Tenet es una película tan espectacular como difícil. Es, como todos los filmes de Christopher Nolan, un evento cinematográfico que, válgase la redundancia, debe ser visto en el cine por una razón buena y otra mala. Si se debe verla en una pantalla grande es para disfrutar al máximo sus secuencias de acción —que son fuera de serie por la forma en que Nolan captura la reversión del flujo del tiempo—, y también se debe ver en el cine para intentar comprender al máximo la complejidad de su temática a ratos ininteligible, que exigirá toda —en serio, toooda— la atención del espectador.
Reseña: 'Tenet' no iguala a 'Inception' ni a 'Interstellar'
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Durante mucho tiempo su trama fue un completo misterio, se sabía sólo que tenía que ver con el tiempo, un tema que obsesiona al director de Memento, Inception e Interstellar. Incluso Robert Pattinson, cuando por fin pudo hablar sobre la temática de ésta, no sabía cómo explicar la película.
El concepto en el que se sostiene toda la historia es la reversión del flujo del tiempo. Esto se explica de la forma más fácil con la siguiente escena: se dispara una pistola, pero la bala es capturada por el arma. Es un breve rewind que rompe las leyes de la física, en específico la de causa-efecto.
En términos llanos, ésta es la historia de dos agentes, encarnados por John David Washington y Robert Pattinson, que deben entender y dominar la reversión del flujo del tiempo para ejecutar un enredadísimo plan para salvar a la humanidad que es amenazada por un despechado contrabandista de armas soviético, Andrei Sator, encarnado por Kenneth Branagh.
El universo de este thriller de acción y ciencia ficción es tan complejo y ambicioso que sin duda recuerda la experiencia de ver de Inception o Interstellar; sin embargo, a diferencia de éstas, Tenet no logra simplificar su trama con un guión que el espectador entienda de forma natural, y por eso la historia resulta laberíntica a ratos.
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Las dos películas previas de Nolan eran brillantez porque la audiencia sabía que estaba en un laberinto, pero se sabía guiado de la mano de un cineasta y guionista que los haría entender el caos y los llevaría a la salida entendiendo el camino andado. Eso no pasa con Tenet, pues en este filme de 2 horas y 30 minutos, uno llega a sentirse perdido —y no es cuestión de inteligencia, aquí el narrador, Nolan, es el único responsable—, pues por primera vez la complejidad de su historia superó su capacidad de narrativa.
Tenet es visualmente espectacular, mucho más que sus filmes anteriores. Es un espectáculo estético que el cerebro no sabe cómo asimilar porque, en una misma escena, vemos dos flujos de tiempo: soldados que corren hacia un punto como si lo hicieran en rewind; mientras otros disparan y se mueven conforme a las reglas de la física.
Sin embargo, toda esa proeza cinematográfica —digna de quitarse el sombrero— resulta pirotecnia o cosmética que esconde la imperfección del guión: por momentos, los diálogos de los protagonistas parecen cátedras de física en fast track y el espectador se puede llegar a sentir más en la facultad de matemáticas que en el cine.
Eso no pasaba en Inception e Interstellar, en donde la complejidad de la historia era simplificada con diálogos que sonaban naturales y no educativos. En ellas, la historia fluía de forma natural, simple y congruente; Tenet es un travesía emocionante, sí, plagada de elementos visuales que por sí solos valen la pena, pero que en conjunto no igualan en solidez a las historias anteriores de Nolan.
El problema del filme también radica en la construcción de su personaje principal, interpretado por John David Washington. A diferencia de Inception e Interstellar, cuya fuerza dramática y el corazón de la trama recaían en la urgente necesidad de padres que hacían todo reencontrarse con sus hijos, el protagonista de Tenet tiene sólo como motivación completar una misión, no existe en él una raíz emocional (o al menos no es visible) que justifiquen todas sus acciones y, por eso, la película se siente fría.
Sin embargo, la importancia de proteger el lazo filial está presente en esta película de Nolan una vez más, representado en el personaje de Kat, esposa del antagonista de Andrei Sator: ella lucha por permanecer cerca de su hijo, pero este elemento humano de la historia, lo que pretende ser el corazón de la película y justificar todo lo que pasa en este laberinto que desafía las leyes de la física, no es lo suficientemente poderoso y pasa a segundo plano.
Pese a todo esto, Tenet no es una película que se asemeje a la experiencia de un parque de diversiones, no es diversión vacía. Como en toda la filmografía de Nolan, existe bajo todas esas capaz de acción y espectacularidad visual, temas filosóficos.
Esta historia plantea en sus subtexto preguntas sobre la divinidad, el destino y la posibilidad del libre albedrío. Y son quizás estos temas entre líneas, que se abordan tenuemente, sin profundidad, los que salvan la historia, lo que la hacen cuando menos un espectáculo cinematográfico que tuvo la intención de lograr algo complejo, grandioso.
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Tenet es eso, un bello intento, con escenas nunca antes vistas, que aunque no se entienda del todo, se sale de la sala con la sensación de haber visto algo que estimulo el cerebro con imágenes y preguntas. Pero hasta ahí.
Más que una película
Eso en términos cinematográficos. Pero existe otra dimensión de Tenet que tampoco se puede obviar: su peso a nivel industria, lo que significa el estreno de una película de estas características en este contexto histórico.
Por la pandemia, ha recaído en ella cuál será el futuro del cine mientras no exista una vacuna contra la enfermedad Covid-19. Los especialistas creen que dependiendo de su desempeño en taquilla, el resto de los estudios de cine decidirán cuándo y cómo estrenar sus superproducciones. Quieren saber si las salas a un 30 por ciento de capacidad y con todas los protocolos de sanidad generan la confianza necesaria para que los cinéfilos vuelvan a las butacas. Aquí cabe destacar que la función de prensa que se realizó en México se hizo con todas las medidas necesarias —asientos separados y desinfectados, medición de temperatura y uso obligatorio de cubrebocas— y, al menos yo, no me contagié.
En un mundo normal, este blockbuster, que costó 220 millones de dólares, se habría estrenado la misma fecha a nivel global, pero por la pandemia se ha hecho de forma alternada, dependiendo de los semáforos epidemiológicos y permisos de cada gobierno. En Estados Unidos, abrió la semana pasada con una recaudación de 20 millones en su primer fin de semana, cifra que en un contexto prepandémico hubiera sido un rotundo fracaso, pues los filmes de Nolan generalmente sobrepasan los 50 millones en su estreno en ese país.
Es decir, la nueva película de Nolan no sólo lidia con las expectativas que genera su sello de garantía como autor —reconocido por lograr ese difícil balance entre espectacularidad visual y profundidad temática— sino porque su filme es el vehículo que se internará de forma experimental en este presente que sólo podremos entender, históricamente, con ese elemento con el Nolan está obsesionado, el tiempo.