Por esta razón, 'The irishman' es un clásico de Scorsese
The Irishman es una grata sorpresa. Uno se sienta en la butaca esperando una película más sobre los temas eternos de Martin Scorsese: la exploración de la masculinidad de tipos duros que jamás hablan de sus sentimientos, las dinámicas de poder en la mafia y las decisiones inmorales verbalizadas frente a platos de abundante pasta; y aunque todo esto se cumple con creces, la nueva película de este director, que reúne otra vez a sus actores fetiche —Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino (¡le podemos dar el Oscar de Mejor Actor de Reparto desde ya!)—, es mucho más que esto. Resulta tan grande como la vida porque, al final, es una carta de amor de un padre a una hija. Sólo que escrita con tinta roja, color sangre.
Lo que hace a The irishman una película a la altura de sus expectativas es que su argumento es sobre mucho más que el eje de la historia: el retrato del un asesino a sueldo, Frank Sheeran (Robert De Niro), quien mató al líder sindicalista Jimmy Hoffa. La adaptación de la novela I Heard You Paint Houses —escrita por el abogado Charles Brandt y confidente de Sheeran— es sobre cómo pesa la culpa, la lealtad y el duelo. Pero en el fondo, si se presta atención, es un réquiem sobre un padre que sólo entiende la violencia como forma de vida, sobre un veterano de guerra que perdió su brújula moral y que, aunque volvió con vida a Estados Unidos, se fue muriendo cada vez que apretaba el gatillo. Al final, como es representado de manera elegante y sutil en la última escena de la película, es el fiel retrato de un tipo duro que, en silencio, fue perdiendo su humanidad mientras intentaba darle la mejor vida posible a su esposa e hijas.
Es cierto todo lo que han escrito los críticos de los medios más reconocidos del mundo: la película es un tour de force y una clase magistral de actuación de De Niro, Pesci y Pacino. Así que no vale la pena abundar sobre esta temática. Sus casi tres horas y media, pese a su densa historia, fluyen de una manera en la que el tiempo pasa de manera inadvertida: gran logro de la dirección de Martin Scorsese y, sobre todo, del comic relief que logró con esta triada de actores: porque en este filme, las risas florecen en escenas donde parecería imposible que así fuera. Hay que subrayar —con esa mista tinta roja con la que se manchan las casas en la que Sheeran ejecuta sin pestañear— la actuación de Al Pacino, que por momentos tiene guiños a Tony Montana en Scarface (1983).
El retrato de Scorsese de Frank Sheeran, encarnado por Robert De Niro, es hecho sin prejuicios, con una humanidad que incomoda porque uno siente demasiada empatía por este asesino. El director logra hacernos entender la esencia de este personaje y, aunque como espectador no lo justificamos, sí se acepta la necesidad dramática de él: ser el mejor padre posible pese a los lastres emocionales de la guerra, la mafia, la política turbia del sindicato de camioneros y ser producto de su época. De manera menos evidente, el subtexto de la película, aborda la búsqueda de un padre o por lo menos de un tutor paternal, pues Sheeran encuentra en Jimmy Hoffa (Pacino) y Russell Bufalino (Joe Pesci) a dos referentes masculinos, a quienes ve como sus arquetipos. Solo que Hoffa y Bufalino son líderes de personalidades contrastantes, que manejan el poder de manera diametralmente opuesta, y esto obligara a Sheeran tomar la decisión moral más importante de su vida.
La película es completamente inmersiva; sin embargo, el rejuvenecimiento digital de sus protagonistas —sobre todo el del personaje de De Niro, pese a los avances tecnológicos— sí resulta fallido. La historia está contada en un tono tan hiperrealista que al ver la primera imagen digitalizada de Frank Sheeran en sus veintes, el espectador recuerda que está viendo una película —la pantalla deja de ser una ventana a la vida— y entonces, como espectador, se toma cierta distancia que no favorece a la veracidad de la trama. Cuesta un poco de trabajo olvidarse de este detalle técnico, es como leer y ver de manera repetida una falta de ortografía. Distrae. ¿No habría sido más sencillo, efectivo y, sobre todo, barato que un buen director de casting eligiera a actores parecidos a los protagonistas para hacer los flashbacks?
The irishman, que tiene sello mexicano al ser fotografiada por Rodrigo Prieto y ser producida por Gastón Pavlovich, además de ser una gran película, es un evento cinematográfico, uno de esos filmes que formarán parte de la conversación pop mundial de aquí al Oscar, en febrero. Está claro que tiene todos los elementos que La Academia valora al momento de entregar la estatuilla dorada; hay que recordar que esta plataforma de streaming, que está haciendo crujir el modelo de negocio de las grandes cadenas de cine, no lo logró el año pasado con Roma, de Alfonso Cuarón, que aunque se llevó el premio de dirección, película extranjera y cinematografía, le negaron el máximo reconocimiento.
Será interesante saber si la calidad y el pedrigrí del elenco de The irishman y su director son suficientes para que por fin una película producida y distribuida por Netflix —es decir, que no se exhibió en salas de cine de manera masiva— puede ser legitimada con un Oscar a Mejor Película. Pase lo que pase, The Irishman, se convertirá fácilmente en uno de los clásicos de la filmografía de Scorsese.