La impulsividad de Cristina Rodlo
Si Cristina Rodlo no fuera impulsiva, si sus acciones no atentaran contra la lógica, las probabilidades y las opiniones de sus familiares y amigos, no sería actriz. Y, claro, tampoco sería la nueva mexicana en ascenso en Hollywood. “Yo soy la oveja negra”, dice Cristina con una sonrisa, desde una habitación del hotel Umbral, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Luego de una década de “picar piedra” en series como El vato y 2091, este año Cristina figuró en el remake en inglés de Miss Bala y protagonizó las series The Terror (AMC) y Too Old to Die Young (Amazon Prime Video), esta última del director danés Nicolas Winding Refn (Drive), que estrenó en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
Cristina, originaria de Torreón, Coahuila, supo a los 11 años qué quería ser en la vida. “Se los dije a mis papás después de una clase de teatro en el colegio. Pensaron que era broma, que se me iba a olvidar, pero nunca lo olvidé”. Sus padres, ajenos a la industria del entretenimiento, empezaron a preocuparse cuando el sueño de su hija no era solo ser actriz, sino prepararse en otro país. “Cada año les decía que quería estudiar arte dramático en Estados Unidos y me contestaban que estaba loca”. En su afán, descubrió que la Asociación Nacional de Actores hacía castings en Monterrey una vez al año y otorgaba becas para estudiar en Nueva York. Convenció a su madre de acompañarla. “Era menor de edad y mi mamá, cansada, me dijo: ‘Vamos a ir porque no vas a quedar seleccionada y ya: te quedas en Torreón a estudiar una carrera normal’”. Meses después recibió una carta de The American Musical and Dramatic Academy, en Manhattan, con el ofrecimiento de media beca. “Pero lo primero que me dijeron mis papás, luego de contarles muy emocionada, fue que no iba a ir porque aun con la beca era muy caro”.
El factor económico era tan buena razón como pretexto para que Cristina desistiera, y sus padres se jugaron la última carta. Le propusieron que si ella conseguía la otra mitad de la beca, podría irse. “Me lo dijo mi mamá riéndose, porque era un dineral que una niña de 17 años no iba a poder conseguir. Le di la mano y le pedí que me lo prometiera”. Cristina mandó cartas para solicitar apoyo económico a empresas, instituciones gubernamentales y hasta partidos políticos. “No quiero decir su nombre, pero, al final, un político de Torreón me apoyó. Fui con mi mamá a hablar con él y no entendía qué quería. Le conté y le dije la cantidad exacta que necesitaba. Me dijo: ‘Te lo voy a dar de mi bolsa porque veo algo en ti’. A mis papás no les quedó de otra más que apoyarme”.
Sin embargo, Cristina necesitaría un segundo acto impulsivo para lograr su meta. En diciembre de 2010 ya se había graduado, sentía que su carrera no iba a ningún lado y, además, su visa de trabajo vencía en seis meses. “Un día, desesperada, tomé un vuelo a Los Ángeles porque quería hacer cine. Estaba gastando mis ahorros en algo poco probable y todos mis amigos en Nueva York me decían que para qué me iba si no tenía ni agente, que me iba a la deriva”. Una vez más, no le importó. “Cuando siento algo en el fondo de mi corazón, actúo”. Cuando aterrizó era solo otra actriz desconocida en Hollywood, hospedada en casa de un amigo, tratando de encontrar una grieta por la cual colarse.
Envió su currículum que solo contenía cortometrajes, junto con sus fotos, a las agencias de talento más importantes. En cuestión de días la contactaron de WME, una de las de mayor renombre, pero no le habló un agente, sino un asistente, Brandon Guzmán, quien también tenía la ambición de crecer. La puso en contacto con el mánager Iván Sánchez, representante de Adriana Barraza, quien fue directo con ella: “Nos caímos súper bien, pero me dijo: ‘This is what we are going to do, mami: si bajas 10 kilos en un mes, te represento’. En ese entonces estaba gordita y me puse a hacer ejercicio como loca. En semanas me consiguió mi primer protagónico en una película, Los condenados (2012), y me fui a filmar a Puerto Rico. En solo mes y medio mi vida cambió por completo, y todo por un impulso”. Cristina, además, es leal: ahora su representante es Brandon Guzmán. “Después de renunciar me dijo que iba a montar su propia compañía, Valor Entertainment Group, y acepté seguirlo porque él había creído en mí”.
Al recordar esto, Cristina resopla y su vista se pierde en la pared. “Han sido muchos años de picar piedra”, dice. Además de su fe en sí misma, sabe que jugó a su favor el interés de Hollywood por los latinos. “Hay más oportunidades para nosotros, porque los latinos en Estados Unidos son la minoría que más entretenimiento consume. Los proyectos que tengo ahorita no me los hubieran dado hace seis años”, dice Cristina, de 29 años, quien protagoniza El vestido de la novia, cinta mexicana de terror que estrenará en diciembre. También aparecerá en Perdida, que llega a salas el 10 de enero. Su instinto le dice que su siguiente impulso está detrás de cámaras. “Quiero escribir y dirigir. La mejor manera de hacer una carrera es creando, es muy difícil forjar una trayectoria si estás esperando a que te llamen”.
Pese al buen año que Cristina ha tenido, admite que muchas veces imaginar su futuro le roba el sueño. “Pensar en qué sigue es lo que más estrés, nervios y ansiedad me provoca. Pero sigo tocando puertas”, dice con una sonrisa y se encoge de hombros. Un mes después de esta entrevista, anunciaron que protagonizará la serie del director Ron Howard, 68 Whisky. Parece que Cristina tiene otra razón para dormir tranquila