Así vive un mexicano una tarde en Wimbledon
Aquí, en el All Lawn Tennis and Croquet Club, las fresas son muy rojas. Algunas vienen en empaques de cartón; otras, en finos platos de porcelana. Y las más, salen de bolsas improvisadas de la gente que aunque no paga por entrar al evento central, sí lo hace para ver desde los pasillos los partidos de nuevos talentos y viejas leyendas.
Las hay con crema. Sin crema. Las hay acompañadas de una copa de champagne. O de una jarra de licor Pimm's y té helado. Otras van al lado de una Stella Artois y algunas, las más grandes, cubiertas de azúcar. Están aquí y allá. En la Central Court y en la pista 1. En las manos de la reina y entre los dedos de los policías. En pocas palabras, las fresas son Wimbledon y como las comas define en gran medida el asiento que ocupas en las gradas. El color rojo juega de local.
Pero, también el color verde es Wimbledon. Aquí, en el All Lawn Tennis and Croquet Club, el pasto es muy verde. Muy verde. Lo cuidan con un esmero que no había visto nunca. No cuesta entender que el pasto sí es sagrado. En las canchas de debutantes o en las canchas de los ídolos. En el torneo de nuevos valores o entre los que pelean por sumar su nombre en la gran placa con la que finaliza el pasillo de la memoria, ubicado debajo del Central Court.
En todos lados, el pasto es muy verde. Las pelotas son muy verdes. Y también lo son las paredes de las gradas. Los marcos de las ventanas. Las jardineras colgantes y los jardines para descansar. Los uniformes de quien vende fresas y las gorras de quienes te llevan hasta tu asiento, que también es muy verde, igual que la silla del Royal Box, reservada para la Reina Isabel II, patrona oficial del Criquet Club... en pocas palabras, el pasto es Wimbledon. El color verde juega de local.
Pero, también el color morado es Wimbledon. Aquí, en el All Lawn Tennis and Croquet Club, los blazers y los uniformes de los jueces son muy morados. Las señalizaciones también. Los vasos de agua y los paraguas para el sol. Las gorras de los espectadores y los uniformes de los angustiados recogepelotas que corren de un lado a otro para mantener un orden en el césped. Que ensayan un rito estresante, una y otra vez, con todo el orgullo de tocar la pelota que en los siguientes segundos parará en la línea, después de pegar en la red y desviar su trayectoria, a lo Match Point, de Allen.
También los guantes de la señora elegida para abrir los tubos de pelotas son muy morados. Ella, la primera en tocar la pelota, se la acerca al oído y la escucha. La aprueba y la lanza a los niños de morado. Los gafetes de la policía son muy morados. Y también lo son las legendarias toallas con las que se secan el sudor de gloria o fracaso los dueños del espectáculo, los tenistas. Esas toallas, que terminan en Amazon o Ebay valuadas en miles de dólares, provocan peleas en las gradas. Esas, son muy moradas... en pocas palabras, el morado es Wimbledon.
Pero también el blanco es Wimbledon. Sí, las fresas son rojas, el pasto es verde y los actores secundarios van de morado. Pero Wimbledon es blanco. Aquí, los jugadores respetan la tradición y la tradición es ir de blanco. Aquí, la batalla es blanca. Los shorts son blancos, las calcetas son blancas, los brazaletes y las bandanas que vuelan hacia las gradas, objetos de discordia entre niños y ancianos que pierden todo el respeto por ganarse su trofeo de Wimbledon. Esas, son muy blancas.
También los sombreros de los miembros de la realeza y los tacones de la duquesa Camila Parker, que aplaude a Federer como si fuera de su casa real, son muy blancos. Y ya con toda la intención de cerrar con un cliché, las nubes son muy blancas. Las más blancas. La tradición de Wimbledon es el blanco, y sí, el torneo es muy blanco.
Rojo, verde, morado y blanco... todos los colores están en el programa de mano que dice que hoy juegan Federer y Djokovic. Uno tras otro. Todos los colores están en las gradas, donde el silencio es protagonista absoluto, dejando que el "zoooom" de la pelota, a 200 kilómetros por hora, retumbe en tímpanos con la misma potencia que lo hace sobre la línea blanca indicando que el servicio ha dado paso al match point y Federer volverá a ganar, sumando así su victoria 87 en el torneo, imponiendo una marca más que se suma a la de más partidos consecutivos ganados, con 41; y al de más finales jugadas, con 10, dejando en claro que Wimbledon es Roger.
Roger, que va vestido de blanco. Que lleva una toalla morada. Que prueba una fresa muy roja y que toca el pasto verde: el sagrado pasto de Wimbledon que hoy, como mexicano, pude tocar.