a lugares en las que Borat no podría. Por ejemplo, ella habla frete a un grupo de republicanas conservadoras pro vida (¿es esto un pleonasmo?) y les confiesa emocionada que acaba de descubrir que no es cierto que en el interior de su vagina hay dientes que puede morderla si se toca, desatando la indignación de las presentes.
Esta secuela, que si bien tiene momentos y chistes que se le parecen mucho a la primera por ahondar en el antisemitismo —Sacha Baron Cohen es judío—, tiene como logro el arrojo y la forma en que ridiculizan a figuras de poder que, en teoría, tienen equipos de prensa y de seguridad que deberían prevenirlos de la vergüenza, y sin embargo, Sacha Baron Cohen logra lo impensable: irrumpe en un discurso de campaña de Mike Pence para ofrecerle a su hija en público y, el clímax de la película, lograr que Tutar consiga una entrevista con el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, con quien ella coquetea, fingiendo ser una reportera joven y fascinada por la fama del político, quien en un momento cuando están solos —él no sabe que hay cámaras escondidas en la habitación— coloca su mano en la cintura de Tutar y en un momento, también toca los genitales.
Puede que la comedia de Sacha Baron Cohen no sea para todos, pero nadie podrá negar que es de una sofisticación y arrojo que está a la altura de los tiempos absurdos que se viven en Estados Unidos. Al final, el chistoso porque, tristemente, es verdad.