La paternidad me cambió por completo y me hizo dar un giro de 180 grados. Cuando nació mi hija Lorenza, no solo me convertí en padre por primera vez, sino que también rescaté mi infancia a través de ella. Fue un proceso profundo y hermoso. Estoy muy agradecido con ella porque sin saberlo ha sido mi mejor maestra.
El papel más importante de mi vida: ser padre
Ya Kailani, mi segunda hija, me agarró más entero, más papá, más consciente de matices distintos, pero de igual manera bonitos y especiales. Hoy me siento pleno, porque por un lado disfruto la paternidad de una mujercita de 18 años y por el otro, la de una bebé –ya no tan bebé– de cuatro años. Son mi mayor regalo y el papel más importante que me ha tocado interpretar. Sin temor a equivocarme, el mayor reto de ser padre es no trasladar tus traumas, carencias y ausencias a tus hijos o hijas; es importante sanar tu infancia para así poder darles amor y contención.
En mi caso, creo que es más importante educar con el ejemplo que con la palabra y, sobre todo, ser congruente con tus acciones, porque es lo que ven y absorben tus hijos. El mejor consejo, que además tuve que poner en práctica para salvar mi propia vida, fue asumir que soy mi propio padre y mi propia madre, y teniendo esa contención se la puedo transmitir a mis hijas. Porque ser papá va mucho más allá de las relacio- nes afectivas de los progenitores.
En mi caso, con cada una de mis hijas tengo una relación muy personal y profunda a su manera, pero al final el vínculo se fortalece con el amor, la contención y con ellas sabiendo y sintiendo que papá está incondicionalmente para hablar y tratar cualquier tema. Es muy importante para mí acompañarlas en todas sus etapas, pero también es importante que crezcan viendo y viviendo vínculos sanos y amorosos entre su papá y su mamá.
En lo personal, la paternidad que viví como hijo (haciendo una retrospectiva creo que no podría rescatar nada) es el perfecto ejemplo de lo que no quiero para mis hijas. Viví mucha violencia – verbal, física y psicológica– y también un distanciamiento incapaz de generar empatía. Así, lo que para mí desempeñó, y desempeña, un rol clave es la terapia, porque gracias a reencontrarme, sanarme y sentirme bien conmigo encontré el ejemplo para ser la mejor versión de padre que puedo ser, brindándoles a mis hijas todo eso que yo no tuve desde lo profundo, ofreciéndoles una paternidad sana y amorosa.
La mejor preparación que puede uno tener para ser papá es conocerse, sanarse, amarse y respetarse para, de esa manera, darle a los hijos un vínculo de paternidad más consciente. Por eso creo que el mejor legado que podría dejarles sería que se amen, que se respeten, que se tengan entre sus manos para poder afrontar cualquier pérdida o cualquier situación adversa que pueda surgir, pero también que vean lo verdaderamente importante de la vida para disfrutar de cada una de sus etapas.
Me costaría mucho trabajo elegir una sola lección que transmitirles, pero si tuviera que hacerlo creo que sería la importancia de que encuentren ese amor propio y que disfruten, porque al final todo pasa, lo bueno y lo malo.