Salimos del parque La Mexicana en Santa Fe, con la Diavel 1260s 2020, que es una moto con la que, a mi parecer, Ducati creó un nuevo segmento. Como en el caso de cualquier moto de este nivel, tenía muchas expectativas e ideas preconstruidas sobre su manejo y performance, algunas para bien y otras para mal. Yo esperaba tener una sensación similar a la de recorrer las calles de la Ciudad de México en un Ferrari 812 GTS, un coche que roba miradas pero con el que definitivamente no te quieres meter en una calle empedrada. Lo primero que me sorprendió es que a pesar de ser una de las motos de producción más rápidas que existen, es sumamente cómoda en la ciudad, con tres modos de manejo, con los que podemos disponer de una moto urbana, una moto touring y por supuesto, de una moto deportiva; todo esto al alcance de tu pulgar izquierdo, otro punto a destacar es su asiento ergonómico que te atrapa para que fácilmente puedas realizar viajes largos sin mayores inconvenientes.
Tomamos la Autopista Chamapa/Lecheria y por unos minutos nos olvidamos de la posibilidad de encontrarnos con algún bache, fueron poco más de 11 km de “terapia de viento”, seguida de una carretera poco transitada y con muchas curvas con peralte, ideales para sacarle provecho al generoso neumático trasero que equipa esta moto, un Pirelli Diablo Rosso III, que te permite ser sumamente ágil al adherirse al pavimento en cualquier curva.
Como en cada rodada, la parada gastronómica no podía faltar y nos detuvimos un par de kilómetros antes de llegar al Centro Ceremonial en la Presa Iturbide, en donde se encuentra el restaurante “ Truchas Los Tepees ”, una pequeña cabaña con una vista envidiable hacia la presa, en donde tienen un criadero de truchas y ofrecen diferentes tipos de preparaciones deliciosas -yo pedí una trucha “a la diabla” y sin duda volvería-.
Seguimos el camino y por fin llegamos a nuestro destino: el Centro Ceremonial Otomí, un templo a la cosmogonía prehispánica, que logra representar en cada detalle de su arquitectura la simbología del pueblo otomí. Al llegar al lugar, te recibe un majestuoso mural llamado "Damishy" (que significa jaguar que habla y camina), hecho con piedras naturales de distintos colores, que creó el pintor y escultor originario de Chihuahua, Luis Yaotl Aragón. Más adelante llegamos a la Plaza del Sagitario, en donde destaca al centro de la explanada una figura de tres flamas que representan el espíritu, cuerpo y voluntad del pueblo Otomí, en donde cada dos domingos se realizan ceremonias al centro de las 45 esculturas gigantes que representan a los guardianes del lugar, además de otras 7 esculturas en el Salón de Actos, que en conjunto suman 52 – El mismo número de años que dura un siglo en el calendario Azteca-. Por último en la parte superior del complejo, están las 12 enormes esculturas en forma de cono que representan a cada una de las generaciones Otomíes y al centro el monumento a Tata Jiade, el Dios del Sol.
Al final regresamos a casa divertidos, asoleados y con una clase magistral sobre la cultura otomí. Sin duda, un plan perfecto para cualquier fin de semana, de ida y vuelta.