Falta de medios
Frente a esta situación, varios donantes -la mayoría, libaneses de la diáspora oriundos de Ainata- están financiando un equipo de agentes forestales.
Desde que empezaron las patrullas nocturnas, "no se ha constatado ni un solo caso de tala ilegal", afirma, satisfecho, Samir Rahmé.
Los habitantes destacan que cuando un árbol se tala de forma ilegal ya no vuelve a crecer.
Pero no todos los municipios tienen el lujo de recibir ayuda para contratar guardias forestales, ni siquiera de forma temporal.
"El presupuesto que nos otorga el Estado se ha vuelto irrisorio", comenta Ghassan Geagea, alcalde de Barqa, un pueblo vecino.
Aunque se plantea pedirle a los vecinos que financien las patrullas, el alcalde duda sobre si estas serían realmente eficaces "habida cuenta del alcance del fenómeno".
Los infractores actúan en las áreas altas, lejos de Barqa. Allí desaparecieron varios enebros milenarios.
En Líbano, la superficie forestal -ya corroída por la creciente urbanización y los incendios- cubre el 13% del territorio, según el Ministerio de Agricultura.
Para que los habitantes se calienten en invierno, solo se autoriza la poda de árboles "enfermos", con la supervisión de la alcaldía.
"Quinientos años"
Paul Abi Rached, presidente de la oenegé Tierra Líbano, alertó recientemente sobre el aumento de las "masacres ecológicas", sobre todo la tala de enebros, en Líbano.
Según el Ministerio de Medio Ambiente, el país alberga los bosques más importantes de Oriente Medio de ese árbol milenario, además de bosques de pino, roble, cedros y abetos.
El enebro es "uno de los únicos árboles que puede crecer a gran altitud y retener la nieve para que el agua se infiltre en las capas freáticas", indica Abi Rached.
Pero desde hace unos años, su madera es cada vez más codiciada por los contrabandistas que, según sospechan los habitantes de la zona, la venden después en Líbano y Siria.
"Si no paramos la tala del enebro, nos encaminamos hacia escasez de agua y sequía", advierte.
Y más aún si se tiene en cuenta que ese árbol crece "muy lentamente", explica Youssef Tawk, un hombre de 68 años natural de Becharre, en el Líbano norte. "Fuera de las reservas, se necesitan 500 años para que tome la forma de un árbol", explica.
"Talar este árbol es un crimen. Para mí, es como si mataran a un hombre", agrega Tawk, médico de profesión y fundador de una organización de protección del medio ambiente.
Por su parte, Dany Geagea lleva más de 20 años trabajando contra la tala del enebro en su aldea.
Ha creado una oenegé y una reserva cerca de Ainata donde ha plantado unos 30 mil enebros.
"La tala ilegal no es algo nuevo, lo que lo es, es que ahora se hace de forma organizada", señala el activista de 46 años, que no guarda ningún parentesco con el alcalde de Barqa.
Y las pocas veces que los malhechores son detenidos, acaban "liberados rápidamente", lamenta.
"Eso es Líbano... Incluso la justicia está politizada".