Así fue cuando vino Metallica por primera vez a México hace 24 años
¿Ya sabes dónde vas a estar dentro de 24 años? Ya pasaron 24 años y sigo viendo los mismos mircobuses verdes, al mismo biólogo marino tan lejos del mar diciéndome "¿le lavo su parabrisas?". Esta ciudad sigue tan inhabitable como hace 24 años. Aún me acuerdo de mi amigo Pablo recortando los posters de su banda metalera favorita que, religiosamente, aparecían cada mes en las revistas Rip, en Metal Edge, en Circus Magazine. Sí, no había Google para buscar la foto que quisieras, se trataba de esperar un mes eterno para comprar, recortar y engrapar en la pared.
Vengo de otros tiempos y otros espacios. Ahí no había Spotify, ni iTunes, tampoco YouTube, muchos menos torrents, blogs, ningún lugar donde bajar música. Lo más pirata que había eran las cintas que grababas para rolar entre los cuates y escuchar en el walkman. El CD estaba en pañales en México. Ni para cuándo usar el término "quemar". Para comprar un disco, debías dejarlo pagado con meses de antelación al cuate de Discos Aquarius –Acoxpa, Roma o Satelite– y llamar por semanas para ver si ya había llegado. Así esperamos por el disco negro, como se le llama al álbum más comercial de Metallica y que cambió para siempre la percepción del metal. Hay un antes y después para los headbangers: los posers y los no posers. Después de "Enter Sandman" todos se volvieron metaleros, las melenas largas y las playeras negras acompañadas de chamarras de mezclilla eran el pan nuestro de cada día. Los metaleros dejaron de ser pobres diablos, bichos raros, freaks, outsiders...
Para ver videos de metal, debías esperar hasta el fin de semana, buscar algún amigo que viviera en una zona burguesa y que tuviera Cablevisión o antena parabólica –sí, la televisión por cable sólo estaba disponible es ciertas zonas privilegiadas de la ciudad de México–, sintonizar MTV y adelantar el reloj para que terminara Yo! MTV Raps y apareciera el conductor y gurú Riki Rachtman en la mejor época de Headbanger's Ball –aún recuerdo la rola de "Lost and Found" de Prong que servía como rúbrica al incio– el programa por excelencia destinado a programar y entrevistar a bandas de hard rock, heavy metal, thrash metal, speed, death y todo lo que se antojara rudo.
Ya casi se cumplen 24 años. Aún lo recuerdo: era 2 marzo de 1993. Fueron días gloriosos. El metal –como lo conocimos muchos– vivía sus últimos días de gloria. Kurt Cobain aún no era el semidios que hoy todos recordamos. Sintonizaba una estación de radio que era una verdadera maravilla: Rock 101. Desde días antes, no hablaban más que de Metallica que había abarrotado el "palacio de lo rebotes" como se le conocía –si hoy piensan que su acústica es cuéstionable, no tienen idea cómo sonaba en aquél entonces, antes de las "mejoras" que le han hecho. Los boletos para Metallica se habían agotado: febrero 25, 26, 27 y marzo 1 y 2.
México parecía primer mundo, decían. Era el efecto Salinas de Gortari, decían. Una serie de conciertos brotaban por todos lados. Eran años de inocencia. Todo era nuevo. Todavía nos faltaba tanto, pero tanto por ver. Eran tiempos de esperanza, decían. Y sí, ir a un concierto era "el evento" sin precedentes, era el sueño prometido. No existían las preventas bancarias, así que si querías conseguir un buen lugar, lo mejor era pernoctar a las afueras de una taquilla ticketmaster, un centro comercial donde hubiera mixup, o en la calle, justo en Río Churubusco, para encontar los mejores lugares en la taquilla del Palacio de los Deportes. Había camaradería, aquello era ya parte del show, era el ritual para quienes se consideraran un digno fan, además de los nichos y veladoras que se le montara al poster de la banda favorita.
La noche del 2 de marzo en la Ciudad de México fue una de las mejores de mi vida. Recuerdo que en Rock 101 decían que mañana (justamente el 3 de marzo, un día como hoy, pero de 1993) tendrían una entrevista con Joe Elliott, el entonces aún glorioso vocalista de Def Leppard. Acaban de lanzar Adrenalize, aún llorábamos la muerte de Steve Clark, el guitarrista y genio del grupo. Parecía que sería un enlace vía telefónica. "Into the great wide open" diría Tom Petty. Y así era. Ver el escenario de Metallica de aquella época era misticismo, eran nervios, era asombro, era inocencia que estaba dispuesta a pervertirse. Las manos temblaban, las chelas corrían. El encendedor en la bolsa para prenderse en el momento exacto –no existían celulares, era casi imposible meter una cámara– la gente vivía la experiencia con sus cinco sentidos, tomaba polaroids mentales, videos en HD con sus ojos y los registraba en su memoria.
Con suerte, un amigo había ganado un par de lugares en el cotizado Snake Pit, la zona más privilegiada e incrustrada dentro del escenario de Metallica. Las luces se apagan y empieza a sonar "The Ectasy of Gold" de Ennio Morricone que dio paso a "Creeping Death", "Harvester of Sorrow" y "Welcome Home (Sanitarium)". Aquello era como estar en la puertas del averno viendo a los demonios que veías tan lejos en la Rip o Headbanger's Ball. Ahí estaban, todos con matas largas, todavía con Jason Newsted. Todos éramos tan jovenes, tan inocentes, tan soñadores. De pronto, entre las luces, alcanzo a ver un par de asientos a mi lado derecho, a Joe Elliott, sí, el mismo vocalista de Def Leppard, presenciando a Metallica en el Palacio de los Deportes. Tenía cara de asombro, viendo hacia todos lados, con la boca abierta. Pero todos veían a Metallica, creo que nadie se dio cuenta que en el Snake Pit estaba el líder de Def Leppard estudiando el lugar donde tocaría algunos meses después.
Sonaron "Sad But True", "Wherever I May Roam", "The Unforgiven" y los encendedores se prendían y apagaban en perfecta armonía. Así pasó la noche, vinieron las obligadas "For Whom the Bell Tolls", "Fade to Black", "Master of Puppets", "Seek & Destroy" y tras el encore "Nothing Else Matters", el cover a Diamond Head "Am I Evil?" con James en la batería, Lars en la voz, Kirk en el bajo y Jason en la guitarra, enseguida "One y hasta culminar con "Enter Sandman" y el cover a Queen, "Stone Cold Crazy".
Han pasado casi 25 años, no tengo fotos en el móvil de ese momento. Ni cómo comprobar que estuve tan cerca de Joe Elliott en el Snake Pit y que al día siguiente estuvo en vivo en Rock 101 y donde, apurado, me lancé a que me firmara el vinil de Pyromania que todavía conservo. No busques en Wikipedia, ni en Facebook, ni en Twitter, ni en el Instagram, ahí no está. No tengo un sólo like más que mis recuerdos, el delicioso perfume de la memoria, acompañado de mis cuates, de una estación de radio inteligente que ponía lo mismo a Frank Zappa que a Depeche Mode, de un tiempo donde todos eramos inocentes, que comprabamos revistas, que vimos a MTV cuando aún ponía video. No busques en tus apps, ni en la memoria de tu iPhone, ahí no busques, deja que el asombro te encuentre esta noche – ya sea tu 3 de marzo de 2017 o el 5, las dos fechas que aún quedan para ver a Metallica– y sea la más memorable de tu vida.
Aquí te dejamos el concierto completo, revívelo.