Michael Jordan es rencoroso. No se esfuerza ni siquiera en ocultarlo. Cuando en el tercer episodio de la serie The Last Dance le preguntan cuál es el equipo hacia el que sentía más rivalidad, no duda en decir que por Los Pistones de Detroit. “Los odiaba… los sigo odiando hasta el día de hoy. Ellos se lo tomaron personal y nos molían a golpes”, recuerda Jordan.
En 1989, Detroit y Chicago Bulls eran los dos caballos negros de la NBA, dos equipos en los que pocos creían pero empezaron a brillar a la altura de Lakers y Celtics. Sin embargo, no podían ser más distintos: mientras unos eran una acción tan deportiva como poética liderada por Michael Jordan; los otros eran una escuadra de con una filosofía militar de choque, abanderada por Bill Laimbeer y Rick Mahorn, unos defensivos con aires de matoncillos que hicieron de la NBA casi un cuadrilátero de lucha libre.