Nos infiltramos en la Iglesia de Cienciología y esto fue lo que pasó
“¿Qué buscas? ¿Quién te mandó?”, soltó una señora de cabello castaño, vestida de negro de pies a cabeza, de pantalón y chaleco con tonos cafés. Alcancé a responder temerosa: “información”, “nadie, vine por curiosidad; hice una cita”.
La cita, según la página de internet de Scientology México, daba la oportunidad de hacer una visita gratuita al número 27 de la calle de Balderas, ese monstruo con paredes color arena que colinda con el Palacio de Bellas Artes, el Caballito de Reforma y que está a menos de dos kilómetros del Zócalo de la Ciudad de México.
Ahí, plantadas las dos en el edificio de paredes altas y pilares rojos, rodeadas de decenas de copias de libros de L. Ron Hubbard, Carmen –como dijo llamarse la mujer– dejó de lado la hostilidad e inició un discurso sobre la dianética, la “ciencia que descubre lo que el alma le está haciendo al cuerpo”.
Me pidió sentarme en un banco frente a una de las tantas pantallas que tienen en la recepción. Inmediatamente subió el volumen y arrancó un video que detallaba la malignidad de una parte de nuestra mente, que nos sabotea constantemente.
“¿Qué piensas?”, me cuestionó Carmen. Yo no sabía qué responder ante la imagen de un bebé que recordaba cuando su madre había golpeado su vientre, embarazada, contra un cajón y que este hecho le había traído consecuencias de por vida. Ante mi silenció, tomó el libro rojo “Dianética, la tésis original”, y me aseguró: “La única solución está aquí. Todas las respuestas del universo están aquí”.
Luego, me invitó a tomar un test de personalidad que ofrece la que llama Iglesia de la Cienciología y me entregó un par de hojas con más de 100 preguntas que tenía que responder rellenando recuadros, el de la izquierda significaba mucho, el de en medio a veces y el de la derecha nunca. Respondí al azar y entregué el formulario.
Me regresó al banquito frente a la pantalla y al tiempo que veía nuevos videos sobre esta “religión” –que no tiene ningún registro oficial que la acredite como tal ante la Secretaría de Gobernación–, un hombre de estatura baja uniformado a la par de Carmen, calificaba mis respuestas para darme un estatus de mi vida.
Cenobio Cruz, de sonrisa amplia, me entregó un papel con una gráfica que representaba mis carencias y mis fortalezas. “Tienes muchos problemas”, fue lo primero que me dijo. Afectada emocionalmente, con malas relaciones personales, le gusta imponer sus ideas y tener la razón, no supera su pasado, no se puede concentrar por su pasado, tiene periodos de felicidad seguidos de periodos de depresión, bloquea sus sentimientos, nadie le ha tratado bien, en resumen, enumeró mis “deficiencias”, sólo para después cuestionarme: “¿Qué piensas de eso? ¿Cuál es la situación aquí? ¿Qué te está afectando?”.
Improvisé, me inventé problemas que no tengo y fue así que justificó todo su discurso. De acuerdo a Cenobio, lo único que podría salvarme era tomar los cursos que ofrecen en su “templo” y dadas mis carencias emocionales, tenía que empezar desde el primero; cada uno cuesta 700 pesos y son alrededor de 18 cursos, aunque si quisiera podría tomar cursos durante toda mi vida porque tienen módulos igual de grandes sobre dianética y cienciología.
Quería que sacara mi cartera y se lo pagara inmediatamente, le dije que lo pensaría. A su mirada fija, seria, lo acompañó un nuevo cuestionamiento: “¿Qué te detiene para hacer el cambio en tu vida?”. Contesté que el dinero, que no lo traía e hizo una mueca de desagrado. Se levantó y me guió a un estante de libros, tomó dos delgados y me prometió que con ellos podría adelantar los cursos y cambiar mi vida. Claro, también tienen precio, 80 pesos cada uno.
Aunque no dejo de insistirme sobre los cursos, tras mi negativa, continuó explicándome las arduas investigaciones que los cienciólogos han hecho sobre la vida, las cuales los han llevado a descubrir leyes universales que llevan a la felicidad y el bien de la sociedad.
Después, me llevó ante un mapa que contenía todos los libros escritos por L. Ron Hubbard, muchos de ellos publicados después de su fallecimiento en 1986. Ese mapa está a lado de una oficina/museo, idéntica –me juró Cenobio– a la que tenía al buen Ronald en Estados Unidos. En el escritorio hay una pleca con su nombre, detrás un librero enorme con todas sus publicaciones y, al centro del mueble, un aparato plateado con un reloj y dos palancas como las que te pide que agarres el señor de los "Toques, toques" en Garibaldi. Un aparato del futuro, según mi guía, que es capaz de encontrar pensamientos que la persona que lo usa no tenía idea que tenía guardados.
Tras el recorrido, sólo me restaba preguntar qué es realmente ese enorme edificio llamado Scientology México. La respuesta fue vaga pero quizá podría acomodarse a las necesidades de cualquiera, según mi acompañanate, ese edificio puede ser todo.