En vez de la muchedumbre de curiosos y aficionados que suelen agolparse cada noche bajo los flashes y ovaciones del público, el muro resulta una fortaleza inexpugnable.
Desde la avenida que separa el palacio de la playa, no se logra ver nada, salvo un muro gris que envía un mensaje claro: "¡Aléjate. Aquí no hay nada que ver!".
Pese a que Italia encara un resurgir del virus menos fuerte que en otros países europeos, como ocurre en Francia, los organizadores no han querido correr ningún riesgo: el uso de mascarilla es obligatorio en todos los lugares, tanto en las salas de proyección como en los espacios al aire libre, así como el gel desinfectante y los controles de la temperatura en todos los accesos.
"Este año en Venecia confundieron el festival con el carnaval: estamos como en un baile de máscaras", bromea un periodista italiano con un colega.
"Espero que todos respeten las reglas", confía por su parte Roberta Zoppé, del bar La Dolce Vita, donde vende helados desde hace cerca de diez años a pocos pasos del palacio.
¿Que cómo veo el festival de este año? No sé qué pensar, navegamos a vista, es inaudito", responde mientras levanta los brazos hacia cielo.
A una cuadra de distancia, la dueña del restaurante La Tavernetta, que desde hace 27 años funciona durante el festival, tiene las ideas más claras.